La nueva ley educativa
Novena ley educativa de la democracia, que en esto vamos camino del récord mundial mientras, eso sí, cada Informe Pisa es un calvario. La que viene se llamará Lomloe y es el acrónimo más largo de los ocho precedentes. Ahí sí que avanzamos. A saber: Loe, Loece, Lode, Logse, Lopeg, Loce, Loe otra vez, Lomce y la mencionada Lomloe, una auténtica sopa de letras que ha venido mareando a familias y claustros sin que ninguna de ellas (alguna no llegó ni a ser aplicada tras su publicación en el BOE) haya corregido el que para muchos es el principal mal de raíz que esconde el modelo y que no es otro que haber entregado la materia a las Comunidades, que
sobre unos mínimos curriculares demasiado diminutos ha dado manga ancha y pantalón de campana a cada autonomía para que fuera «regionalizando» la asignatura. Ese «Juan Palomo» a la hora de organizar el modelo en cada lugar ha sido una especie de veneno especialmente tóxico en las administraciones en manos de los nacionalistas, cuyo entusiasmo por la igualdad entre españoles es perfectamente descriptible de tal forma que, por ejemplo, la historia se retuerce hasta convertirla en un adefesio. Las comunidades que no eran de ese tenor ideológico, quizá por no ser menos también «customizaron» tanto sus modelos al entorno que en algunos libros de texto el arroyo cercano al pueblo de los chavales era tratado con más profusión que el río Ebro. Si se enseñara lo mismo en unos lugares que en otros no tendrían sentido esas diferencias, a veces abismales, en el rendimiento de los chavales en unas y otras regiones.
La Lomloe que camina hacia las Cortes para su aprobación mantiene fallos de la legislación y crea otros, orondos como un cero, que se habían corregido. Ya se podrá obtener el título de bachiller sin aprobar (todo) el bachillerato, lo que sin duda es una aportación notable al sin sentido. La ley Celaá también pone cerco a la asignatura de Religión -nunca está de más desahogarse contra la Iglesia- y menoscaba a la escuela especial y a la concertada, pilar del sistema y Leviatán de todo progre que se tenga por tal, dando un golpe casi definitivo a la libertad de elección de centro de los padres. Si ya nos dijo Celaá que los hijos no son de los padres, con su Lomloe puede que el chaval termine en el colegio que quiera un funcionario. Desengáñese, el propósito es que el niño al final sea «hijo del sanchismo» para que la criatura se vaya acostumbrado al pensamiento único que tratan de imponer Pedro y Pablo. El resto, todos fachas......Álvaro Martínez
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