A Torra el chiste de las judías no le sale tan bien como a Paco Gandía el de los garbanzos
Después de escuchar a Quim Torra tuve que ponerme en Youtube el chiste de los garbanzos de Paco Gandía. Para elevar el nivel intelectual. Podía haber tirado de Quevedo y su «Gracias y desgracias del ojo del culo» o de Jonathan Swift por «El beneficio de las ventosidades». Pero Paco Gandía tenía más gracia. Y más entidad política que Torra. El chiste es un clásico larguísimo donde sale hasta Curro Romero. Torra lo había dejado claro el día antes en una actuación como de actor malo de la «stand up comedy», micrófono en mano: «No iré a defenderme, iré a atacar al Estado». Pero no sabíamos que iba a atacarlo con flatulencias. De las de verdad, no de las mentales tan habituales en él y otros de su cuadra. Había amenazado al tribunal ante el que compareció ayer. Dijo que se había tomado un plato de butifarra con judías muy contundente y, según lo que le preguntaran en el juicio, la cosa saldría por un lado o por otro. Un poco el «Opá, que voy a largar» del niño de Gandía en la plaza de toros.
No consta que nada de eso pasara ayer. Hombre, de un día para otro ya se le habría pasado. No consta tampoco que Torra, como le pasaba a Hitler, tenga meteorismo, es decir, un exceso de flatulencia. Hitler olía a huevos podridos. Para combatir el meteorismo (con Hitler hay que tener cuidado al emplear el término gases porque se malinterpreta), tomaba unos veintiocho medicamentos diferentes. Ahí estaba el doctor Morell haciendo de matasanos. Y esto no es una manifestación de la ley de Godwin (la de analogías nazis). Es sólo que Hitler es un modelo práctico para ventosidades. Las sufría especialmente desde Stalingrado. Quevedo y Jonathan Swift sólo eran unos teóricos y satirizadores del asunto.
En el juicio, la defensa se creyó Tom Cruise preguntando a Torra si había cumplido la orden de la Junta Electoral Central de retirar los lazos amarillos (aunque el abogado se parezca más a Wallace Shawn). «No, no la cumplí. Sí la desobedecí. Pero era imposible cumplir una orden ilegal». En todo caso no ordenó el Código Peo (miren, yo soy de Murcia y pedo allí es borrachera, para lo otro no usamos la de). También dijo Torra que la Junta Electoral Central «no es un órgano superior al de presidente de la Generalitat». Hombre ya. Por encima de mí, nada. Y por debajo, el caos.
Antes de todo eso, una cachorra de Arran (lástima de guapura) había desplegado en TV3 el discurso fascista del independentismo violento (violento a la par que mentecato, que no hay incompatibilidad). Núria Martí, que así se llama la chiquilla, dijo no creer en los derechos individuales. Yo no creo en la cosmética masculina. A Núria sólo le parecen legítimos los derechos colectivos. Que a ver qué es eso de quejarse por no poder entrar en la universidad, no poder circular por una autovía, no poder llegar al trabajo. Pequeñeces pequeño burguesas de quien no está en lo que hay que estar. Parece que eso es una visión egoísta frente a la de miles de personas que se están jugando la libertad. «Nuestro límite no son los derechos individuales de los demás ni la ley. Nuestro límite es la razón porque la tenemos». ¿Habrá oído la inquietud del presidente de Seat por la situación? Esa posibilidad de que Seat en Martorell deje de ser Seat en Martorell. Los derechos colectivos de los trabajadores de Martorell les darán igual a los jovenzuelos de Arran. Opá, que voy a largar.
Decía ayer en ABC Carmen Linares que lo que pasa en Cataluña puede afectar al flamenco. Sobre todo afecta a los cerebros. Los hace espongiformes, como el mal de las vacas locas.....Rosa Belmonte
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