Groucho nos enseña que las apariencias casi siempre sirven para ocultar la verdad
Lo confieso: siempre he sido marxista. Desde que era niño. Con sus mostachos, su chaqué, su pajarita, sus gafas, sus puros, sus gruesas cejas y ese aire de despiste, era muy difícil no ser marxista. Partidario de Groucho, claro, no de Karl.
Aunque nadie lo recuerde, Groucho fue el primero que entendió lo que ahora llamamos fake news, posverdad, recetas populistas y todas esas tonterías y mistificaciones que oímos habitualmente. «La mentira se ha convertido en una de las más importantes industrias de América», afirmó.
Pero el espíritu crítico de Groucho apuntaba, en primer lugar, hacia él mismo como cuando en sus memorias reconoce que «es casi imposible escribir una autobiografía sincera» porque «lo que el público acaba por comprar es un discreto volumen con los hechos astutamente disimulados en favor propio».
La observación era coherente con su peculiar filosofía expresada cuando dijo aquello de que nunca sería miembro de un club que le admitiese como socio. Era imposible que un personaje tan inconformista como él pudiera plegarse a cualquier disciplina o seña de identidad colectiva.
Cuando ahora veo sus películas, observo la poderosa crítica del lenguaje que hay en todas ellas porque Groucho utiliza las palabras para demoler la retórica dominante con la que se expresan los políticos y los líderes de opinión, una forma de hablar que no sirve para comunicar sino para manipular.
El discurso en Sopa de ganso de Rufus T. Firefly, tras ser nombrado primer ministro de Libertonia, es la mejor parodia de las miserias de la política que se ha hecho jamás en el cine. No hay más que escuchar su disparatada declaración de guerra a Sylvania para comprender lo absurdo no ya de cualquier conflicto bélico sino de un nacionalismo llevado al extremo. Rufus T. Firefly podría ser perfectamente ese Puigdemont que retuerce la lógica y el sentido del lenguaje con afirmaciones que sólo buscan incendiar la sociedad catalana y exacerbar el conflicto.
Las confusas, farragosas y absurdas frases de Groucho en la que enuncia una cosa y su contraria nos resultan especialmente familiares en unos momentos en los que el Gobierno acaba de informar que un viaje en avión oficial del presidente a Castellón costó 283 euros. Ni siquiera el Marx de Hollywood se hubiera atrevido a tanto.
La esencia del lenguaje de Groucho es la radicalidad contra los estereotipos y las mentiras, contra lo correcto políticamente, que es puesto en ridículo al llevarlo hasta sus últimas consecuencias. Su impertinencia de farsante consumado, sus continuas provocaciones y sus apelaciones a unos valores que sólo sirven para encubrir el afán de poder y dinero ponen al desnudo las contradicciones del american way of life que tanto fustigó y en el cual nos podemos reconocer como si estuviéramos ante un espejo.
Groucho sigue vivo en sus películas y nos enseña que las apariencias casi siempre sirven para ocultar la verdad última de las cosas.....Pedro García Cuartango
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