«El manifiesto que el próximo sábado presentan Brague y Mayor Oreja en París constituye todo un programa de transición para la Europa confusa y angustiada del presente, cuya vía romana (la expresión es de Brague) no debería conducirnos a una Edad Media chestertoniana, sino, como en el Renacimiento, a aprender de nuevo y muy deprisa a ser antiguos.
Rémi Brague (París, 1947) es uno de los más importantes pensadores católicos europeos. Profesor emérito de Filosofía Medieval en la Sorbona, se diría un Étienne Gilson pasado por el 68 y la globalización (además de conocer en profundidad la filosofía antigua y medieval de occidente, es una autoridad indiscutible en filosofía árabe). Jaime Mayor Oreja (San Sebastián, 1951) pertenece también a esa generación, que es la mía. Ambos presentarán en París, pasado mañana, el manifiesto de la plataforma cultural One of Us, cuyo texto han tenido a bien hacerme llegar, solicitando, más que mi adhesión, una opinión sobre su contenido. Como la mayoría de los lectores no lo conocerán aún, me creo en el deber de ofrecerles una síntesis del mismo.
Comienza aquel constatando una «gran crisis moral de Europa que amenaza su civilización», una civilización fundamentada en cinco fuentes: la filosofía griega, el derecho romano, las religiones bíblicas (judaísmo y cristianismo), la ciencia moderna y el reconocimiento de las libertades fundamentales. Dichas bases de la civilización europea se ven minadas hoy por tendencias como la devaluación de la búsqueda de la verdad, el positivismo jurídico, el laicismo militante y la cristofobia, el relativismo y la idolatría de la técnica, el totalitarismo y el recurso a la algarada y la violencia. Sin embargo, los autores del manifiesto consideran que todo ello deriva de «el ateísmo y su consecuencia: la negación de la condición humana en su aspecto más sagrado». Frente a ello proponen la afirmación de la vida (contra el aborto, la manipulación genética y la eutanasia), la promoción de la familia basada en el matrimonio de hombre y mujer, la promoción de la natalidad y «concienciación sobre el invierno demográfico», la afirmación de la binariedad sexual y el correlativo rechazo de la ideología de género, la de la libertad de pensamiento, expresión y educación; la de la reproducción natural (contra la gestación subrogada y la fecundación in vitro), y el desarrollo del «potencial de la naturaleza humana» frente al transhumanismo.
Podría compartir (y, de hecho, comparto) buena parte del contenido del manifiesto, pero a nadie se le oculta que este sólo resultaría suscribible en su totalidad por católicos enterizos y creyentes, y ni aún por todos ellos. Para empezar, es evidente que pretende fundamentar un programa de acción civil y cultural d e los católicos en el seno de una entidad geográfica y política determinada: Europa. Ahora bien, ni el cristianismo ni la Iglesia católica son europeos. De hecho, desde el Concilio Vaticano II la Iglesia (Católica) ha intentado superar las tentaciones identitarias y nacionalistas poniendo un énfasis cada vez más grande en la mundialización del Evangelio (orientación que quienes sufrimos aún las consecuencias de los nacionalcatolicismos del siglo XX apreciamos en lo que vale). En este desprenderse del europeísmo, da la impresión que el pontificado actual se pasa a veces de frenada. Curiosamente, en el manifiesto no hay alusión alguna al islam, cuando es evidente que la inmigración no controlada, en su mayoría de religión islámica, va siendo una de las más crecientes preocupaciones de los europeos. Hace dos semanas, Guillaume Roquette lo expresaba con bastante claridad en el editorial de Figaro Magazine: «La hospitalidad es una magnífica virtud, pero hace falta estar en casa de uno para albergar al otro. La acogida no se concibe si no es de manera voluntaria: si se sufre, resulta una intrusión, cuando no una invasión. Por eso los acuerdos de Schengen, al abolir las fronteras interiores sin asegurar las vías de entrada a la Unión, han provocado un rechazo inédito del proyecto europeo en todos los pueblos del continente. No es que los electores “populistas” se hayan vuelto racistas: quieren simplemente controlar quíén entra en su casa». El mismo número de Figaro Magazine publicaba a toda página una fotografía del Papa Francisco durante su visita a Abu Dhabi, junto al emir, en la mencionada línea eclesial de superación del europeísmo en un mundo global. Claro que, para la gran mayoría de los musulmanes, la Europa cristiana o poscristiana sigue siendo parte de la «Casa de la Guerra», y callar sobre ello no me parece acertado. Y qué decir de otra fotografía posterior del Pontífice, aparecida el pasado lunes en todos los medios de prensa: el selfie de un cura veneciano que muestra a Francisco sosteniendo en su mano un pin donde se lee Apriamo i porti! («¡Abramos los puertos!»). Tampoco podría calificarse de demasiado razonable.
Hay otros aspectos del manifiesto que no puedo hacer míos. Por ejemplo, la responsabilización exclusiva del ateísmo en la crisis moral de Europa. A mi juicio, el problema no está tanto en el ateísmo como en las religiones de sustitución: las innumerables y caóticas idolatrías de la modernidad y de las posmodernidades. Para Emmanuel Lévinas, un gran filósofo judío del pasado siglo, muy apreciado por Brague, el ateísmo es el tránsito necesario hacia el encuentro con Dios, aunque no esté asegurado que tal final feliz se produzca. Muchos judíos y no judíos europeos seguimos transitando por ese «mudo desierto», como lo llamó don Antonio Machado, y ello no nos impide combatir la cristofobia… y el antisemitismo (otro sorprendente olvido del manifiesto). Finalmente, recuerdo que hace algunos años expliqué a Jaime que el judaísmo rabínico, que no ve con alegría ni mucho menos la interrupción del embarazo, no lo trata sin embargo en un plano general, sino a través de la discusión, sobre bases talmúdicas, de los casos concretos en los que aquella se plantea.
Con todo, desde mi admiración por Rémi Brague y mi afecto desde hace ya muchos años por Jaime Mayor Oreja, les deseo lo mejor para esta iniciativa, valerosa y a contracorriente, y les prometo que me tendrán dispuesto a discutir sobre el susodicho texto, que, más que un manifiesto, constituye todo un programa de transición para la Europa confusa y angustiada del presente, cuya vía romana (la expresión es de Brague) no debería conducirnos a una Edad Media chestertoniana, sino, como en el Renacimiento, a aprender de nuevo y muy deprisa a ser antiguos..
Jon Juaristi es escritor y catedrático de Filología en la Universidad de Alcalá
https://www.abc.es/ MRF
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