La aparente multitud de Puigdemont en Perpiñán, oculta un independentismo cada vez más enfrentado, violento y minoritario
Los líderes del «procés» afrontan la negociación con el Gobierno implorando una salida personal y sin opciones para intentonas que no fracasen antes de empezar.
Las cifras. Si las Diadas hasta 2017 se contaban por millones (desde 2013, todas entre el millón y medio y los dos millones, según los organizadores), la de 2018 en la Diagonal fue ya un pinchazo (menos de un millón, también según la ANC) pero que el independentismo pudo más o menos de disimular; y la del año pasado fue un absoluto fiasco (poco más de 500.000, siempre según las fuentes más eufóricas) que los propios organizadores atribuyeron a la desmovilización. En Perpiñán, pese a los más de 400 autocares que pagó la ANC, y
de ser la primera vez que «el president pisaba tierra catalana», non llegaron a los 300.000, contando los que por el atasco monumental no pudieron llegar a la ciudad francesa.
El tipo de gente. La transversalidad de la que presumía el movimiento independentista se ha ido reducida a una excursión del Imserso, con una inmensa mayoría de jubilados, viudas, y demás personas de recorrido agotado que tienen en el independentismo el último protagonismo al que agarrarse. En cada encuentro, la zona de minusválidos es más amplia y está más abarrotada.
Enfrentamiento y ruptura. El independentismo estuvo enfrentado desde el principio del «procés», hasta el punto de que la guerra ha sido mucho más fratricida que contra el Estado. Pero las grandes manifestaciones habían logrado mantener, hasta el sábado, un carácter unitario. En Perpiñán, en enfrentamiento se volvió ruptura, los ataques a Esquerra de los oradores -sobre todo de la prófuga Clara Ponsatí- fueron lo más aplaudido, y la CUP no envió ninguna representación al acto.
La secta resquebrajada. También Convergència está fragmentada por dentro, con la vieja guardia en pie de guerra -siempre subterránea por miedo a dar la cara- contra Puigdemont. Algunos convergentes de la vieja guardia estudian crear un partido para presentarse a las próximas elecciones autonómicas. Mientras entre la masa amontonada todo el mundo aclamaba al «president Puigdemont», Artur Mas, presente en la zona de autoridades, había dicho a principios de semana que «es importante que se explique que Puigdemont no podrá ser presidente».
La violencia. Los fugados Comín y Ponsatí se refirieron a «los valientes de Urquinaona», homenajeando a los que en octubre agredieron a la Policía en Barcelona con especial saña y violencia. Puigdemont citó a «los amigos de Bildu» y llamó «amigo de Cataluña» a Julian Assange, instalándose de este modo en el marco de la violencia y de la criminalidad. El independentismo ha perdido la sonrisa y se codea con los mayores malhechores de su entorno.
Sin rumbo cierto. Si en anteriores manifestaciones tuvieron siempre una esperanza concreta, una expectativa inminente, ni los ataques a la Policía ni el mitin de Perpiñán ofrecieron ningún horizonte claro más allá de la retórica vacía del «estad preparados» y del «lo volveremos a hacer». El independentismo se ha quedado sin calendario, sin rumbo cierto, sabiendo que no le queda más remedio que negociar con el Gobierno para salvar los muebles, pero entendiendo Puigdemont -y entendiéndolo bien- que el irredentismo y la bronca, aún sabiendo que no conducen a ninguna parte, tienen más éxito en las urnas.
La tristeza. Como advertí en mi crónica de Estrasburgo el día que se estrenó como eurodiputado, Puigdemont está agotado y melancólico, y no puede o no quiere disimularlo en sus intervenciones públicas. El viernes, tras asistir al partido de rugby del equipo Usap de Perpiñán, confesó a una de sus personas de confianza que se había sentido «como una mona de feria», y que «se ha convertido» en el símbolo de algo que no va a ocurrir». En contraste con las intenciones eufóricas, e incluso vitriólicas, de cuando era presidente o de sus primeros meses en Bélgica, Puigdemont compareció el sábado con la mirada perdida y como asumiendo que empezó su despedida.Salvador Sostres
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