El director de ElSemanal señala la improcedencia de una 'causa general' 
contra el PP de quienes quieren, con ello, asaltar los cielos. Pero 
también denuncia la inanidad de los populares. 
Para quienes durante años hemos defendido la gestión del PP en la Comunidad de Madrid
 apelando a la sacrosanta autoridad de los datos frente a los prejuicios
 y el sectarismo campante en España (comprueben ustedes los índices de 
crecimiento del PIB, la tasa de desempleo, el progreso escolar, el 
aumento de la renta o la combinación de deuda y déficit y llegarán a la 
misma conclusión), la detención de Ignacio González en 
la ‘Operación Lezo’ es, más que un jarro de agua fría, una dolorida 
invitación a dar la razón a quienes habían inducido una causa general 
contra el aguirrismo por la corrupción para compensar por esa vía su falta de éxito ante los ciudadanos.
La detención de González es una dolorida invitación a dar razón a quienes habían inducido una causa general contra el aguirrismo para compensar por su falta de éxito electoral
La convivencia de un evidente éxito en la gestión, por mucho que 
moleste a tanto trompetista de Jericó que lleva siglos diciendo burradas de Madrid (“Vamos a tener que ir al hospital con la tarjeta de crédito
 en la boca") a pesar de los incontestables progresos experimentados por
 la región en contraste con casi todos los demás territorios de España 
(y ello sin un régimen financiero similar al de Euskadi o Navarra, que 
se quedan lo ‘suyo’ mientras la Comunidad madrileña lo comparte con 
todas); con una fenomenal trama –sí, en esto y para esto sí tiene razón Podemos
 aunque duela- de corrupción orquestada desde la cúpula del Gobierno no 
es sólo un baldón escandaloso para sus indecorosos protagonistas; sino 
también una triste enmienda a la totalidad de un proyecto y de una 
manera de gestionar que se echa y se echará de menos en España.
Entiendo que afirmar esto, mientras el pájaro de Granados está en la jaula y el capo González
 de la banda rival también, puede resultar contradictorio e incluso 
molesto para el lector, pero si ha habido alguien capaz de ofrecer un 
modelo alternativo al blandiblú socialdemócrata que apenas 
diferencia a populares y socialistas de toda Europa capaz, tal vez por 
ello, de frenar el nacimiento de nuevos populismos dispuestos a llenar 
el vacío dejado por la falta de chicha de unos y otros; ése era el 
representado por Esperanza Aguirre. La única antisistema, aun con su pinta de Theresa May pasada por Chamberí, que ha dado la política española en algunos lustros.
Tan razonable es que a Aguirre la adoraran sus votantes como que la 
detestaran todos los demás, pues ha sido de las pocas con las 
suficientes dosis de convicción, valor y decencia personal para intentar
 que el Bienestar del Estado no se lleve por delante al
 Estado de Bienestar, agotando los recursos públicos en la estructura 
que los atiende en nombre de un ciudadano al que no le llegaban los 
servicios: allá donde no haya un político dispuesto a enfrentarse a los 
gremios –empezando por el suyo- que han obrado el pavoroso milagro de 
obsequiar al ciudadano con una doble dosis de recortes y subidas fiscales
 sin lograr con ello bajar la deuda (piénselo, trovadores del 
inexistente austericidio, y verán que el gasto no ha bajado, lo que ha 
pasado es más grave aún), se mantendrá una insoportable estructura de 
gasto público que no frenará la deuda ni cambiará modelo productivo 
alguno ni augurará a España otra cosa que ser un país de chachas, 
camareros y reponedores por la imposibilidad de las heroicas pymes 
patrias de dar un salto cualitativo en su asfixiada actividad.
Grandes logros pese al hedor
Haber superado en PIB a Cataluña, mientras se aporta más del 90% del dinero del fondo de reequilibrio territorial
 y se infrafinancia al madrileño con arreglo a su renta (un vasco o un 
navarro reciben el doble o pagan la mitad con los mismos ingresos) y 
haber empatado en rendimiento escolar con los países 
escandinavos son dos logros de Aguirre incontestables y revolucionarios 
que ni el hedor de su charca circundantes puede ni debe tapar.
Que probablemente expliquen el formidable odio que generaba fuera y 
dentro de su formación y la inquina incluso de Podemos, sagaz a la hora 
de identificar quién de verdad podía contraponer al populismo,
 tan facilón desde la calle o la oposición, un discurso, unos principios
 y unos logros en lugar del miedo, la nadería y la falta de relato que a
 menudo acampan en el PP y se han alojado por completo en el PSOE.
