Tras su máscara mansurrona y sus cínicas buenas palabras hacia los españoles, Oriol Junqueras, de 50 años e historiador de formación, es hoy el mayor enemigo de España, pues se trata del auténtico cerebro del único movimiento que amenaza la existencia de la nación española. Cuando Puigdemont dudaba, él fue quien presionó a favor de la declaración de la Declaración Unilateral de Independencia, aprobada el 27 octubre de 2017, en hecho insólito e hiriente para millones de españoles (incluidos más de la mitad de los catalanes). Por su plan golpista, está siendo juzgado bajo acusación de rebelión, malversación y sedición.
Junqueras vive su credo independentista como una fe religiosa. Ha contado que abrazó la causa con solo ocho años. En 2006, sembrando lo que luego germinaría, fue cofundador de una plataforma en pro de la autodeterminación y el referéndum. Desde 2010 inició una ronda de arengas por pueblos y ciudades para predicar que Cataluña sufría un robo sistemático del Estado español. Su tono queda bien resumido en estas palabras de marzo de 2013 en Sant Andreu: «Ya sé que hay gente que dice: “Ya está Junqueras diciendo que la culpa es del Gobierno español”. Ya, pero es que es así. El año pasado nos jodieron 13.000 millones. Pero es que Junqueras siempre dice que es culpa del Gobierno español. Claro, pero es que nos jodieron 13.000 millones. Pero es que ya lo ha dicho. Ya, ya, pero es que nos los jodieron, y con 13.000 millones no habría ningún recorte en Cataluña, ni uno». Sus cifras eran falsas. Como su aserto de que Canadá, Alemania y Estados Unidos publican cada año balanzas fiscales internas. O como su promesa de que la UE aceptaría encantada a una Cataluña independiente. O como su vaticinio de que con la independencia la economía catalana se dispararía (la realidad es que se han fugado cerca de 6.000 empresas desde el golpe de 2017). En resumen: un fanático de una causa supremacista, que opera como un mentiroso compulsivo y tiene como meta destrozar España.
¿Y cómo nos defendemos de este adversario? Pues siento decirlo, pero a veces España parece el país más tonto del mundo, aunque no lo sea. Según nuestro ordenamiento, los presos golpistas tenían derecho a presentarse a las elecciones y ser elegidos. Es cierto. Pero se podía haber evitado perfectamente que ayer convirtiesen la recogida de sus actas en un acto de propaganda. Llegaron incluso a grabar vídeos promocionales. Y tenemos un país tan dadivoso con quienes vienen a por nosotros que no solo se toleró, sino que la televisión pública española se pasó el día reproduciendo esas soflamas. El reglamento del Congreso establece claramente en su artículo 21 que todo diputado en prisión preventiva «será suspendido de sus derechos y deberes parlamentarios». No caben dudas. Hoy mismo deberían ser apartados. Sin embargo habrá consultas superfluas, dudas, melindres... El país más tonto del mundo -que no lo es, pero que a veces lo parece- jamás perdona la ocasión de hacer carantoñas «progresistas» a quienes trabajan a destajo para liquidar la nación más antigua de Europa...Luis Ventoso
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