Cuando le expliqué la trayectoria penal de Pujol, su mujer y sus hijos, él me miró como si viera a Lázaro saliendo de la tumba
Seamos conscientes. Es difícil hacerlo peor. Hay ejemplos que resultan abrumadores. El pasado viernes me tocó almorzar en Londres al lado de un veterano diplomático marroquí al que trato desde hace veinte años. Ambos participamos en un grupo de debate de política internacional que se reúne dos veces al año en distintas partes del mundo. Nos conocemos, pero no tenemos una relación estrecha. Él ha sido embajador en Londres, Nueva Delhi y Berlín. No creo que haya muchos currículos mejores en la carrera diplómática marroquí. Además fue el primer impulsor de la Université Mohamed VI Polytechnique, situada en Benguérir, cerca de Marrakech. Mi interlocutor me preguntó por la marcha del «problema catalán» ante lo que yo le hice una descripción de los hechos que sin duda le resultaron muy preocupantes. En un momento dado me dijo: «¡Que lástima que ya no tengan un presidente que sea un hombre de Estado como lo fue Jordi Pujol...». Me dio tal susto, que tuve que tirar la corbata a la basura. Tanteé en qué fundaba su opinión sobre Pujol. Después de explicarme «la tranquilidad» en Cataluña cuando él presidía la Generalidad y lo bien que salieron los juegos olímpicos, me explicó que en 2004 fue a ver al ya expresidente a su despacho privado para establecer la conexión entre el Policy Center for the New South marroquí y el Centro de Información y Documentación Internacionales en Barcelona (Cidob). «Pujol llamó inmediatamente a Narcis Serra y nos recibió al día siguiente. Le respetaban mucho». Cuando yo le expliqué la trayectoria penal de Pujol, su mujer y sus hijos me miró como si hubiese visto a Lázaro saliendo de la tumba. No daba crédito. Nunca había oído nada de Pujol. Los corresponsales extranjeros en Madrid y Barcelona no se ocupan de esas cosas. Se ocupan de la Gürtel.
Hace dos años, en medio de la tensión de Cataluña, el corresponsal de «The Times», Graham Keeley, hizo una entrevista al portavoz del Gobierno, Íñigo Méndez de Vigo. El titular de la entrevista -en portada- había sido manipulado cortando la frase del ministro y dándole el significado opuesto. Méndez de Vigo escribió una carta de rectificación a «The Times». El diario de Rupert Murdoch se negó a publicarlo. ¿No tiene España interlocutores en ese grupo para reivindicar que sus medios defiendan la línea editorial que dicen tener?
«The Daily Telegraph», el diario más conservador y brexitero del Reino Unido tiene un corresponsal en España abonado a las tesis independentistas. Un exdirector de ese diario me manifestaba su desconcierto días atrás. ¿No tiene España la capacidad de consultar con los hermanos Barclay, sus propietarios, la incoherencia de su apoyo a la unidad del Reino Unido frente a la lucha por la independencia de Escocia, frente a su apoyo a las tesis independentistas catalanas?
Un Gobierno jamás debe presionar a los periodistas porque con toda razón éstos invocarán su libertad. Pero un Gobierno sí puede pedir a un editor que sea coherente con su línea editorial. Y todo periodista sabe que si su medio de comunicación tiene una línea, se espera que sea coherente con ella.
España en el tema catalán, y la derecha española en casi todos los temas, tienen un grave problema de imagen ante el mundo. El pasado 19 de noviembre advertí a un amigo, corresponsal de un gran diario británico, sobre la trascendencia de la sentencia de los ERE y su magnitud. Sus jefes en Londres no quisieron ni una línea. En su día, los trajes de Camps les interesaron más....Ramón Pérez-Maura
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