Si el G-7 reúne a lo mejor del PIB (Producto Interior Bruto) -los estados que poseen mayor potencia económica- también suelen concentrar en la calle, o en los alrededores del lugar donde se celebran sus reuniones, lo mejor del PED (Producto Exterior Demagógico). No es que a mí me tranquilice ningún dirigente, y mucho menos cuando hay tipos tan desacomplejados y toscos como Donald Trump, pero al menos se someten a las reglas internas de sus Estados y a las limitaciones que suelen imponer las sociedades de Derecho, incluso sobre quienes son elegidos democráticamente para gobernar.
Mucho menos tranquilizador es contemplar a los profesionales de la revolución utópica, a cuyo alrededor se juntan predicadores del cielo proletario, asalariados de la protesta, profesionales del populismo, jornaleros de variados nacionalismos e, incluso, jefes de bandas de asesinos en excedencia, como es el caso de David Pla Martín, que ya no aparece encapuchado y con boina (¡lo que a Berlanga le hubiera sugerido esa indumentaria!) sino a rostro descubierto, dispuesto a seguir trabajando para la felicidad de los vascos, pero a través de otros procedimientos, ya sin necesidad de organizar secuestros y asesinar personas, sino protestando en la calle para empujar hacia ese paraíso que predican con expresión de misioneros bondadosos.
No, no me fío de los dirigentes de países de gran potencia económica, porque me consta que los ciudadanos también nos equivocamos a la hora de elegir (pongamos que hablo de Brasil, o de Italia o de la futura Argentina) pero al menos existen frenos, trabas y contenciones reglamentadas, que inhiben al autoritario que todos llevamos dentro de realizarse con plenitud.
Los que protestan no disimulan. Algunos, como los secesionistas, ya han establecido la red de espías y delatores que constituyen la base de una buena dictadura, y, otros, como David, ya han probado la manera de domeñar a la sociedad y pretender cambiarla a base de dispararle un tiro en la nuca a cualquier inocente, o poner unas bombas debajo de los automóviles para que el propietario, al activar el encendido, demuestre, fehacientemente, que la carne humana no resiste a los explosivos.
Nunca se arrepienten de sus crímenes, ni admiten su derrota. Al contrario, se sienten satisfechos de haber llevado a cabo el inmenso favor de no matarnos, se auto ungen como sacerdotes de la paz y se toman del brazo con algunos de los bienintencionados que creen que las buenas personas están en la calle, y las malas conspirando para hacernos más pobres. Los de dentro, los del G-7, de vez en cuando, y a su pesar, provocan una de esas burbujas que nos arrastran, y nos obligan a pagar a escote sus errores, pero es que los de fuera son especialistas en generar más pobreza y menos libertad allí donde llegan. Pero con su maniqueísmo sectario están convencidos de que son la aristocracia moral, y ni siquiera las matanzas que contribuyeron a organizar, el inmenso dolor y luto que provocaron, les impide el gozo de creer que son lo mejor de cada casa....Luis del Val
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