La comunicación del Gobierno está fracasando, y en eso el análisis es común. Es la tercera crisis de Sánchez: su gobierno «post-bonito» naufraga en la indefinición
Conforme pasan las horas, la percepción de la gestión que hace el Gobierno de la crisis empeora. Las acusaciones contra Sánchez por diseñar una reacción tardía se multiplican en la Prensa y en las redes sociales, convertidas en el altavoz inevitable del aislamiento ciudadano y en una feroz crítica contra la capacidad ejecutiva del Gobierno.
Hoy, la toma de conciencia ciudadana es por fin absoluta. Pero el diagnóstico de una triple crisis -política, económica y de imagen- en el seno del Gobierno no le queda a la zaga. El Ejecutivo se ha dividido en dos bandos en el peor momento de una crisis difícilmente manejable: el de los ministros como Nadia Calviño y María Jesús Montero, partidarias de la adopción
de medidas económicas que comprometan el gasto público hasta un límite para impedir a toda costa que España caiga en recesión; y el de los ministros de Podemos y algunos del PSOE -José Luis Ábalos y José Luis Escrivá, por ejemplo-, que apelan a medidas extraordinarias de gasto y de asunción de déficit público para contener la hemorragia económica.
El crítico escenario recuerda al que tuvo que afrontar en 2008 José Luis Rodríguez Zapatero, cuando en mayo de aquel año fue literalmente amenazado por la Comisión Europea para cortar drásticamente el gasto público como condición para no empeorar la crisis de crédito, liquidez, déficit y deuda que aquejaba al continente. Entonces, Pedro Solbes se enfrentó a Zapatero y la consecuencia fue la entrada de España en recesión. Hoy el dilema para Sánchez es similar.
Hasta ahora, Sánchez no se ha inclinado por un bando o por otro, ni reservadamente nadie en Moncloa hace apuestas. Pero necesariamente tendrá que hacerlo en las próximas horas, antes de que mañana el Gobierno anuncie las medidas económicas para contener la crisis. La presión de las empresas, los autónomos y los mercados empieza a ser asfixiante para Sánchez y la única conclusión relevante en el seno del Gobierno es que ya no bastará con el retraso en el pago de impuestos, como Moncloa había planificado inicialmente. La crisis ha superado ya ese discurso.
Lo cierto es que en su ámbito interno el Ejecutivo carece de un discurso unitario. Hace solo 72 horas, Calviño insistía en una crisis coyuntural, grave y espasmódica, pero reversible, mientras Pablo Iglesias, y ministros como Yolanda Díaz y Alberto Garzón proponían el sábado, en el más tenso consejo de ministros, suprimir los futuros desahucios por decreto. Sánchez quedó desbordado y sometido a un test de estrés que necesariamente fragmentará su Gobierno de coalición, sea cual sea su decisión definitiva. No es tanto una cuestión ideológica lo que atenaza al Gobierno, sino de pura gestión económica de una crisis sin final previsible.
Este estado dubitativo de cosas en el aspecto económico revela además lo que fuentes del PSOE admiten como un hecho incontrovertible. «No se había preparado un solo papel hace una o dos semanas. Esto nos ha arrollado a todos y es imprescindible ser generosos con el Gobierno. Pero no es posible ocultar la realidad de que hay un enorme margen de imprevisión».
Este criterio, procedente de fuentes socialistas, es idéntico al que sostiene por ejemplo el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García Page, al que ni siquiera se consultó días atrás la decisión estatal de imponer el cierre de centros educativos y Universidades. Al margen quedan los gestos de sobreactuación de la Generalitat de Cataluña, que Sánchez ya ha dejado de considerar una prioridad. La política de apaciguamiento y negociación con el independentismo ha pasado a un segundo plano, más o menos irrelevante, porque lo esencial ahora es consagrar un mando político único en la toma de decisiones.
Cuando Sánchez decidió el sábado marginar a los ministros de Podemos, e incluso a la vicepresidenta Carmen Calvo, de su núcleo duro en la gestión de la crisis, era plenamente consciente de que la fractura en el Gobierno será irreversible cuando el coronavirus quede sanitariamente controlado. La hipotética aprobación de unos presupuestos generales ha quedado arrumbada, la celebración de comicios en el País Vasco, Galicia y Cataluña queda en el aire, y la coalición gubernamental sufrirá daños de magnitud por la desconfianza que Sánchez ha mostrado hacia Podemos.
En cierto modo, Moncloa ha decidido distinguir entre una necesaria política de Estado y la bisoñez de ministros decorativos e impuestos por las circunstancias de una investidura forzada. Tras la económica, la segunda fase de la crisis de Gobierno será política, para desmontar la demagogia del discurso podemita frente a un drama social de difícil manejo, y para retratar la insolvencia del discurso identitario separatista cuando la propia naturaleza han derribado cualquier frontera.
Sánchez dejó manejar la crisis a los técnicos. Pero cuando Fernando Simón compareció para restar relevancia a las concentraciones masivas del 8-M, fue víctima de una imposición política. Ese fue el punto de inflexión. Hoy Sánchez, tiene el virus en el Consejo de Ministros. Y en casa, lo que delata el cúmulo de imprevisiones que fustiga a Moncloa. Nunca podrá alegar ya una gestión política prudente, ni apelar a la irresponsabilidad de otros partidos. La realidad se ha encargado de retratarle.
Cuando todo acabe, la legislatura podrá estar rota o no. Hay quien sostiene en el PSOE que será necesario un gobierno de concentración forzoso al que el PP y Ciudadanos no podrán negarse cuando Sánchez se vea obligado a explorar la «vía patriótica». Hay quien concibe a España funcionando con normalidad y recuperando el pulso económico perdido en cuatro o seis meses. Y hay quien añade que el estado de necesidad y la exigencia de la supervivencia impondrán a Sánchez, Iglesias y al separatismo un acuerdo «post-virus» que prolongue la legislatura como si nada hubiese pasado.
En cualquier caso, la comunicación del Gobierno está fracasando, y en eso el análisis es común. Es la tercera crisis de Sánchez: su gobierno «post-bonito» naufraga en la indefinición. La percepción es de estado de «shock» político y su fallido intento de generar certidumbre causa un desgaste indubitado: «Nunca nadie, ni siquiera el Gobierno de Rajoy en sus peores momentos, se aisló tanto y comunicó de una forma tan deficiente». En el PSOE, el realismo empieza a imponerse......Manuel Marín

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