Con el nuevo proyecto estatutario, el Estado tendrá que pedir permiso al nacionalismo para existir en el País Vasco
La primera consideración que plantea el proyecto del nuevo Estatuto vasco es la de para qué hace falta un nuevo Estatuto vasco. Y no basta la respuesta de que lo reclama una mayoría de ciudadanos -o de partidos- vascos, porque un Estatuto es una ley orgánica paccionada que se aprueba en las Cortes y por lo tanto se supone que responde a una necesidad reconocida por el Estado. Si la española fuese una democracia fuerte, en la que el concepto de la soberanía contase con suficiente arraigo, el Congreso debería limitarse a inadmitirlo sin entrar en el fondo de su articulado. Simplemente, no es un asunto prioritario. La autonomía vasca funciona con notable éxito y sus márgenes son lo bastante amplios -hay quien opina que demasiado- para garantizar los servicios y los derechos de los ciudadanos. Ir más allá, sobre todo en el sentido que propone el borrador que hoy comenzará su curso parlamentario, supone la creación de un espacio confederal en el que la idea misma de España, y desde luego su presencia institucional, se evaporan de facto. Menos mal que el PNV, su principal promotor, pasa por moderado.
Entrando en detalles, el texto se anexiona en la práctica Navarra, se apropia de todas las competencias administrativas, se permite definir una «identidad nacional» vasca, con la consecuente atribución de un sujeto político distinto del que establece la Carta Magna, y se arroga derechos propios como el de una autodeterminación a la carta. El Plan Ibarretxe 2.0, planteado con cierto decoro y en una dosis de arrogancia algo más baja. Pero la voluntad de acuerdo es mera cortesía: subyace la amenaza de abrir un conflicto si el Estado no traga. Que tragará en mayor o menor escala porque Sánchez necesita a los nacionalistas dentro de su alianza de poder y porque el PSE y Podemos ya han consensuado gran parte de su traza.
Es más: el PP ha rechazado el boceto pero ha presentado su texto alternativo, lo que significa aceptar el marco mental y político planteado por el nacionalismo. O sea, el designio de avanzar en un autogobierno que la mayoría de votantes del centro-derecha español consideran ya desigualitario y hasta abusivo. Si ésta es la posición del único partido que en Euskadi defiende la lealtad al constitucionalismo, qué se puede esperar de los que la cuestionan desde un principio. Cada vez parece más remota la posibilidad de que los populares entiendan que para existir en el País Vasco no necesitan pedir permiso.
Domina en la política nacional, a derecha e izquierda, el pensamiento de que al PNV hay que agradecerle que no reclame la independencia. En eso consiste la supuesta moderación de una fuerza que se las apaña de tal modo que parezca que las elecciones generales se celebran para ver quién tiene el privilegio de negociar con ella. En el error de caer en su trampa va incluida la penitencia que acabará pagando España entera....Ignacio Camacho
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