Pero todo eso, con errores obvios y una chulería a menudo 
innecesaria, puede quedar enterrado por la repugnante evidencia de que 
los dos Príncipes de la Reina pueden ser en realidad Rinconete y Cortadillo y que, mientras, ella no se daba cuenta en su trono.
Es infumable querer meter en el saco a todo el PP, a Aguirre, a Cifuentes y hasta a Rajoy para compensar así la falta de votos
Cualquier aficionado al análisis del lenguaje corporal, de la mirada y
 de la voz coincidirá conmigo en que la Aguirre que lloró al salir de su
 declaración en la Audiencia Nacional por la Gürtel estaba diciendo la verdad y todo lo que salía por su boca era sincero: los mismos gestos forzados que delatan a Pedro Sánchez
 cada vez que comparece en público para dejar claro que ni él se cree lo
 que dice son, en el caso de la lideresa, testimonio de que siente y 
cree lo que perora aunque para muchos sean una actuación digna de la 
gran Meryl Streep.
Imaginarla pillando o consintiendo que pillen el tal Paco y el cual Nacho –qué decepción señor González, qué decepción- es muy complicado incluso para quienes querrían verla colgada de una pérgola, patas arriba como Mussolini;
 y en la razonable petición de responsabilidades políticas que ya sólo 
podían ser su confirmado abandono del Ayuntamiento, ni puede ir incluida
 una acusación delictiva personal ni, mucho menos, una causa general 
contra todos sus mandatos, contra el de su sucesora Cifuentes y ya puestos contra todo el PP de Rajoy.
A nadie se le ha ocurrido ampliar a todo el PSOE los escándalos de sus dos últimos presidentes, con Susana Díaz al lado
Si vergonzoso sería negar el monumental escándalo que constituiría la
 demostración de que todas las cosas que se dicen en el auto de Eloy Gonzalo
 son ciertas; lamentable sería emplearlas para extender la mancha al 
total de un partido que, simplemente, viene ganando las sucesivas 
elecciones autonómicas o nacionales: primero porque sería despreciar al 
elector, de sobra informado cuando acude a las urnas y vota lo que le 
parece; y segundo porque vendría a confirmar la deriva antidemocrática 
de quienes se sienten legitimados para alcanzar el poder por una 
inexistente autoridad moral superior que ora emana del auténtico pueblo,
 ora lo hace del inaplazable abordaje del estanque de las dichosas 
ranas.
Al igual que a nadie se le ha ocurrido ampliar a todo el PSOE el 
estigma derivado de las imputaciones de sus dos últimos presidentes, Chaves o Griñán, por una corrupción sistémica que no le pillaba demasiado lejos precisamente a su inminente lideresa, de nombre Susana y de apellido Díaz;
 hacerlo al PP en toda su extensión por los bochornos vividos en Madrid o
 Valencia es tan improcedente como peligroso a efectos constitucionales:
 esa interpretación ad hoc de cuál debe ser la respuesta 
adecuada a un fenómeno determinado, por encima de legalidades, plazos y 
procedimientos; es la que ha explicado a lo largo de la historia desde 
el levantamiento de Franco hasta el encarcelamiento de los rivales de Maduro. Como tenemos razón, se dicen todos los movimientos tiránicos, vamos a coger lo que debe ser nuestro y 
En una democracia sana se acatan las decisiones judiciales, se persigue al delincuente,
 se convoca a los ciudadanos a las urnas y se respeta el reparto de 
funciones que cada pilar del Estado encarna con arreglo a unos 
procedimientos regulados para cada uno de los casos; sin atajos ni 
hogueras ni prebendas arrogadas desde una premisa tan inmunda como los 
males que se dicen perseguir, consistente en concederse el derecho a implantar el bien por lo civil o por lo militar.
En una democracia sana se acatan las decisiones judiciales, se persigue al delincuente, se convoca a los ciudadanos y se respeta el reparto de funciones sin atajos
En tiempos de posverdad, que no es más que el neotérmino de un fenómeno tan antiguo como la simple propaganda, la realidad cuenta menos que la versión extrema que de ella se dé; y en esto el PP ha sido una calamidad tanto para replicar el discurso económico, político y social que ha hecho germinar al populismo
 cuanto para defenderse de una causa general que pretendía convertir la 
escandalosa corrupción de unos pocos (demasiados) en la vara de medir 
del conjunto de una organización presentada como una diabólica maquinaria austericida y corrupta, a ver si así la echaban del campo de juego.
