No hay españolada mayor que la de renegar de ser español. El echar peste sobre la propia Nación y suponer cierta cualquiera de las infamias que sobre ella se viertan es parte de nuestra idiosincrasia y hasta hemos hecho multitud de chistes y dichos sobre ellos que resumen que si uno oye hablar bien a alguien de Francia es francés, si de Inglaterra, inglés, pero que si habla mal de España ni lo duden, es español, seguro. Incluso hay encuestas. Somos el segundo país mas apreciado y simpático para la opinión pública europea, pero no somos el primero porque los españoles somos precisamente los que peor nota nos ponemos a nosotros mismos.
Esa corriente ha encontrado en el llamado mundo progre-no les digo ya nada en los separatismos tribales y reaccionarios, aunque se crean el sumún de izquierda- y pretendiendo algo así como que seguimos bajo Franco o añorándole (en realidad son ellos quienes no parecen poder vivir sin mentarlo), una verdadera autopista hacia el desprecio de todo lo que supone y contiene, símbolos, lengua y hasta el propio nombre. Poner a parir a España y manifestar desdén y vergüenza por su ser, obra e historia estaba y está muy bien visto en estos ambientes y es sinónimo de facha el simple hecho de decir la palabra prohibida, España, en vez de “Estepais” que es lo suyo. Lo de ellos, digo.
Esto, no crean, daba réditos y hasta bulas. El “emprogrecimiento” generalizado en ciertos ámbitos venía a concluir que hubiera sido mucho mejor que los almohades, unas bestias fanáticas e integristas, que ríete tu del Daesh”, hubieran ganado en Las Navas de Tolosa, que los turcos hubieran vencido en Lepanto y que nos hubiéramos convertido con Napoleón y para siempre en un departamento de Francia. No quiero dar ideas pero no me extrañaría que el alcalde Podemita de Zaragoza declarara cualquier día persona non grata a Agustina de Aragón.
Eso era lo que vino a decir Trueba cuando le dieron el Premio Nacional de Cinematografía. No hacia más que asumir ese “cuerpo de doctrina” y soltarse un discurso para esa parroquia afín, que venía a concluir en un envanecido sentimiento de superioridad moral sobre el resto de compatriotas, menos los “suyos”, los de la cuerda, de “No me he sentido español ni cinco minutos de su vida”.
¿Y que ha pasado?. Pues que midió mal. La “progreria” cinematográfica española no lo acaba de asumir, pero el personal del común ha descubierto que tiene un arma letal contra ellos: no ir a comprarles. Las gentes de a pie ya se han cansado de esa monserga y de que les ninguneen e insulten y cada vez están más hartos de este “emprogrecimiento” de pacotilla, en realidad ignorania pura de fondo y prepotente y despectivo en las formas. Porque esas gentes son, ¡que cosas! y ahí está el error de cálculo y la estupidez supina de Trueba, su clientela. Los que tienen que ir a ver su película y comprar su producto. Y es bien sabido por cualquier que lo que jamás puede hacer alguien que desea vender algo es insultar al cliente. Y eso es lo que ha hecho Trueba.
El trastazo contra los alambres ha sido goloso. La película ha costado cerca de 12 millones de euros y la primera recaudación en taquilla hay sido escuálida. No ha llegado ni a 0,4. Tanto ha sido el batacazo, que don Fernando ha tenido a bien irse a dar una gira por las teles, después de ciertas resistencias primeras pero ya empujado por don Dinero que es, lo sentenció Quevedo, el más poderoso caballero, y largarse toda una ristra de proclamas patrióticas: “Soy español, amo a España y vivo aquí porque me gusta y quiero. Vivo aquí por gusto, no porque me hayan condenado a ello, como a los cubanos”. Toma ya Fidel, eso de postre. Que conversión, oiga.
Sin embargo, y si me apuran, en el fondo no creo que el costalazo taquillero haya sido en exclusiva causa-efecto de ese rechazo. Al menos no en buena parte. Influir ha influido, pero otro factor ha sido también decisivo. “La niña de sus ojos” nos dio gusto el verla a muchos, pero está, una especie de “continuación” con los mismos personajes (sus creadores y guionistas anteriores le exigen a Trueba derechos que se niega a abonar, por ello) no está dejando contento a nadie. Que “La reina de España” ni pone, ni emociona ni divierte. Lo dicen los críticos, pero, lo malo-malo, es que lo dice el boca a boca. Que es una mala película, vamos.
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Antonio Rerez Henares MRF
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