Carles Puigdemont lleva días planeando con sus asesores en Bruselas un regreso sorpresa a Barcelona como revulsivo para la campaña. La primera idea con que especuló fue volver la última semana de campaña y forzar su detención para arrebatarle a Junqueras el voto emocional del victimismo. Pero sus más estrechos colaboradores le hicieron ver que tal momento de gloria sería extraordinariamente breve en comparación con los años que iba a pasar en prisión, y que un sacrificio tan personal y oneroso tenía poco sentido si de todos modos no podría ejercer la presidencia ni mucho menos lograr la independencia.
Entonces, Puigdemont, que a pesar de su difícil situación se resiste a aceptar su destino trágico, consultó con su abogado belga, que entre provisiones de fondos y minutas le ha costado ya más de 500.000 euros, si había alguna manera de conseguir el mismo efecto sin tanto riesgo: y desde esta semana trabajan en una vía judicial para solicitar a la justicia belga que la policía de su país le escolte a Barcelona el 21 de diciembre para ejercer su derecho a voto.
El expresidente ha bautizado esta última iniciativa como «cordón democrático», y aunque está fijado el próximo día 4 para que se tome una decisión sobre su extradición, sus letrados tienen preparados toda clase de recursos a la justicia belga y a las instancias europeas para alargar su situación como mínimo un año, y confían que entre tanto la justicia belga «proteja sus derechos democráticos».
Al PDECat no le consta esta estrategia. El partido de Marta Pascal asume que Puigdemont va por libre: y el día que el expresidente de la Generalitat dijo que Cataluña tendría que votar para poder salir de la Unión Europea, el en aquel momento era el principal asesor de comunicación que Puigdemont tenía desplazado a Bruselas, Jaume Clotet, quiso dimitir aunque al final se contuvo. Ante semejante caos político, personal y partidista, el PDECat ha mandado a Joan Maria Piqué -jefe de prensa de Artur Mas mientras fue presidente de la Generalitat- a «controlar» a su candidato. La idea es tenerle ocupado dando discursos y conferencias «para que tenga poco tiempo de pensar y de tener ideas».
Puigdemont no confía en su partido, está dolido con Esquerra porque cree que han jugado a desgastarle y a ponerle en las más difíciles situaciones personales para llevarse ellos el rédito, y en su forma de pensar y de proceder, tiende -«peligrosamente» según sus personas de confianza- a la dinámica de la CUP. Tiene pocos amigos, cada vez está más encerrado en sus círculos concéntricos y sufre momentos de una gran sensación de soledad, de final de trayecto y de lo difícil que le será volver a su casa y vivir en paz con su familia. Su horizonte judicial es poco halagüeño, sabe que la posibilidad de interponer recursos se le va a acabar, y en su caso el riesgo de fuga es tan evidente y está tan acreditado que cualquier juez le mantendrá en prisión preventiva hasta que sea juzgado.
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MRF
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