Sánchez resucita a Franco y nos lleva de vuelta a la crisis, mientras sus socios separatistas añoran las taifas medievales
Pido perdón por el gerundio. Es un tiempo verbal inapropiado en un titular, pero indispensable para describir lo que está en curso; lo que acontece de forma sostenida en el tiempo. Y esa es, precisamente, la cuestión nuclear de este asunto. Ayer todos retrasamos las manillas de nuestros relojes (pretérito perfecto), en un gesto que nos hará perder una hora de luz. Nuestro presidente del Gobierno en funciones y sus aliados separatistas no se cansan de retrasar el reloj de España lustros, décadas o incluso siglos, con políticas que llevan camino de hacernos perder el tren del futuro.
Acabamos de presenciar el espectáculo obsceno orquestado por el candidato Sánchez con el empeño de retrotraernos a 1975, resucitar el fantasma de Francisco Franco, agitar el miedo a la Guerra Civil, avivar rencores sepultados en el olvido y desacreditar una Transición ejemplar, en su afán desesperado por arañar los votos que se empeñan en negarle las urnas. Un salto hacia atrás de cuarenta y cuatro años, retransmitido en directo por las televisiones públicas con un despliegue de medios costosísimo, no sólo innecesario en términos de preocupación social, sino abiertamente contraproducente, toda vez que solo ha servido para ahondar divisiones, crear crispación y reabrir heridas.
Claro que para crispación, la que alientan día sí, día también, los socios independentistas del líder socialista. Esos con quienes gobierna la Diputación de Barcelona y medio centenar de ayuntamientos catalanes, además de haberse aupado en sus escaños para trepar hasta La Moncloa. Ellos no se contentan con el siglo XX, sino que aspiran a volver al XI y reeditar la España de las taifas, los reinos y los condados enfrentados entre sí. Sienten una nostalgia malsana de la época en la cual Cataluña era un territorio más de la Corona de Aragón, pero como esa condición no termina de satisfacer sus elevadas aspiraciones, se han inventado una historia a la medida de sus delirios de grandeza y la imponen sin pudor en la escuela, la universidad y los medios de comunicación que controlan a base de subvenciones pagadas con dinero procedente de nuestros bolsillos. Dado que ni por ésas logran engañar a tantos como quisieran, han revivido igualmente la figura de los «mesnaderos», generosamente recompensados por su señor feudal para repartir estopa con todas las armas a su alcance. Ahora los llaman CDR, pero no constituyen una novedad, sino un vestigio polvoriento de ese pasado medieval que añoran con toda su alma y al que pretenden retrotraernos ante la impotencia o la complicidad de los tres poderes del Estado obligados a pararles los pies: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial.
El tercero anda muy ocupado dejándose manosear por el segundo. Éste, disolviéndose y constituyéndose para volverse a disolver, mientras quienes deberían legislar se dedican a ocupar posiciones dentro de sus respectivos partidos, obedecer y adular, con el fin de «salir en la foto» (es decir, repetir en las candidaturas en un puesto de salida). Y el primero, el Gobierno, haciendo electoralismo a base de prometer lo que no podrá cumplir además de gastar mucho más de lo que tenemos, para luego darse el gustazo de subirnos los impuestos. La ministra de Hacienda está encendida con la Comunidad de Madrid por reducir la presión fiscal sobre los ciudadanos, como si dejarnos respirar un poco constituyese una deslealtad a la patria. ¡Habrase visto atrevimiento! ¿Cómo osan Díaz Ayuso y Aguado entorpecer los planes de Sánchez para llevarnos de regreso a la crisis? Aquí no vale más política que la del retrovisor. Y lo llaman «progresismo»...Isabel San Sebastián
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