El 26-M tenemos la oportunidad de presentar resistencia allá donde todavía es posible
Rodríguez Zapatero fue el primero en emplear la palabreja de marras otorgándole su significado actual, para referirse a sus conversaciones con ETA. «Proceso» era un eufemismo mucho más conveniente que «negociación», por tratarse de un término vago, ajeno al contexto político, que evitaba concretar la contrapartida inherente a todo pacto acordado entre dos partes (el Gobierno y una banda terrorista) y permitía mantener el discurso oficial dentro de límites democráticamente aceptables. Desde entonces, cualquier cuestión inconfesable, vergonzante o simplemente incómoda para sus protagonistas se denomina «proceso»; desde el intento de golpe de Estado secesionista perpetrado en Cataluña hasta la moción de censura que acabó con un bolso ocupando el lugar de Mariano Rajoy y nos ha traído hasta donde estamos. Vivimos constantes «procesos» aparentemente inconexos, que en realidad confluyen en un objetivo único: la demolición de la España constitucional modelada por la Carta Magna del 78 merced a un amplio consenso. ¿Qué será lo que sustituya a la Nación definida en esa Ley de leyes como «patria común de todos los españoles»? Eso nadie lo sabe. Lo único seguro, de momento, es que el electorado ha otorgado carta blanca a una mayoría de sus representantes para que se lancen a experimentar, y no precisamente con gaseosa.
Eso que llaman «proceso» ha supuesto para la izquierda republicana catalana 6 escaños más en el Congreso y para la derecha fragmentada 5 menos, mientras el PSC suma otras tantas actas a sus huestes después de que su líder, Miquel Iceta, confesara abiertamente su plan de convocar un referéndum de aquí a diez o quince años, cuando la opinión pública española se haya hecho a la idea de que la soberanía nacional ha dejado de pertenecer al pueblo. En el País Vasco, se traduce en que el PP desaparece y sus escaños pasan a EH Bildu. Dicho de otro modo, la voz de los asesinos sustituye a la de los asesinados. Los recogedores de nueces peneuvistas obtienen un asiento más y el PSOE duplica su fuerza a cambio de aceptar el concepto de autodeterminación, antesala de su reconocimiento formal como derecho. Porque de eso estamos hablando cuando hablamos del «proceso». No se materializará de inmediato el ejercicio de esa potestad, pero se empezará por brindar impunidad a quienes quisieron acelerar las cosas declarando unilateralmente la independencia de Cataluña y se introducirá poco a poco el debate en la sociedad, otorgando normalidad e incluso respetabilidad a lo que vetan la Constitución, la historia y la lógica económica. El tabú se ha roto.
El «proceso» ha vencido cómodamente en la urnas del 28-O, esa es la verdad. Cierto es que contaba con aliados poderosos, empezando por la fragmentación del adversario y siguiendo por unos medios de comunicación mayoritariamente volcados en su defensa, sin olvidar un sistema educativo suicida que puso en sus manos, hace décadas, las herramientas necesarias para reclutar un ejército creciente de adeptos. Su máximo abanderado, Pedro Sánchez, inicia ahora una ronda de conversaciones tan inútil como falsaria, toda vez que resulta evidente quienes van a ser sus escuderos: Pablo Iglesias y Oriol Junqueras. Una izquierda tan extrema como extrema es la derecha encabezada por Abascal, por más que la biempensantía patria la colme de bendiciones a la vez que demoniza a Vox.
El día 26 de mayo, más que una segunda vuelta, tenemos la oportunidad de presentar resistencia allá donde todavía es posible. Esperemos que el buen juicio prevalezca sobre las tripas y podamos articular una defensa efectiva, aunque solo sea para ganar tiempo..
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