No Al Olvido

sábado, 31 de diciembre de 2016

EL PIRATA COJO...!!!




Lo comencé a ver en las cámaras nocturnas hace ya cerca de un año. La vez primera ya observé algo raro en sus andares y comportamiento. El animal, un zorrillo joven de menos de un año, presentaba un aspecto escuálido y decaído. En su siguiente visita a la charca pude ya comprobar el motivo. El zorrete tenía una pata, la delantera izquierda, herida, cojeaba y no apoyaba esa extremidad en el suelo. Estaba en los huesos, famélico, quien sabe si febril y no le di muchas bazas de que pudiera seguir adelante. No me pareció que en tal estado fuera capaz de buscarse el sustento.
Después de aquellas dos apariciones nocturnas aún lo alcance a ver otra más, en otra de las charcas, y no presentaba mejor pelaje, pero al menos seguía taloneando por el monte. Aunque fuera cojitranco, seguía viviendo. Luego durante meses dejé de verlo. No apareció a beber más y supuse que la herida y el hambre habían podido con el. Así lo creí hasta un atardecer de verano.
Estaba de espera, en mi costera favorita, sobre la pequeña vaguada del bebedero, cuando a mis espaldas, entre romeros y aliagas, sentí el roce de unos pasos furtivos. Y al girar la cabeza lo vi. Era él. En el crepúsculo, pero aún con suficiente luz del día, pude observar claramente el alcance de su lesión. Le faltaba la mano delantera derecha, producto de un balazo, un lazo o, mas probable, de un cepo. Después de muchas penurias y seguro que mas de una vez a punto de perecer la herida había . Aunque la secuela era de las duras: habría de andar sobre tres patas de por vida. Y eso para un zorro, que debe buscarse el sustento cada noche y en presas a las que no es precisamente fácil el hincarles el diente, es una merma que lo sitúa en el límite de la supervivencia. ¿Donde había sufrido el percance?. Pues quizás, si fue disparo, el la montería del año pasado y si fue cepo o lazo, ya que en Enebral no se usan tales artes, en algún monte cercano y ha venido aquí a refugiarse. Y aquí se ha quedado. En el pasado agosto y como se quedo parado a menos de veinte metros de mi apostadero, pude comprobar que había logrado salir adelante y medrar. Se le notaba en el porte y en el pelo, lustroso y en los ojos, vivaces y alerta. Nada que ver con el animal que había grabado las cámaras al borde mismo de su final.
Hay demasiados zorros en el Enebral y son un problema para las otras especies, en particular para las pocas perdices y no muchos conejos que quedan y para toda la fauna de pequeño y mediano tamaño en general. Debo controlar su población y en otra circunstancia no hubiera dudado en disparar. Pero desde que supe quien era ya decidí que no. El zorrillo cojo es un verdadero superviviente. Ha logrado mantenerse vivo contra toda esperanza y a pesar de todas sus limitaciones. Ha pasado por un trance casi imposible de salvar. Y no iba a ser yo quien acabara, después de haberlo superado, con su vida. Que no y nada más. El zorro cojo se había ganado con creces una nueva oportunidad.
Que me parece que sabe aprovechar. En algún momento algo le llegó en el aire y se fijó en lo que ya antes, que era yo, le había hecho detenerse y observar. Me clavo los ojillos un instante y con un quiebro, sin que pareciera que su pata de menos le impidiera hacerlo con toda la rapidez y agilidad, se perdió perdió entre el romeral. Cuando llegó al borde de un chaparral y se consideró a cubierto se paró y volvimos a mirarnos. El a mí y yo a él, aunque ahora ya solo pude verle, unos momentos tan solo, las puntiagudas e inquisitivas orejas apuntadas en mi dirección. Luego despareció.
Estaba seguro que nos volveríamos a encontrar. Puede andar, por lo que a mi se refiere, tranquilo, aunque es mejor que no lo este con todo lo que huela a humano. Porque llegó el invierno y tuvo que aplicar su sabiduría vulpina para no ir a pasar y destaparse delante de un rifle que no lo iba a perdonar, aunque algunos de confianza ya estaban avisados de que en gancho a los cochinos el cojo tenía indulto. Pero yo apostaba a que no se iba a descuidar. Y no se descuido.
Pasada la tormenta de perros, perreros y monteros, a la noche siguiente mismo ya reaparecia por una charca donde la rehala había bebido la mañana anterior y ahora, al pirata, le ha dado por venirse cerca de la cabaña. Mejor dicho cerca del gallinero. Pero como es un auténtico bunker alambrado y tupido por donde no entra casi ni un gorrión, aparte de darle la vuelta lo que hace es dedicarse al topillo, que en el huerto abundan casi tanto como en el pequeño jardín, donde mantengo con ellos una lucha desigual y decantada a su favor. Que el zorro de tres patas se ha convertido en aliado lo han cantado las cámaras y sus labores de zapador, que no se como se las arregla para excavar pero lo hace y, por las trazas, con éxito pues regresa una y otra vez. O sea, que algo he salido ganando con el indulto.
Pero tengo claro, que con un pirata cojo y más siendo de la especie zorruna, y más aún si hay gallina de por medio, no hay alianza posible, y aunque yo voy a seguir fiel al íntimo y unilateral pacto, que he de reconocer que el no ha firmado, de respetarle su sufrida vida es también imprescindible que no me descuide ni relaje mis defensas. Porque un mínimo despiste o la más pequeña grieta que descubra y quienes pagan la ruptura de convenio son las “quicas”. Así que en eso ando, en revisar y reforzar mi gallinero-fortaleza. No he encontrado mejor forma de agotar el año y esperar al siguiente. FELIZ 17. Para “mi” zorro cojo, y con la salvedad de las gallinas, también.
Antonio Perez Henares  MRF
 http://blogs.periodistadigital.com/

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