España ya no se gobierna desde el centro, concepto que ha perdido su sentido. La moderación no solo carece de valor, sino que es percibida por muchos como sinónimo de claudicación, ambigüedad o debilidad. La firmeza se confunde con extremismo. La vehemencia, con licencia para insultar. Durante los últimos años la izquierda ha impuesto con tal virulencia su discurso de lo políticamente correcto y la derecha se ha plegado tan sumisamente a ese conjunto de dogmas ajenos al sentido común, que entre las dos han provocado una verdadera rebelión contra la dictadura del pensamiento único. Y así ha llegado este pendulazo, de alcance aún desconocido.
No es el primero que sufre esta España tan dada al exceso, desde luego. De hecho, nuestra historia abunda en ejemplos que deberían habernos enseñado algo. Pero como desde hace tiempo dicha área de conocimiento ha sido supeditada a los intereses cortoplacistas de los gobiernos de turno, nacionales o autonómicos, una gran cantidad de españoles desconoce su pasado o ha sido intoxicada en la escuela y en ciertos medios de comunicación con el relato de unos hechos falsos. El más flagrante ejemplo es el referido a la Transición, un referente de viaje a la democracia estudiado como modelo a seguir en universidades de todo el mundo, que hoy es vilipendiado aquí hasta la náusea por el revanchismo resentido de algunos líderes que ni vivieron la Guerra Civil ni padecieron con el franquismo. Políticos irresponsables cuya ambición es semejante a su total falta de escrúpulos. Pónganles ustedes nombres, empezando por Zapatero y siguiendo por Iglesias, hasta llegar a Sánchez. La infame «memoria histórica» consistente en dar la vuelta a la tortilla con el fin de convertir a los vencedores en vencidos ha despertado a un fantasma que dormía plácidamente, pensábamos que para siempre. Veremos cómo se comporta y qué consecuencias produce su puñetazo en la mesa.
La Constitución del 78 representa lo mismo. No se elaboró sin cesiones ni renuncias. Logró forjar un amplísimo consenso basado en la buena voluntad y el deseo compartido de progreso, valores que han saltado hechos pedazos por culpa del separatismo insaciable, antaño disfrazado de nacionalismo. No han dejado de pedir, amenazar, quejarse, traicionar, abusar de su poder decisorio en el Congreso e imponernos hechos consumados, pero tampoco han dejado de recibir. Los que deberían haber puesto pie en pared tras las primeras muestras de deslealtad no lo hicieron, y ahora hay quien aboga directamente por dinamitar el edificio y volver a la situación del 77. El apaciguamiento conduce inevitablemente a la indignidad y el enfrenamiento, que es exactamente en lo que estamos, sin que sea posible adivinar cómo acabarán las cosas.
Item más es de aplicación al feminismo, término pervertido a fuerza de interpretaciones sectarias. Se lo dice una feminista convencida, de la época en la que ser mujer, madre y periodista en la redacción de un diario no era tarea fácil. Entonces luchamos por conseguir iguales derechos y oportunidades a cambio de asumir idénticas obligaciones, aunque cada una pensara con su propia cabeza; esto es, sin una ideología única basada en la pertenencia a un «género». Tal intento de equiparación nos habría parecido profundamente ofensivo. Ahora está de moda asumir que el sexo condiciona la personalidad de manera determinante y, con un afán justiciero ajeno a toda mesura, se desequilibra la balanza otorgando un plus de credibilidad, de oportunidad y de capacidad a las representantes del femenino, en detrimento de los varones. Lo cual no solo es injusto, amén de discriminatorio, sino que está desatando una ola de neo-machismo tan previsible como inevitable. Otro pendulazo más. Y son muchos....Isabel San Sebastián
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