Sabios es un decir. Quizá buscando de día con una linterna. Pero un comité de expertos, con perdón (risas contenidas), parece buena idea. De preferencia empresarios con acreditado éxito de gestión y prolijo conocimiento de sectores industriales clave, conscientes de nuestras carencias y puntos fuertes. Sería aconsejable que la función del comité no se circunscribiera al reparto de los 140.000 millones del fondo de recuperación (que no es moco de pavo), y se extendiera al asesoramiento en materia de reformas estructurales.
El Gobierno necesita esa orientación, esa inyección de realismo, como el aire. De momento, en el consejo de ministros juegan a ponerse entre ellos palos en las ruedas. Los veintidós buscan capitalizar para sus respectivas marcas las políticas de
gasto, siempre tan vistosas y agradecidas.
Repasen la lista: no hay más de cuatro miembros en el Ejecutivo (quizá sea demasiado optimista) capaces de entrever y admitir la complejidad de una economía como esta, lo ridículo de sus simplificaciones de arenga. Recelan de restricciones europeas que son el reverso de sus garantías. Y entre esos cuatro no incluyo al doctor en Economía Pedro Sánchez ni, por supuesto, a su adlátere marquetiniano Iván Redondo, con mayor mando en plaza que la mayoría de ministros.
Añádase que una parte del gabinete no cree en la economía de mercado, y que adopta ante el fondo de recuperación europeo una reserva mental apenas disimulada que no impide cierta salivación pavloviana. Hasta el observador más indolente sospecha que un puñado de ministros, y posiblemente el propio presidente, albergan la esperanza de esquivar la condicionalidad tanto como sea posible. Cuando no puedan sortear más el cumplimiento, habrán pasado varios años. Entonces, tal vez se encuentre con el pastel un gobierno de otro color. Si es así, la izquierda podrá practicar uno de sus hobbies favoritos: culpar a la derecha del coste social de sus propios incumplimientos. Mientras tanto, como decimos en catalán, qui dia passa, any empeny. «Después de un día viene otro día», traduce torpemente el diccionario de frases hechas. Preferiría una versión libre a lo José Mota: «Gastemos ahora que luego ya si eso, ya yo ya...».
El comité de listos debería conocer en profundidad las trabas y desventajas regulatorias que nos lastran. Esto es, el laberinto burocrático de los diecisiete mercados de taifas. También lacras tenaces como la dualidad laboral. Pero sobre todo, cuando se anuncie la creación del órgano asesor, cuando se informe de sus reuniones y de su desempeño, sería interesante que se cumpliera un requisito, si no es mucho pedir: que, a diferencia del comité de expertos en desescalada, este exista de verdad. Que no sea una pantalla de mago para el reparto arbitrario de la pasta, para una obscena rebatiña. No son ajenos los socialistas al riego por aspersión de amigos y clientes políticos con fondos europeos.Juan Carlos Girauta
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