Es lo que barrunta Castilla y León en este domingo resurreccional: que cantemos Els segadors. Nos asedian los independentistas catalanes con capirotes amarillos. Sin realidad que llevarse a la boca, la fe y la esperanza colman su utopía supremacista. Así que, desde la cárcel, Puigdemont y los suyos pasean en andas su paso principal: independencia sí o sí. Antes lo hacían desde el poder y el derroche, esperando que el Gobierno negociara. Es decir, que los vistiera al completo. Ahora mantienen el procés como el pendón de doña Urraca: imaginando que alguien, es decir el mundo -los dioses, UGT, CCOO, y populistas-, se sumará y obligarán a este Gobierno malvado a pasar por el aro.
En esto andamos día tras día, hecho tras hecho, y noticia tras noticia. Se creen que pasar por el aro en llamas no es más que una simple cuestión de latigazos como dicen los Proverbios en 26.3: leña para el caballo, para el asno y para la espalda de los necios. Sin duda, tienen más fe que el alcoyano, que iba perdiendo por doce a cero y pedía una prórroga para desempatar. Difícil. Lo digo porque, desde que esto empezó, ha crecido el número de afiliados a la reja, y da la impresión que seguirán creciendo. Este Gobierno tan cruel no tiene más remedio que hacer una ampliación de presupuesto para cárceles de primera con todos los servicios habidos y por haber.
De hecho, Puigdemont lanzó ayer, sábado de gloria, un twitter cantando los Nibelungos en alemán: «No claudicaré, no renunciaré, no me retiraré». Algunos empresarios catalanes, según medios digitales, coreaban ayer mismo también la internacional en papel cuché: «terrorismo o una guerra civil» venceremos. Qué bárbaros y qué ganas de reja tienen algunos. Como si fueran falsos contemplativos al estilo de la monja Carán, su fe independentista se acrecienta en un martirio de corte light: llegará el día del paraíso en la tierra con Pujol, Mas, Puchi y Junqueras. Y todo esto, claro está, televisado en directo por TV3 y por la Sexta, ya que de lo contrario la fe se tambalea.
Ante todo esperanza, mucha esperanza a cuenta de los presupuestos generales del Estado. El colmo de esa esperanza, mucho antes de que llegara Puigdemont y los suyos, consistía en meter una zapatilla en la jaula de los presupuestos y sentarse hasta que cantara. Así que ahora, que han superado la reja y la jaula, todos los días preguntamos al preso Puigdemont con todo respeto: qué, ¿ya canta la zapatilla? Y esta es su gran esperanza: que todo dios, tras la zapatilla, cante Els segadors empuñando una estelada. Un acoso de cacahuete que dura lo que su cáscara: por aquí se va a Madrid. Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Yo me apunto a la salida de Hobbes en su lecho de muerte como zapatillazo en faralaes : «¡Amigos, míos, voy a dar un gran salto a la eternidad!», que os den a todos morcilla burgalesa o leonesa.....Antonio Piedra
http://www.abc.es/espana/castilla-leon/ MRF
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