Acabó el fin de semana de gloria de Sánchez en Cataluña. La montaña que parió un ratón. Nada ha arreglado. Pero deja a millones de españoles con un regusto amargo de humillación en el paladar tras ver a un presidente, al que soportan sin haberlo elegido, adulando al líder separatista catalán solo para intentar que le prorrogue su estancia en La Moncloa. Las penosas jornadas de ayer y anteayer han constituido un nuevo festival del eufemismo y la realidad paralela:
-«De la confrontación hemos pasado a la concordia». Tal fue el balance triunfalista que hizo ayer Sánchez... mientras lo rodeaba un despliegue de diez mil antidisturbios para poder celebrar un simple Consejo de Ministros en Barcelona (para hacernos una idea de la dimensión del despliegue cabe recordar que Estados Unidos controla Afganistán con 15.000 soldados). Calles cortadas, ciudadanos temerosos de desplazarse y legiones de policías. En efecto: impera «la concordia».
-Es necesario «avanzar en una respuesta democrática a las demandas de la ciudadanía de Cataluña en el marco de la seguridad jurídica». Eso decía el comunicado conjunto del Gobierno y la Generalitat tras la reunión Sánchez-Torra. De manera vergonzosa, el Gobierno evitó referirse a la Constitución, porque tal alusión no agradaba a sus aliados separatistas. Sánchez esconde la Carta Magna bajo la alfombra, cuando por su cargo tiene el deber de defenderla.
-El Gobierno y sus aliados han aprobado en el Congreso levantar el techo de gasto y la ministra portavoz Celaá advirtió ayer que si el PP revierte esa decisión en el Senado estaremos «ante una anomalía democrática». La auténtica anomalía democrática es una ministra que se niega a admitir que el Senado forma parte de nuestro ordenamiento constitucional y que pretende saltarse la Cámara Alta solo porque allí ostenta la mayoría un partido que no es el suyo. Sectarismo y burramia democrática. Sin complejos.
-«El diálogo es la única manera de encauzar el conflicto con Cataluña». Espinosa frase, con la que el Gobierno recupera la jerga creada por ETA («el conflicto») y asume implícitamente que existe una enfrentamiento Cataluña-España, cuando lo que realmente sucede es que los dirigentes separatistas de una región han impulsado unilateralmente una sublevación contra el Estado por una obsesión sentimental y xenófoba.
-Los independentistas no son tantos ni tan fuertes. Un grave problema del Gobierno y el PSOE es su «pusilanimidad» frente al separatismo, en acertada acusación del presidente aragonés Lambán, único barón socialista que muestra un poso de patriotismo. Si el separatismo fuese ese sentimiento cuasi universal que nos venden, las protestas de ayer habrían sido masivas, cuando lo cierto es que hubo pinchazo de asistentes. Se puede vencer al separatismo, claro que sí. Salvo que padezcas a un presidente que lo necesita para sobrevivir.
Al final, la frase más cabal del día la dejó un mosso con dos dedos de frente, que le espetó a un manifestante: «¿Qué república ni que collons? La república no existe, ¡idiota!». Ese sí dijo la verdad...Luis Ventoso
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