Matar es barato: tres años y medio sólo de prisión real. Vivimos en el mejor mundo posible
Matar es fácil, lo fue siempre. Es barato, además, ahora. Y mucho. Leo la sentencia 427/2019 de un tribunal de Zaragoza. La neutra pulcritud numérica cataloga judicialmente un hecho horrible.
Hace dos años, un energúmeno, joven pero experto, mató a golpes a un hombre cuya estética le desagradaba. El «ejecutor» -la sentencia judicial me veta llamarlo, conforme al rigor de los diccionarios, «el asesino»- no habla de estética sino de ideología. Pero es difícil suponer que nadie pueda identificar las ideas de alguien a quien acaba de ver por primera vez y con quien no ha cambiado más de cuatro palabras. El ejecutor vio unos tirantes que juzgó ofensivos: amarillos y rojos. Salió a la puerta, de la calle tomó un instrumento metálico. Volvió a entrar. El otro daba la espalda a la entrada. Golpearlo con contundencia en la nuca fue muy fácil. Cayó fulminado al suelo. El ejecutor pateó la cabeza del inestético hombre inconsciente. Lo mató.
Luego se fue a seguir tomando copas con los amigos. Había liberado al mundo de una tara estética. ¡Matar al enemigo es tan hermoso! ¡Hacerlo, además, sin correr riesgo alguno es tan regocijantemente placentero! En tiempos menos ominosos que los nuestros, se hubiera llamado a eso un asesinato neonazi: conforme a todos los cánones de los matones hitlerianos en los años treinta. En estos tiempos de invulnerable mentira en que vivimos, él se glorió, sin embargo, de haber eliminado a un «facha». No era la primera vez; ya lo hizo con un poli -ya se sabe, todos fachas- al cual dejó inválido en Barcelona. El nieto del almirante pinochetista hacía honor a su abuelo.
Matar es fácil. No sólo ahora. Leo los 49 folios -tan mal escritos, tan ricos en anacolutos, en falsas concordancias, en sinsentidos lógicos...- de una sentencia que es, de algún modo, más vergonzosa que el crimen mismo. Porque un crimen atañe sólo a quien lo comete. Y una pésima sentencia nos envilece a todos. Escribe el juez: «Condeno al acusado Rodrigo, como autor responsable de un delito de lesiones dolosas de los artículos 147, 148.2 del Código Penal -alevosía- en concurso ideal con un delito de homicidio imprudente del artículo 142 del mismo texto legal, con la circunstancia modificativa de la responsabilidad criminal la atenuante de arrebato y la agravante de cometer el delito por discriminación referente a la ideología, a la pena de cinco años».
Y me asombra lo insultante que es reprochar «imprudencia» y «arrebato» al tan habilidoso ejecutor del hombre de los tirantes. Todo lo que dice el relato de hechos muestra, más bien, a un virtuoso frío. Dotado de la más prudente eficacia: la del killer que sabe en qué punto de la nuca golpear por la espalda a un enemigo indefenso; la del killer que sabe hasta qué punto patear la cabeza de un hombre inconsciente sobre el suelo remata, sin riesgo alguno, la tarea; la del killer que posee experiencia previa para no equivocarse ni en la elección de la víctima ni en la del instrumento victimario; ni tampoco en la retórica en la cual envolver su acto.
Ciertamente, el abuelo pinochetista del ejecutor se hubiera sentido muy orgulloso: el linaje se perpetúa. «Nuestro inconsciente asesina por pequeñeces. Somos, como los hombres primitivos, una horda de asesinos», dice el lúcido Freud de los humanos. Pero hoy, en Zaragoza, el término «asesino» le estaría vetado judicialmente.
Matar es fácil. Siempre. En la España de 2019 es, además, barato: tres años y medio sólo de prisión real. Vivimos en el mejor mundo posible....Gabriel Albiac
No hay comentarios:
Publicar un comentario