Ahora que vienen a por la Navidad se hace más necesario que nunca vivirla y defenderla. Porque significa defender lo que somos: una civilización nacida de un misterio de amor y de esperanza. Fíjate en la paradoja: el terrorismo ataca la Navidad justo cuando Occidente empieza a desleerla, a soslayarla, a diluirla en abstracciones, casi a avergonzarse de ella. Nosotros desdeñamos el símbolo que ellos combaten precisamente por serlo: el núcleo de una tradición de fe, de cultura y de paz que nos ha hecho mejores a lo largo de los siglos. Piensa en esos muertos de Berlín que compraban en un mercadillo sus árboles, sus adornos, sus figuras; que bebían el Glühwein para darse el calor de una fiesta coral; que celebraban el Adviento como un mito feliz de convivencia y de reencuentro. Piensa en ellos y dime si tenemos derecho a renunciar a lo que estaban viviendo.
Por eso hoy más que nunca la Navidad le da sentido a todo esto que quieren destruir. En realidad lo hace siempre: nos devuelve lo mejor de nosotros mismos, las emociones, la sociabilidad, la belleza, la piedad, el afecto. Lo envuelve en un hermoso celofán de ternura que conmemora la infancia como patria, el hogar como refugio, la familia como escuela, y lo expresa con el arte de un delicadísimo refinamiento. Por eso hoy más que nunca son precisas la liturgia y las luces, los villancicos y el portal, los Reyes y Santa Claus, el árbol y las tarjetas; todo eso que a veces se nos antoja una simple rutina o un rito empalagoso. Por eso hoy más que nunca necesitamos las cantatas de Bach, y los Niños Cantores, y las pinturas flamencas, y los belenes napolitanos, y el pellizco de los campanilleros. Por eso hoy más que nunca la Navidad es el punto de anclaje de nuestra voluntad de seguir siendo libres, de construir nuestra historia sobre un mensaje de espiritualidad y de progreso.
Vívela, tú que aún la tienes. Siéntela. Por ti y por ellos, que querían vivirla y ya no pueden hacerlo. Por los tuyos y por todos los que compartimos esta Pascua como la fiesta que nos reúne con los nuestros. Por la memoria íntima de tu niñez, cuando las manos cálidas de tus padres te convencían de que el mundo estaba bien hecho. Por la de los años adultos en que la mirada inocente de tus hijos te devolvía esa convicción en la fuerza de los sentimientos. Por el recuerdo de los ausentes que hicieron posible tu propia madurez a fuerza de renuncias y de esfuerzos. Deja fluir dentro de ti la conciencia de esos instantes que te ayudaron a crecer y a creer, escucha el crujido del alma asomada a la magia de un misterio. Abre el corazón a la auténtica noche de paz y concédete la pequeña felicidad de los grandes momentos. En ese escalofrío sentimental anida tu identidad más pura, el fondo moral de tu propio universo. Hoy más que nunca la Navidad es necesaria como antídoto de la amenaza, de la zozobra y del miedo.
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MRF
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