El final llega sin un mínimo diálogo con Castilla y León y tras un acuerdo económico con los sindicatos
El Bierzo llora estos días en silencio el final de la minería del carbón, una actividad que ha contribuido a impulsar y mantener la economía de esta comarca leonesa y de otros puntos de la Comunidad durante dos siglos. Podría parecer que no quiere que se vea cómo se le saltan las lágrimas después de verse roto, desamparado y sin su músculo principal. Es como si fuera aquel picador minero que ya ha pasado a la historia, aquella raza de trabajadores, casi legendarios, que siempre se mostraron fuertes e impertérritos ante la contrariedad, aunque estuvieran rotos de dolor por dentro. La zona más minera de España todavía está noqueada por el golpe que ha recibido estos días, a modo de «crochet», tras el cierre de las dos últimas minas de carbón que quedaban abiertas y el anuncio de clausura de la térmica de Compostilla, donde se quemaba ese mineral para generar una energía en la que Castilla y León era una auténcia potencia, pero que las circunstancias -y el actual Ejecutivo- han acabado de eliminar después de varios años consecutivos de pérdida de puestos de trabajo y de producción. Al Gobierno regional, enfrentado estos años a ejecutivos de distinto signo, sólo le queda el derecho a la pataleta después de comprobar, frustrada, que todos sus iniciativas para salvar el sector y las térmicas caían en saco roto en lo que supone un nuevo golpe a su esconomía después de perder también la nuclear con el cierre de Garoña.
No es que fuera un golpe inesperado, pero sorprende cómo, en apenas cinco meses y medio, desde que el Partido Socialista llegó al Gobierno de España, se ha finiquitado la minería y se ha confirmado el cierre de las centrales térmicas, con una rapidez inusitada y mucho antes de los plazos que, en su día, había establecido la Unión Europea. Y, para ello, fue clave la constitución de un Ministerio para la Transición Ecológica, liderado por Teresa Ribera, una de las grandes expertas mundiales en la lucha contra el cambio climático.
Desde el primer momento, fijó su objetivo en el sector del carbón, alentada por la moción aprobada en noviembre de 2017 por el Congreso de los Diputados, para reducir las emisiones de CO2, con los votos de PSOE, Podemos y Ciudadanos. Aquel texto soslayó las indicaciones europeas para cerrar las centrales térmicas en el año 2050 y trató de adelantar las fechas. Y así lo hizo el Gobierno salido de la moción de censura del pasado mes de junio. Ese nuevo Ejecutivo actuó, probablemente aprovechando que el carbón estaba muy malherido, después de aquel brutal zarpazo que propinó un ministro de Industria de infausto recuerdo en las cuencas mineras,José Manuel Soria (PP). Éste, a su vez, había justificado sus ataques al carbón en los documentos firmados por su antecesor socialista, Miguel Sebastián, quien, por un lado, sacó adelante el «decreto del carbón» para favorecer el consumo de mineral nacional en las térmicas; y, por otro, aceptaba, en 2010, las exigencias de la Unión Europea para cerrar las minas el próximo mes de diciembre.
No ha sido necesario agotar ese plazo. Todo se ha precipitado desde el Ejecutivo de Madrid, contando con la colaboración de las empresas eléctricas, que son -eran- a fin de cuentas, compradores fundamentales de carbón para alimentar sus térmicas y producir energía y sin el más minimo diálogo con las comunidades afectados y «comprando» de alguna manera a los sindicatos con un generoso acuerdos de prefjubilaciónes.
Las empresas, a lo suyo
Mientras, las cuatro centrales de Castilla y León estaban también en el punto de mira desde hacía tiempo. La «pequeña» de Anllares, en Páramo del Sil (León) tenía sus días contados porque había cumplido su vida útil desde 1982 y las propietarias que compartían su propiedad, Gas Natural Fenosa y Endesa, habían tramitado la petición de cierre. A ello se unió el movimiento de Iberdrola, a finales de 2017, para clausurar la térmica de Velilla del Río Carrión, en Palencia, bajo los argumentos de eliminar las emisiones de dióxido de carbono.
Entre tanto, Endesa y Naturgy mantenían un discreto silencio sobre sus planes para las centrales de Compostilla, en Cubillos del Sil, y La Robla, ambas en la provincia de León. En el primer caso, ya había una provisión económica para acometer su desmantelamiento, aunque la empresa eludía concretarlo. El pasado jueves certificó la decisión de cerrar. Algo muy parecido sucedió en el caso de La Robla, donde la empresa Naturgy «jugó al ratón y al gato» para terminar asumiendo el cese de su actividad.
Pero las minas de carbón ya están cerradas. De un plumazo, esta semana, entre el jueves y el viernes, acabó la actividad en las últimas que quedaban en la comarca del Bierzo. Por un lado, la Gran Corta de Fabero, gigantesca explotación a cielo abierto que ocupa unas ochocientas hectáreas. Por otro, el pozo «Salgueiro», en Santa Cruz de Montes, donde se ponía el triste epílogo a la minería en este territorio.
«Yo no cierro»
Hoy sólo queda una última mina todavía abierta en la comunidad de Castilla y León. Está en el valle de Laciana (León). Se trata de «La Escondida», explotada por la compañía «Hijos de Baldomero García», propiedad del veterano Manuel Lamelas Viloria, hijo y nieto de empresarios mineros. Él mantiene su intención de seguir sacando carbón a partir de enero. «Yo no cierro», afirma tajante. «A mí me tienen que obligar a cerrar. Mientras pueda venderlo…». Lamelas asume que no volverán «los años gloriosos que dio el carbón, pero hay que mantener una minería estratégica. El carbón es el único que puede ofrecer una energía de respaldo, hasta que las renovables tengan suficiente potencia». Y añade que el cierre de las térmicas «es una locura». Lamejos es hijo del considerado el primer empresario minero del Bierzo. Fue un hombre nacido en 1884 en Torre del Bierzo, llamado Benito Viloria Albares. Invirtió en una mina en la localidad de La Granja de San Vicente. Y, luego, fue aglutinando una decena de explotaciones, siendo precursor del grupo Viloria.
Ahora, con la minería cerrada, se abre una sensación de desasosiego y tristeza en las cuencas del Bierzo. Costó creer que llegó el último día, según confesa la alcaldesa de Fabero, Mari Paz Martínez Ramón (PSOE), quien reconocía la sensación de «desazón y pena que vive un pueblo que no ha conocido otro medio de vida».
Las zonas mineras esperan un nuevo futuro. Un porvenir para el que no ha sabido reinventarse, quizás pensando que su particular «gallina de los huevos de oro negro» no iba a morir nunca; y, por supuesto, para el que tampoco ha tenido la suficiente ayuda desde el exterior, de un país que no ha sido solidario con un territorio que proporcionó riqueza y energía en momentos en que se necesitaba...
https://www.abc.es/ MRF
No hay comentarios:
Publicar un comentario