Algún día nos explicarán de qué se puede dialogar con quien solo acepta la independencia
Vamos con una parábola tipo Barrio Sésamo para intentar explicar una situación obvia, embarullada artificialmente por la empanada buenista del «progresismo». Imaginemos una bonita y agradable urbanización residencial de 17 chalés adosados. La propiedad está regida por una serie de normas generales, que obligan a todos los dueños de viviendas que allí habitan, pues las han aceptado al rubricar sus contratos. Una de las reglas estipula que el linde entre cada casa y su vecina se marcará mediante un seto de tuyas, que nunca superará el metro y medio de altura. Pero hete aquí que tras décadas de convivencia armónica, los dueños de uno de los chalés, precisamente el que ha sido primado por los promotores con las mejores calidades de la urbanización, deciden que nones, que ellos no quieren el seto vegetal común a todos, que su deseo emotivo es levantar un muro de hormigón de dos metros de alto que los aísle de los chalés vecinos. El administrador de la finca les explica que tal pretensión no es posible. Les ofrece que -como mucho y por ser ellos- podría permitirles que su cierre arbolado fuese un poquito más alto que el de los demás. Pero los del chalé VIP se empecinan en su muro de hormigón, alegando que son «diferentes» (léase superiores). Para imponer su «solución al conflicto», creado artificialmente por ellos, exigen al gestor de la propiedad «una mesa de diálogo», con un único punto de orden del día: «Reconocimiento de nuestro derecho a levantar un penco muro de hormigón de dos metros que nos separe de nuestros casposos vecinos». Lógicamente, el administrador les responderá que ahí no cabe diálogo, pues lo que le están presentando es un ultimátum para imponer algo que vulnera las normas generales.
Zapatero, personaje adornado con la singular habilidad de equivocarse casi siempre, explicó ayer que la solución ante el envite de la minoría separatista catalana es, por supuesto, «dialogar»: «La respuesta más democrática, y la más fiel a la idea de la unidad de la España democrática, es la del diálogo». La frase anterior ejemplifica uno de los problemas que enturbian hoy nuestra vida pública: se dan por buenos asertos contrarios a toda lógica. Dialogar con quien te exige como punto inexcusable para sentarse a la mesa «la autodeterminación», una figura que el derecho internacional no reconoce para casos como el español, es en realidad un absurdo conceptual. Sostener que dialogar con quienes solo aceptan la independencia supone una iniciativa «fiel a la unidad de España» es directamente una sandez. Lo que eufemísticamente llaman «diálogo» en realidad consiste en autorizar la autodeterminación. Y si la aceptas, lo que estás haciendo es fumarte la soberanía nacional, que reside en el conjunto del pueblo español, y dinamitar la unidad de España.
Ojalá me equivoque, pero se masca que habrá diálogo felón, mesa «de país a país» con los que vienen a por nosotros y nuevas sonrisas genuflexas ante xenófobos de lacito amarillo. Tras su patinazo electoral, a Sánchez le viene bien para aguantar en La Moncloa, y ahí empieza y concluye su sentido (o sinsentido) de Estado...Luis Ventoso
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