De la maldad es casi imposible sacar a nadie porque el maligno es extremadamente poderoso
Sospecho que a casi todos nos vienen a la cabeza en el día de Navidad aquellas celebraciones navideñas de nuestra infancia. Porque para muchos esta celebración sigue siendo una de las que más y mejor te recuerda la evolución del tiempo y de tu propia vida. ¿Quién no recuerda la Navidad de su niñez? Son muchos los que sienten un rechazo frontal a este día precisamente porque les trae buenos recuerdos de personas y gentes que no volverán. Eso es algo que no tiene remedio. Puedes enfadarte por ello, pero es una perfecta pérdida de tiempo. Todos hemos perdido a seres queridos, la persona con la que intentamos construir una familia, un padre que podía haber enseñado a nuestros hijos mucho más que nosotros, otros que siguen vivos y a los que has apoyado sin matices en los momentos más difíciles de su vida, pero que ahora han decidido romper los lazos familiares por la más bastarda de las razones. Ninguno de esos ejemplos tiene arreglo: con los muertos, por razones obvias. Y con los vivos porque cuando la maldad anida en el corazón de las personas, resulta extremadamente difícil curarlas. Se puede sacar a alguien del error si está dispuesto a escuchar. De la maldad es casi imposible sacar a nadie porque el maligno es extremadamente poderoso. Intuyo que casi todos podemos tener ejemplos de todo lo anterior a nuestro alrededor y ello nos hará un poco dolorosa esta Pascua de Navidad.
La Navidad también resulta incómoda para quienes, además de perder a seres queridos, han tenido la desgracia de perder la Fe. La Fe es una Gracia que nos da Dios y los que la tenemos sabemos que somos inmensamente afortunados y tenemos que agradecérselo cada día. Porque esta fiesta se funda en un acto de Fe. Una Fe que es el pilar sobre el que se sustenta la civilización más exitosa del mundo, la que nos ha dado un progreso sin igual en nuestros días y entre las demás civilizaciones de la tierra. La civilización que ha desarrollado el sistema político al que todos dicen aspirar o con el que intentan ser equiparados: la democracia occidental es hoy el modelo de referencia e incluso sus enemigos más relevantes, como la República Islámica del Irán o la República Popular China, aspiran a justificar un elemento de democracia dentro de sus sistemas para garantizarse su legitimidad. Sobre esta civilización se funda también la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que, aunque en ocasiones sea utilizada torticeramente, tiene un valor inmenso para todos los habitantes del planeta. Especialmente para los más desfavorecidos.
Todo ello surgió, en sus orígenes, de una civilización que se fundó sobre las enseñanzas de nuestro Evangelio. Pero una civilización, también, que parece haber renunciado a lo que es, a su razón de ser, porque se vive muy bien sin hacer examen de conciencia y sin preguntarnos por qué estamos en este mundo y qué debemos hacer para ser mejores y más justos con los demás.
Cuando tienes la suerte de poder volver a pasar la Navidad en la casa en la que creciste en tu infancia, rodeado de tu madre, parte de tus hermanos y sobrinos y todos tus hijos, tienes una gran ocasión para reflexionar sobre la suerte que tienes, lo agradecido que has de estar a Dios por la vida que te ha dado y, sobre todo, por la que tienes por delante. Una vida de felicidad en lo personal y de enorme reto en lo que te rodea, en tu entorno inmediato y más allá, con la patria desmembrándose y los fundamentos de nuestra civilización cuestionados a diario y con los católicos, cada día más, en las catacumbas. Pero cuando hay Fe e ilusión, hay esperanza...Ramón Pérez-Maura
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