He estado leyendo estos días las cartas de Vasili Grossman, editadas por su hijo adoptivo Fedor Guber, que suponen un documento de extraordinario interés sobre las penalidades de un escritor en un régimen totalitario como era la Unión Soviética de los años 60.
Grossman tardó diez años en escribir «Vida y destino», su obra maestra, en la que describe el sufrimiento de la familia Shaposhnikov durante la batalla de Stalingrado que él cubrió como corresponsal de guerra. Una novela de más 1.000 páginas, que evoca, según los críticos, el aliento épico de Tolstoi y la inspiración de Pasternak.
En 1960, meses después de acabar su monumental trabajo, el KGB irrumpió en su casa y se llevó los originales del libro, asegurándose de que no quedara ninguna copia. Por fortuna, Grossman había entregado una versión de su obra a un amigo, lo que permitió que viera la luz en Suiza en 1980 gracias a la mediación de Sajarov, que fotografió las páginas del borrador clandestino.
Grossman murió triste y deprimido en 1964 en Moscú tras ser declarado persona non grata y prohibidos sus escritos. Pero no se rindió nunca ni renunció a su dignidad. Hay una carta que envió a Kruschev tres años antes de su defunción en la que reivindica su novela y señala que es un testimonio de lo que han visto sus ojos.
A raíz de la misiva, Mijail Suslov, ideólogo del régimen, recibió a Grossman en su despacho y le dijo que «Vida y destino» tardaría 250 años en ser publicada en su país tras reconvenirle por el terrible daño que podría hacer el texto. Erró en el pronóstico porque Gorbachov permitió su impresión en los años 80. Ya era demasiado tarde para Grossman, pero resulta impresionante leer la defensa que hace de su obra y cómo se niega a cualquier tipo de censura o gesto de humillación para ganarse el perdón de la cúpula soviética. El autor ucraniano, de origen judío, sabía que su novela era suficientemente importante para no renegar de ella. Y, por ello, prefirió morir en el ostracismo antes que tocar una coma.
He leído esas cartas durante estas fechas navideñas con una sensación de vértigo por el paso del tiempo. La vida es extraordinariamente breve y los recuerdos de los familiares y amigos desaparecidos cobran vida propia estos días. Grossman tuvo una existencia muy difícil con desgracias como la muerte de su hijo mayor y su madre en la guerra. Era un hombre con tendencia a la depresión y en sus últimos años padeció penurias económicas y la marginación de los círculos literarios oficiales.
Seguramente pensó en sus últimos días que su vida había sido inútil y sus esfuerzos, baldíos. Pero milagrosamente se equivocaba porque «Vida y destino» resurge hoy como un clásico que nos ilumina y nos ayuda a comprender el drama de millones de personas aplastadas por el nazismo y el estalinismo.
No hay buenos ni malos en esta novela, sólo víctimas de la barbarie. Sería bueno que las nuevas generaciones descubrieran a Grossman para aprender esta lección....Pedro García Cuartango
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