No Al Olvido

lunes, 13 de mayo de 2019

# El gran teatro mundano..La línea que separa la civilidad de la hipocresía a veces es tenue...Videos 2 EL dISTRITO tv Carlos Cuesta...!!!..


Antes de dilapidar sus talentos en un desparrame de barroquismo sin guión, el director napolitano Sorrentino ideó varias excelentes películas. En 2014 ganó el Oscar con «La gran belleza», que contaba las andanzas romanas de un escritor de periódicos y novelista frustrado llamado Jep Gambardella. El protagonista era un dandi mundano, pero con sus recovecos reflexivos, encarnado por el extraordinario actor Toni Servillo. Solo ver a Servillo paseando por Roma con la música adecuada -y ataviado con los trajes perfectos de la sastrería napolitana Attolini- ya valía la película. Pero además los diálogos tenían enjundia. En un momento dado, Gambardella es consciente de que ha enfilado el crepúsculo de su vida y llega a esta conclusión: «El descubrimiento más consistente que he hecho tras cumplir 65 años es que no puedo perder tiempo en hacer cosas que no quiero hacer». Una proclama muy difícil de cumplir, porque obliga a ser leal con uno mismo y consecuente, aun a costa de pagar el precio de ir a contrapelo de las convenciones sociales.
La línea que separa la civilidad de la hipocresía a veces resulta tenue. Por ejemplo, Susana Díaz y Pedro Sánchez se llevan más o menos de bien como Trump y Hillary Clinton. Es decir, se detestan. Se han tendido todo tipo de zancadillas, se han atacado con juego subterráneo, se han disputado el sillón de Ferraz a cara de perro, con victoria final de Sánchez. Pero a pesar de que no se tragan, y de que Sánchez la tiene en la diana y ella se agarra a su cargo (y medio de vida) como puede, cada vez que se ven aquello parece el festival mundial de la sonrisa (impostada). ¿Civilidad o hipocresía?
Acabamos de despedir a Rubalcaba, un esforzado servidor público, que a pesar de sus humanos errores puntuales, sin duda merecía el tributo de los españoles. Sánchez ha tomado las riendas de los actos en su honor, con presencia constante y un claro afán de protagonismo. Pero esa escenografía ha tratado de escamotear al público una verdad que tiene derecho a conocer, y es que ese énfasis en la hora final contrasta con la relación entre ambos en los últimos tiempos. Sánchez nada quiso saber del rubalcabismo, al revés, prescindió de los equipos de su predecesor y de él mismo de una manera drástica (lo cual puede ser disculpable, porque un nuevo jefe tiene derecho a contar con colaboradores a su gusto, pero lo es menos si se actúa con inquina). Tampoco hubo puesto honorario alguno en el PSOE sanchista para Rubalcaba cuando hubo de retornar a su aula en la Facultad de Química. En el otro sentido, el veterano socialista trabajó activamente contra lo que el mismo bautizó como «Gobierno Frankenstein». No le agradaba la deriva del nuevo líder del PSOE y no se molestaba demasiado en ocultarlo. Madrid es lo suficientemente pequeño para que fuese un secreto a voces. A Sánchez y a Rubalcaba los separaba una diferencia capital. Llegados a determinados retos para su país, uno estaba dispuesto a situar a España por encima de sus intereses egotistas e ideológicos, y el otro no. Y eso, en política supone un abismo. El que separaba a los dos últimos líderes del PSOE.Luis Ventoso


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