La exposición pública de Pedro Sánchez está en modo «off», midiendo los tiempos de manera inversamente proporcional a los esfuerzos de Pablo Iglesias por allanar una moción de censura contra Mariano Rajoy haciendo el trabajo sucio al PSOE. Sánchez está explotando la veta del progresivo desgaste que acumula Pablo Iglesias mientras este convierte a Podemos en un búnker de blindajes personales frente a cualquier amago de disidencia interna. Sánchez aún mantiene el halo de esa moción junto a Podemos, pero lo hace de modo artificial, confuso e inconcluso, a la espera de que se consolide la lenta fuga de votantes de Podemos hacia el PSOE, especialmente de jóvenes que ya perciben a Iglesias como icono decadente de un partido con costumbres de casta cómodamente aburguesado en el sistema.
Necesariamente, Sánchez tendrá que contar con Podemos si quiere gobernar, pero de momento sin someterse a una moción de censura que huela a un obsesivo acoso y derribo al PP, porque con el tiempo podría llegar a victimizar a Rajoy y reforzarlo ante unas nuevas elecciones. Sánchez se ha propuesto gobernar, pero bajo tres condiciones: con la previa desactivación progresiva de Podemos, con un grado de dependencia mínimo de Iglesias, y sin alimentar una sumisión total del PSOE para un reparto del poder en igualdad de condiciones.
Los indicios que ofrece el PSOE son evidentes. El nuevo Gobierno de Castilla-La Mancha opera como laboratorio experimental a tiempo completo con García Page entregado a la estrategia de Sánchez. Y en Cataluña, bajo una total consonancia de criterio entre Miquel Iceta y Sánchez, el PSC está a la espera del fracaso del referéndum ilegal y a la convocatoria de nuevas elecciones autonómicas para ponerse a disposición de ERC –una reedición de la alianza entre José Montilla y Carod Rovira- y de Podemos, en su doble marca catalana. El objetivo de un tripartito encabezado por Oriol Junqueras que arrincone al PdeCat y simpatice con el PSC, como comparsa de un independentismo «light», estará latente desde el 2 de octubre.
A partir de ese momento, Sánchez operará con el cálculo de probabilidades como método, con la evolución de las encuestas y los globos sonda, y con la dificultad progresiva que tendrá Iglesias para demostrar que Podemos no es un partido en declive. Entretanto, convertirán el eterno caso Gürtel, ya sin apenas efectos disuasorios sobre el votante fiel del PP, en una «cutre-moción» sistemática que les permita justificar sueldos en el Parlamento. Septiembre quedará secuestrado por Cataluña. El resto será un «deja vu» casi irrelevante a la espera de esa eterna moción del PSOE que nunca llega, mientras Iglesias trata de convencer a ERC y provocar la hipotética abstención del PNV para forzar a Sánchez a decidir, y que se retrate en caso de no lanzarse definitivamente a esa moción. Hoy, ni siquiera la mano derecha de Sánchez sabe qué hará la izquierda. Su mutismo como amenaza a Rajoy es, de momento, su mejor baza.
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MRF
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