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En ocho días estamos jubilando el 2019. Otro año perdido. Ni una solución a la vista a ni uno solo de los principales problemas del país.
Desde febrero, cuando saltó por los aires la negociación opaca de Sánchez con el gobierno catalán (por el relator) y naufragaron los Presupuestos Generales del Estado, lo único que ha cambiado en España es que Franco estaba antes en el Valle de los Caídos y ahora está en Mingorrubio. La exhumación. Fue un hecho histórico, punto final a un largo camino, pero no cambió ni la deriva del país ni la vida cotidiana de nadie.
Franco y la subida del salario mínimo. Son los dos cambios que deja el año. Eso, y el relevo en la tercera plaza de la carrera que libran permanente y enfermizamente los partidos políticos: donde antes estaba Ciudadanos, partido que se declara centrista, ahora está Vox, partido que no se declara. Dos elecciones generales, decenas de reuniones, cientos de declaraciones, miles de postureos y posturitas, para llegar a la Navidad de 2019 con la España a medio hacer y empantanada.
Lo que mejor se le da a quien hoy gobierna el país es reinventarse a sí mismo volviendo por donde solía. De Pedro Sánchez es palmario su desahogo para decir hoy lo contrario de lo que decía ayer, lo que antes provocaba insomnio al 95 % de los españoles hoy resulta que es lo que los españoles han urgido a hacer en las urnas. Pero no es menos palmaria su habilidad para, de tanto corregirse a sí mismo, acabar siempre en el mismo punto: haciendo depender su colchón de la Moncloa de Iglesias y del independentismo.
Si hay investidura antes de que termine el año –-mucho habría que correr ya--, o si llega para el cinco de enero –-con Sánchez, Iglesias y Rufián saliendo a celebrar su coronación en cabalgata— será porque se ha atendido a las últimas exigencias de Oriol Junqueras. Que paradójicamente no tienen nada de nuevas porque siempre son las mismas. A saber: que el Gobierno saque de prisión a sus reclusos y acepte que los catalanes decidan en referéndum si quieren ser parte, o no, de España. Lo único que hace ERC es ir adaptando esas dos exigencias a las circunstancias de cada momento.
Esta declaración que van a escuchar no es de hoy, ni de ayer, es de hace ahora un año. Sergi Sabriá, dirigente de ERC exponiendo los dos puntos de la negociación.
Reclusos a la calle y referéndum. Hace un año eran las dos exigencias para apoyar los Presupuestos Generales del Estado. Hoy son las dos exigencias para hacer presidente a Sánchez. Entonces emplazaban al Gobierno a neutralizar a la Fiscalía. Hoy le emplazan a ordenar a la Abogacía del Estado que apoye la excarcelación de Junqueras. Tardá lo llamaba, cuando aún era portavoz parlamentario, "desjudicializar".
Desjudicializar el proceso. Por eso la posición de la Abogacía del Estado se convierte en moneda de cambio: si dice lo que ERC quiere que diga, Junqueras levantará el pulgar y le perdonará la vida a Sánchez. Si no, en funciones otra temporada. La versión diciembre de 2019 de lo mismo de siempre lleva la firma del escudero de Junqueras, Pere Aragonés.
Sí que se entiende, sí. Como para no entenderlo, si llevan un año y medio explicándoselo a Sánchez.
Mucho se escribe hoy sobre el supuesto cambio que ha dado Esquerra Republicana aparcando la vía unilateral y abriéndose a pactar la solución a su conflicto con el Estado. El cambio, en realidad, no existe. Primero, porque un partido independentista que sostiene que el primero de octubre ya se produjo un mandato popular que obliga a consumar la independencia nunca va a renunciar a consumarla por una vía o por otra.
Ésta, en rigor, es la matraca independentista de siempre: ellos son dialogantes, democráticos, quieren un referéndum bendecido por el Estado español, pero si el Estado no se pliega y se inventa la forma de hacer un referéndum que no es legal como si lo fuera, entonces no les queda otra que tirar ellos millas por su cuenta.
Nunca presumieron de su famosa vía unilateral, lo que hicieron fue culpar al Estado español de que tuvieran que utilizarla. Siempre son los demás los que no les dejan otra salida… que incumplir la Constitución y el Estatuto.
La salmodia, por tanto, ha sido vuelta a bendecir este fin de semana por el Congreso de Esquerra. Y con éxito, porque hace tiempo que el equipo del presidente ha comprado esta mercancía averiada. ¿Se acuerda usted de Ábalos con aquello de que hay que encontrar cauces para que nadie tenga que incumplir las leyes?
O esto de Carmen Calvo, que aún no ha explicado en qué consiste el conflicto de Cataluña y entre quiénes es, pero ya proclama que entre el PSOE y Esquerra hay que encontrar la salida. ¿La salida a qué?
De momento la salida que van a intentar encontrar entre diferentes es la de Junqueras de prisión. Amparándose en la sentencia del Tribunal de Luxemburgo, consiguiendo que el condenado (sin dejar de estarlo) se persone en el Parlamento Europeo para fingir que ejerce como eurodiputado ---lo que espera ejercer es la inmunidad, no la defensa de los intereses de los españoles--- y esperando a que sea luego la Eurocámara la que deniegue el suplicatorio para que el condenado siga cumpliendo su pena.
Y entre medias, que el Gobierno se comprometa a encontrar la manera de convencernos a todos de que se puede convocar una consulta para que los catalanes se pronuncien sobre su independencia. Consultivo todo, por supuesto, no vinculante. Qué más vinculación puede desear el independentismo que una consulta cuyo resultado el gobierno dé como válido. La ganan y se acabó la discusión. Lo siguiente ya sería negociar las condiciones de la secesión.
Se entiende que Esquerra esté siempre martilleando sobre los mismos clavos: presos y autodeterminación. Ahora con la coartada de que hay que desbloquear el conflicto. A esto le llama Aragonés ser rompehielos.
Más que trencagel, Esquerra es trenca-ous. Más que rompehielos, y con perdón, rompehuevos.
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