No Al Olvido

lunes, 2 de abril de 2018

# DIARIO DE UN OPTIMISTA..¿Es Facebook malo para la salud?..!!!!!


Podemos renunciar a internet, dejar Facebook o Twitter, pero también podemos renunciar a la calefacción central y a viajar en avión. Cada uno de nosotros debe calcular el coste de renunciar a su vida privada a cambio de nuevos modos de comunicación


Está solo frente a la pantalla de su ordenador. Accede a internet, teclea algo. Cree que está solo, en la intimidad. En último extremo, puede imaginar que está interactuando con un interlocutor de su elección. En realidad, debe imaginar que está usted expuesto en un lugar público, que todo lo que escriba y mire será sabido y oído por todos, y que la huella de sus palabras permanecerá inalterable, casi imborrable, para siempre. Sabemos todo esto, pero lo olvidamos enseguida. De hecho, es muy difícil entender que, desde el momento en que llamamos desde un dispositivo móvil o nos conectamos a internet, ya no tenemos una auténtica vida privada. También nos hemos acostumbrado a los servicios gratuitos: ya no se necesita franqueo para enviar mensajes y las búsquedas son gratuitas, igual que muchos entretenimientos en nuestras pantallas.
Con solo ser miembro de Facebook o Twitter o de cualquier otra red social, el acceso a todo el mundo es igualmente gratis, al parecer. Leemos periódicos en internet, y también libros, la mayoría de las veces sin pagar a autores o editores; ya no nos planteamos interrogantes sobre esa aparente gratuidad que, en un mundo más regulado, debería ser similar a la piratería en alta mar. Sin embargo, esta gratuidad ficticia tiene un precio: vendemos a los operadores de estos motores de búsqueda y redes nuestra personalidad, nuestros gustos, nuestros deseos, nuestras debilidades y nuestras fantasías. Los operadores recogen estos datos, reconstruyen con ellos nuestro perfil personal y lo revenden todo a los comerciantes que saben cómo explotar nuestros rasgos de personalidad, o incluso a los organismos políticos que intentarán dirigir nuestros votos a favor de uno u otro candidato.
Donald Trump empleó este método, y también los partidarios y adversarios del Brexit en Gran Bretaña, y los servicios de propaganda rusos. En ausencia de un contrato explícito entre nosotros, internautas, y quienes explotan los datos, no sabemos realmente qué es legal y qué no. Algunos objetarán que existe un contrato: cuando se utiliza un motor de búsqueda como Google o cuando nos unimos a la comunidad de Facebook, está escrito, en algún rincón de la pantalla, que aceptamos las reglas del juego, un pacto con el diablo por el que renunciamos a nuestra vida privada.
Aceptamos con un solo clic, sin fijarnos en los detalles y sin tener que firmar con nuestra sangre. Hasta Mefistófeles se ha vuelto virtual. Y cuando, de repente, nos vemos acosados por ofertas publicitarias que se parecen a nosotros, nos exasperamos. Cuando nos agobian con mensajes políticos que juegan con nuestra sensibilidad, nos indignamos. Pero hemos firmado este pacto virtual con el Mefistófeles virtual. ¿Es grave? ¿Qué podemos hacer?
No cabe duda de que internet, como máquina de propaganda comercial o política, es eficaz para el comerciante, porque es mucho más barata que los viejos anuncios en papel. ¿Estamos más manipulados por la publicidad virtual de lo que lo estábamos ayer por la publicidad concreta? Algunos economistas y sociólogos en la década de 1960, y en concreto John Kenneth Galbraith, insinuaban que nos habíamos convertido en juguetes en manos de los anunciantes. Hoy se ha abandonado esta tesis demoníaca; la publicidad, sea cual sea su forma, revela nuestros deseos mucho más de lo que los crea. Los pocos estudios sobre la campaña electoral de Trump muestran que Facebook se vio inundado de noticias falsas para promocionarlo, pero que los votantes de Trump no lo votaron porque consultaran a Facebook. No exageremos el poder de las redes sociales, cajas de resonancia más que creadoras de sensaciones.
¿Qué hacer, a pesar de todo? Podemos renunciar a internet, dejar Facebook o Twitter, pero también podemos renunciar a la calefacción central y a viajar en avión. Cada uno de nosotros debe calcular el coste de renunciar a su vida privada a cambio de nuevos modos de comunicación. También se puede exigir que el contrato entre los operadores y los clientes sea más claro, que esté mejor definido, con opciones, como en una póliza de seguro, por ejemplo, y contraindicaciones, como en un medicamento. Y sobre todo, también podemos imponernos una disciplina, aprender a controlarnos cuando utilizamos los nuevos medios, recordar constantemente que la información que circula no está verificada (y esto vale también para Wikipedia) y que todo lo que decimos será oído y permanecerá casi inalterable. Este último punto, el derecho al olvido, es importante.
La cancelación de todos nuestros datos, que empieza a regularse en Europa, debe ser sencilla y automática, a petición. Estamos lejos de ello. Por último, y para nuestros hijos, sugiero que en cada pantalla de ordenador, en cada tableta, aparezca bien claro un aviso: «Atención, peligro»......http://www.abc.es/ MRF

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