No hubo multitudes cegadas y ahumadas por las llamas, ni siquiera a la distancia prudencial que establecen los reales decretos y la temperatura de fusión del poliespán. Las Fallas ardieron de madrugada y de forma clandestina, en una incineración sumarísima y medieval, impuesta por la misma asepsia que ha sustituido el grifo de cerveza por el del agua caliente. Incluso en estas circunstancias la simbología de su aparatosa destrucción, el renacimiento que implica la primavera, permanece intacta. Son el movimiento de traslación y el ángulo solar los que rigen el tránsito estacional, pero es bajo esa tierra sobre la que queda la ceniza, ya barrida a manguerazos, donde se aprecia la germinación de una nueva vida. Este año es distinta,
no solo en Valencia.
La progresiva sustitución de la cartelería convencional por las pantallas digitales en las instalaciones del Metro de Madrid está impidiendo que los anuncios publicitarios que tientan a los viajeros con la oferta de ocio de la capital queden en las paredes como fósiles de un tiempo superado por la pandemia y el miedo. Según caducan, cambian de forma automática. No hay cepillo, ni engrudo, ni papel. Teletrabajo. Quedan ya muy pocos de nuestro pasado inmediato: el de un canal de televisión que retransmite competiciones deportivas que ya no se van a disputar y el de un certamen de teatro infantil y juvenil que debería estar celebrándose y que ha sido pospuesto sine die. El resto de los soportes, según se van extinguiendo los contratos de los anunciantes, es ocupado por los carteles oficiales de alerta por el coronavirus, que se extienden por el vestíbulo del intercambiador de Avenida de América como una plaga que anuncia un tiempo nuevo. Como los valencianos en la madrugada de ayer, no salgan a verlo. Desde aquí les contamos cómo va este año la primavera.......Jesús Lillo
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