Unos de los problemas más serios que padece ahora mismo España
es que la izquierda considera fascista y deshonesta a la derecha
en sus más diversas manifestaciones. Ellos en cambio, aunque
muy fragmentados, se ven como la ambrosía democrática y los únicos
honrados. Desde este prisma, será difícil avanzar en la convivencia.
Lo cierto es que hemos involucionado y ya no nos importa que haya corruptos,
siempre y cuando sean «nuestros corruptos». Por eso al PSOE actual
–porque hubo otros muchos a lo largo de la historia– solo le interesa
el poder y ocupar todas sus expresiones de la manera más obscena y grosera.
A la manera en que lo han hecho. Hasta han cambiado los jurados de los
premios nacionales del Ministerio de Cultura. Lo quieren todo. No hay
lealtad institucional que valga, ni hilo de sangre que asegure la continuidad
institucional. «Quítate tú, que me pongo yo». Es el lema del sanchismo,
encarnado en su máxima expresión por el propio inquilino de La Moncloa.
Ya solo les queda, como en los viejos tiempos, encargarse del Orfeón Donostiarra
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