El candidato socialista fue superado en todo momento por un combativo Albert Rivera y por un racional Pablo Casado
Pedro Sánchez demostró anoche por qué no merece volver a ser el presidente del Gobierno. Acudió al primer debate televisado arrastrando los pies y forzado por la presión ambiental porque objetivamente tenía temor a enfrentarse a Pablo Casado y a Albert Rivera sin contar con Vox como coartada. El candidato socialista eludió rechazar en público cualquier posibilidad de indulto para los golpistas del 1-O si sigue gobernando, y volvió a dejar la puerta abierta a ser investido sin remordimiento alguno con los votos de Bildu, el separatismo catalán y Podemos. Y, como era previsible, Sánchez tampoco reaccionó cuando se le emplazó a decantarse entre el bloque constitucionalista de partidos que defienden la unidad de España, o junto a los socios de moción de censura que quieren liquidar España. Sánchez anduvo disperso durante todo el debate, vivió momentos verdaderamente incómodos, y fue superado en todo momento por un combativo Albert Rivera y por un racional Pablo Casado, a quien no tuvo más forma de atacar que recordarle el caso Gurtel, ya juzgado, sentenciado y resuelto políticamente con la moción de censura que acabó con la carrera política de Mariano Rajoy. Sánchez dio más la impresión de estar instalado en el pasado que en el futuro.
Si algo puso de manifiesto el debate es que Sánchez no se identifica con el modelo de constitucionalismo que defienden el PP y Ciudadanos, partidos que se comprometieron a liderar una coalición de Gobierno frente al candidato socialista si la aritmética parlamentaria lo permitiese. Incluso, Casado reconoció a Rivera que «usted no es mi adversario», dejando patente que estas elecciones generales serán un plebiscito sobre Pedro Sánchez, y advirtiendo del peligro que se cierne sobre España si regresa a La Moncloa. Rivera fue ayer el orador más eficaz con su innegable capacidad dialéctica, sus reflejos y su contundencia a la hora de retratar a los dos bloques ideológicos que se enfrentan en las urnas. También lo fue a la hora de denunciar por qué una hipotética victoria de la izquierda supondrá una catástrofe para la unidad de España. Sin embargo, Casado se adueñó del debate en la parte económica, donde su propuesta de una «revolución fiscal» para una bajada de impuestos en España no pudo ser mínimamente replicada por ninguno de los otros tres candidatos. De hecho, Casado desnudó las mentiras de Sánchez con la economía durante sus nueve meses de Gobierno, y lo hizo con tal profusión de datos que apabulló a un candidato socialista casi inerme, y que además mintió sin rubor sobre las pensiones en nuestro país. «Nadie había hecho tanto daño a España en tan poco tiempo», dijo Casado a Sánchez, quien se obcecó en repetir una y otra vez como un mantra inútil su proyecto de una «justicia social». Estuvo tan vacuo, que anoche nada parecía quedar ya de aquel Pedro Sánchez sobrado, y hasta chulesco, de muchos otros debates anteriores. Ahora se entiende mejor por qué no quería debatir y por qué siente inseguridad ante la oferta política conjunta que permitieron visibilizar Casado y Rivera.
Pablo Iglesias tampoco estuvo reconocible. Anduvo desubicado y sin recursos, servil con Sánchez, retórico hasta la abulia en sus ataques a la banca, e imbuido de un tono de falsa humildad tan autosuficiente como cansina. Del debate de Iglesias solo dos evidencias son dignas de mención: su agradecimiento a Sánchez porque ya debe verse como vicepresidente del Gobierno sin que ni siquiera se haya votado, y sus cínicas alusiones a una Constitución que pretende derogar. Podemos es letal para España, pero Sánchez lo ha bendecido como su socio preferente y su coartada para volver a pactar con el independentismo.
Para los cuatro candidatos, era necesario iniciar la segunda fase de esta campaña logrando un triunfo emocional en un debate que había generado muchas expectativas, y cuya celebración había resultado muy conflictiva por la exclusión de Vox, por la negativa inicial de Sánchez a acudir a TVE, y por su rechazo a mantener un cara a cara con Casado. Sin duda, el candidato socialista ha roto con una tradición política y también ha faltado a su propia palabra, ya que cuando antaño sostenía que potenciaría los debates entre los dos principales aspirantes, ahora los desprecia por temor a quedar retratado como lo que ha sido: el peor presidente de nuestra democracia. Por eso Sánchez e Iglesias fueron apabullados ayer......
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