El fallo del crimen de los tirantes
Antonio Franco se preguntaba ayer en «El Periódico» si habría tanta tolerancia policial con los vándalos que cortan autopistas e incendian contenedores si en lugar de ser independentistas fueran de Vox. Es una pregunta razonable en un país en el que a Vox se le llama «extrema derecha» y a Podemos no se le llama «extrema izquierda» y se olvida el pasado de hambre y muerte que ha causado su ideología. Antonio Franco es, por cierto, el primero en olvidarlo.
Rodrigo Lanza es un criminal que dejó tetrapléjico a un guardia urbano en Barcelona y mató a Víctor Laínez por llevar unos tirantes con la bandera de España. Por motivos más allá de mi comprensión, y de la comprensión de cualquier persona razonable, cada juicio que se ha celebrado contra Lanza ha ido acompañado de la idea de que, más que a él, se pretendía condenar a sus ideas. Si Lanza hubiera sido ya no de Vox, sino simplemente del PP, o si en lugar de ser su víctima un agente de policía hubiera sido un inmigrante, un negro o una mujer, el veredicto habría alcanzado el tipo máximo y el juez habría redactado la sentencia más severa, con nutridas manifestaciones de fondo en contra de su intolerable barbarie.
Mis conocimientos judiciales son escasos y no querría avergonzar a mi querido y admirado Fermín Morales manejando con inexactitud conceptos que desconozco por completo. Pero en la historia reciente de España hemos llegado a ver cómo los tipos penales eran de izquierda o de derecha -la sedición, la rebelión-; cómo las pruebas judiciales -Pamplona- pasaban a ser de género, o cómo se tornaba pública la decisión familiar de dónde enterrar a tus muertos.
En España importa más quién comete el delito, y contra quién, que el delito. La permisividad con los que en Cataluña privan a las personas decentes de su más elemental libertad de circulación, contrasta con el gas pimienta con que la Gendarmería echó a los independentistas que cruzaron la frontera. Es verdad que el sectarismo es transversal, pero la izquierda y sus ramificaciones llevan décadas dando un inigualado recital de checa y de ignominia.
Matarme a mí tendría prestigio en determinados círculos, y si lo hiciera una feminista habría manifestaciones en su favor y se recogerían firmas para su absolución, bajo el argumento de que todo lo que me hubiera podio hacer, yo lo merecía. Ya lo escribió, también en «El Periódico», hace muchos años, Xavier Campreciós: «Sostres no puede ser nunca la víctima».....Salvador Sostres


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