En el mundo se está dirimiendo una gran batalla ideológica, que en el fondo viene a ser la de siempre: la libertad contra el autoritarismo, y viceversa. China, avasallada por Occidente en el llamado «siglo de la humillación» que siguió a las guerras del opio, nunca ha olvidado aquella afrenta. Pronto será la primera potencia, y sin prisa alguna, acabará pasando su factura en forma de un nuevo orden ideológico.
«Haga como yo, no se meta en política», aconsejaba Franco a algunas de sus visitas cuando se ponía socarrón. Ese es también el tono aparentemente apolítico que adopta el gigante chino. Se presenta como una potencia amable, que solo aspira a hacer buenos negocios por todo el planeta, sin meter la cuchara ideológica. Venden su colosal proyecto de inversiones One Belt-One Road como la «Nueva Ruta de la Seda», una iniciativa cordial, un gran proyecto comercial y de infraestructuras que traerá beneficio mutuo para ellos y Europa (aunque cada vez más voces alertan de que puede ser un caballo de Troya que nos convertirá a medio plazo en su colonia económica). Pero en el discurso de la cada vez más orgullosa China comienza a asomar algo más: la afirmación de que su modelo dictatorial es mucho más eficiente y razonable que el de las democracias occidentales, cuyas conquistas liberales desprecian como una traba decadente que hace a los países menos resolutivos. Putin, que está en las mismas tesis pero es más zafio que los inteligentes y diplomáticos chinos, lo proclama abiertamente: el liberalismo está acabado y lo que se impone son los caudillajes fuertes.
En esta gran batalla ideológica, que evoca aromas de la Guerra Fría, lo normal sería que el líder de la mayor potencia del todavía llamado «Mundo Libre» se batiese contra las tinieblas que expande ese Mordor autoritario que ya anega Turquía, Rusia, Venezuela, China, las satrapías árabes, Irán... En el siglo XX, Occidente ganó la batalla al terrible totalitarismo comunista porque tuvo tres líderes que reflexionaban, que tenían una filosofía clara y una estrategia, que buscaban el magisterio de los mejores. Se llamaban Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Juan Pablo II. Juntos derribaron el Muro de Berlín. Hoy, el teórico capitán de los valores liberales de Occidente debería ser Donald Trump. Pero por desgracia no se muestra a la altura de tan digna misión. Es más, está convirtiendo la Casa Blanca en el Circo Donald. Solo ayer, y todo a golpe de tuit, montó un jaleo diplomático de tebeo, suspendiendo una visita a Dinamarca porque su Gobierno no se pliega a su ocurrencia infantiloide de comprarles Groenlandia; acusó a los judíos estadounidenses que votan demócrata de traidores a la nación y anunció la privación de libertad sin límites para las familias de inmigrantes indocumentados. Unos días parece un presidente. Otros, un disparate. Y con la amenaza dictatorial que tenemos enfrente, con un mundo donde la inteligencia artificial permitirá controlar como nunca a la ciudadanía, un histrión es muy endeble defensa....Luis Ventoso
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