No Al Olvido

jueves, 15 de agosto de 2019

# Progreso...Es la palabra más usada, abusada, roída, raída, prostituida últimamente..Video..!!!


El progreso es posiblemente el rasgo diferencial de la especie humana, lo que nos ha convertido en “reyes de la creación”, como enfatizaban los progresistas de antaño. Pero a estas alturas sabemos que el progreso desbocado puede llevarnos a la miseria o a la destrucción de la vida en la Tierra. Sin que hayamos aprendido a diferenciar el progreso real del falso»

Es la palabra más usada, abusada, roída, raída, prostituida últimamente, tras haber sido luz y faro de la humanidad. Pero desde que la izquierda la convirtió en consigna, su desprestigio no puede ser mayor. Progreso, del latín progressio, «avance hacia delante» por antonomasia, ha ido unido a mejora, ampliación, liberalismo, pero manipulada por la «progresía» ha devenido en «progre» que casi es un insulto, equivalente al «facha» en el otro extremo del espectro ideológico, es decir «avance hacia atrás». No se sulfuren los progresistas, si me lee alguno, pero ¿puede llamarse progreso a la colectivización de la agricultura soviética, con la gran hambruna que siguió; a los gulag; a los juicios de «disidentes»; a la «gran marcha» de Mao, con decenas de miles de «muertos»; a la «revolución cultural» de su mujer, con la clase urbana cavando en el campo; a la tiranía hereditaria de Corea del Norte; a las pilas de calaveras en Camboya (¿dos millones de muertos?); al castrismo, incapaz de vivir sin la ayuda soviética; a la Venezuela chavista, en la que faltan no ya alimentos y medicinas, sino también gasolina, cuando pinchas el suelo y sale petróleo?
Y ahora, bien entrados en el siglo XXI, nos sale Pedro Sánchez con que en septiembre volverá a reunirse con todas las fuerzas políticas y representantes sociales, para «negociar un programa común progresista». Si es como el que Podemos vendió a Maduro por un buen puñado de dólares, la moneda que siempre exigen los comunistas, vamos listos. Mejor que esa palabra se retire del vocabulario político para no asustar a la gente. O, como decía el peregrino, a Lourdes: «¡Virgencita mía, que me quede como estoy!», aunque eso signifique en silla de ruedas y al albur de unas nuevas elecciones, que nadie parece querer, pero nadie hace nada por evitar, situación ridícula, si no dramática.
Para saber de qué estamos hablando no hay que soltar eslóganes, como hace la izquierda, sino empezar por el principio y advertir que «el progresismo, lejos de consistir en un mero cambio, depende de lo que conserva, ya que quienes no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo», como dijo Santayana, que seguro no han leído los marxistas modernos ni se enseña hoy en las Facultades de Ciencias Políticas. Tampoco es una autopista lineal hacia el futuro, como advierte la marcha de la humanidad y aquí me creo obligado a decir que creo en el progreso porque lo he visto a la largo de mi vida. De la España de mi infancia, la de hace ochenta y tantos años, a la de hoy hay un mundo. Pero el camino recorrido, como el del resto del planeta, ha estado lleno de meandros, como hacen los ríos para sortear los obstáculos que la naturaleza ha puesto a su paso, habiendo incluso parajes en que parece ir hacia atrás, pero es sólo para poder seguir su marcha hacia delante. Algo que sólo se entiende viendo el mapa, la Historia en conjunto, y «no tomar cada innovación con gritos de triunfo, porque puede ocurrir que dentro de poco se conviertan en gritos de espanto», como advirtió Bertolt Brecht, que no fue precisamente un reaccionario. Me atendría mucho más a la circunspecta advertencia de Alfred North Whitehead: «El arte del progreso es preservar el orden en el cambio y preservar al cambio en el orden», ya que del desorden sólo puede salir el caos, el estado inicial de las cosas, es decir, la vuelta a la casilla de salida, lo contrario del progreso bien entendido.
También hay que saber diferenciar el progreso del falso progreso, las luminarias que algunos románticos, ilusionistas o sencillamente estafadores, a cuya cabeza pondría a Rousseau, que envuelven ideas descabelladas, como «el hombre nace libre y por doquier se halla encadenado», matriz de toda la política buenista que ha llevado a tantos países a la ruina y a tantas personas a la sepultura. Hay ideas brillantes, sin ir más lejos «haz el amor, no la guerra», que terminan en el macabro asesinato de Sharon Tate y sus huéspedes a manos de la «familia Manson». A estas alturas deberíamos estar prevenidos contra los profetas, los vendedores de paraísos y asaltantes de cielos que resultan ser asaltantes de tu vida y hacienda, cuando no unos simples vendedores de crecepelos, que son la mayoría de ellos. A este respecto me viene a la cabeza un dicho popular en Estados Unidos, aunque seguro que fue de alguien con más sentido común que sus vecinos: «¿Puede llamarse progreso a que un caníbal use cuchillo y tenedor para comerse a su vecino?». Pues es exactamente lo que ha ocurrido a lo largo de los dos últimos siglos y amenaza continuar en el que llevamos ya consumidas casi dos décadas sin que nos hayamos enterado.
Que el afán de progreso debe de estar impreso en el ADN del genero humano lo demuestra que es el único ser vivo que no se limita a cumplir las órdenes de la naturaleza, sino que busca ir siempre un poco más allá, y nos ha permitidos dominar ésta, siendo mucho más débil que buena parte de los mamíferos superiores e incluso poder violar sus leyes, como es volar, vivir bajo el agua y explorar el universo. Hay tras ello un descontento con lo que vemos y oímos alrededor y un afán de mejorarlo, que unas veces sale bien y otras, mal. Puede incluso verse en ello un afán de mejorar la obra del Creador, o de la naturaleza si quieren, que figura ya en la Biblia con la construcción de la Torre de Babel, que tan mal acabó, como tantos intentos de construir el paraíso en la Tierra. Es decir, de ir más allá de nuestras reales posibilidades, base de todas las utopías. De ahí el cuidado que hay que tener con ellas.
Lo que traducido a la práctica significa que el progreso debe ir siempre unido a la ética. El crecer por crecer, sin respetar las más elementales normas de convivencia o el simple sentido común, lleva a la desgracia, como saben empresarios y obreros, dirigentes y dirigidos, aunque nadie parece atenerse a ello, lo que tal vez signifique que los límites del progreso no vienen marcados por el grado de desarrollo, como mostró el siglo XX, con el mayor número de víctimas en guerras, precisamente por el extraordinario desarrollo de las armas. Sin que pueda atribuirse al salvajismo de los contendientes, porque vimos a un país como Alemania, que había sido líder en muchos terrenos de las ciencias y las artes, caer en las mayores barbaries. Lo que me trae a la cabeza lo que Henry Wallace dijo a principios del siglo XX: «El siglo que empezamos puede ser el cementerio del hombre corriente». ¿Lo va a ser el XXI?
Para resumir: el progreso es posiblemente el rasgo diferencial de la especie humana, lo que nos ha convertido en «reyes de la creación», como enfatizaban los progresistas de antaño. Pero a estas alturas sabemos que el progreso desbocado puede llevarnos a la miseria o a la destrucción de la vida en la Tierra. Sin que hayamos aprendido a diferenciar el progreso real del falso. Ahí tienen a los argentinos votando al peronismo que les llevó media docena de veces a la ruina y a españoles que, tras un Zapatero 1, nos la jugamos con un Zapatero 2 corregido y aumentado........José María Carrascal 

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