A Rajoy le votaron sabiendo sus famosos SMS con Bárcenas. Aguirre ganó las Elecciones con Granados en el trullo. Cifuentes
 se convirtió en presidenta con esas dos mochilas ajenas a su espalda, 
los tres desde una misma formación que tiene bastantes más ovejas 
blancas que negras por mucho que éstas huelan a kilómetros de distancia.
El ciudadano, en fin, votó y vota con toda la información y, frente a
 esa ‘explicación’ que le presenta como idiota o rehén de ladrones y 
mangantes, simplemente supo distinguir las (espeluznantes) excepciones corruptas de la categoría y priorizar egoístamente aquello que le venía mejor pese a la atronadora ceremonia de criminalización de su voto antes y después del paso por la urna.
Sobre la corrupción, que pretende convertirse en causa general
 por los mismos antisistema que intentaron la misma estrategia con las 
castas, la pobreza o Europa con insuficiente éxito; la única forma 
democrática de que se derrote ya está en marcha desde hace tiempo, por 
impulso del propio PP (le luzca poco o mucho y lo sepa explicar o no) por imposición de Ciudadanos; por decisión de los electores o por la acción de la Justicia: nuevas normas (desde la de transparencia
 hasta la de financiación de los partidos), una respuesta judicial sin 
injerencias destacables ni excepciones (ahí tienen al propio Rajoy citado de testigo sin ningún tacto por el cargo que ostenta), un catálogo de exigencias de sus aliados vinculadas al apoyo parlamentario (sea en Murcia, Madrid o para España) y un retroceso en los comicios a modo de inequívoco aviso.
Impulsar causas generales por corrupción es el miso truco probado ya con la pobreza, la austeridad o las castas
Una caída notable y precusora de otras mayores si no se reacciona con
 energía, sin duda, pero menor de la esperada por quienes, desde el PSOE sanchista a Podemos, no han hecho otra cosa que bajar sin frenos o crecer menos de lo esperado en el mismo periodo. No es casualidad que Ciudadanos haya sido el único, con sus errores y aciertos pero en todo caso una agenda constructiva, en mantenerse y ser útil de manera razonable.
Vender la idea de que España entera es corrupta no 
sólo es tan injusto como señalar anticonstitucionalmente a una raza, un 
credo o una ideología; sino que además aleja al ciudadano de los avances
 que hacen falta en una materia tan espinosa y ofensiva: nada peor para 
resolver un problema que presentarlo como un magma colectivo e irresoluble
 en el que, se haga lo que se haga contra quien lo merezca, no servirá 
de nada hasta que los salvadores de la patria tomen el testigo e 
impongan su Arcadia feliz.
Al PP, más allá de la colección de escándalos que no abochornan más a quien reclame un cadalso global
 que a quienes simplemente pedimos una intervención judicial impecable y
 una respuesta política presentable, le ha faltado en esto lo que le ha 
faltado en todo: un relato alternativo al dominante, que no se inspira en la fuerza de los argumentos ni de los datos sino en la estimulación simplona de las emociones.
Al PP le ha faltado y le falta un relato alternativo al dominante, con más altavoces y mejores eslóganes
Que con un González apartado de la cabecera electoral y una Cifuentes ajena a esos hechos y primera denunciante de los mismos el Pablo Iglesias
 de turno (el de las millonadas de Venezuela, que aunque incluso no sean
 delito son indecentes e incompatibles con la ética elemental exigible a
 un demócrata europeo) se permita airear una moción de censura contra el Gobierno de Madrid a pachas con Ramón el pisito Espinar e Iñigo becas Errejón y, no contento con ello, aproveche para reclamar algo parecido contra Rajoy
 sin que haya una respuesta frontal convincente; lo diría todo de la 
tibieza argumental, de la modestia intelectual y de la inanidad política
 de un PP incapaz de entender, a estas alturas, que el juego no depende 
de lo que sea verdad, sino de lo que sea presentado como verdad con más altavoces y mejores eslóganes. De momento, Cospedal ha sido la que más claro ha visto ese riesgo, reaccionado con la misma vehemencia que ya le llevó a echar al impresentable Bárcenas.
Porque España, pese a todos los casos de corrupción que han asolado a PP y PSOE
 en distintas etapas, ha dado un salto soberbio en 40 años de democracia
 pilotada por ambos; y no entender que quienes entierran esa evidencia 
para presentar los desvaríos codiciosos, la avaricia más impúdica y el 
choriceo más ramplón de unos pocos sólo intentan con ello ‘asaltar los cielos’ en tramabús, sería el último gran error de los muchos cometidos.
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