No Al Olvido

miércoles, 1 de marzo de 2017

La Cuaresma en tiempos del Armageddón...!!!



Laureano Benítez Grande-Caballero.- Tras la caída del Telón de Acero, un tal Fukuyama habló en 1992 del «fin de la historia», pues el desmantelamiento de la ideología comunista suponía para este autor el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas.

Desde luego, a la luz de los conflictos que vive el mundo de la posmodernidad ―ése que comenzó después del supuesto «final»― es fácil darse cuenta de que el japonés ese andaba bastante descaminado en sus previsiones. Frente a su hipótesis, cada vez son más los especialistas que afirman que estamos plenamente inmersos en la Tercera Guerra Mundial, cuyos contendientes son el terrorismo yihadista y el mundo libre. Y yo, sin querer jugar a ser profeta de cataclismos y «finesdelmundo» milenaristas o mayas, voy un poco más allá, pues estoy convencido de que esta Tercera Guerra no es sino el comienzo del apocalíptico Armageddón final, donde se enfrentan ―más que ejércitos convencionales― las fuerzas del Bien y del Mal, tal como se profetiza en la Biblia.
Este combate atávico entre el Bien y el Mal tiene como máxima expresión, como metáfora perfecta, lo que podríamos llamar ―citando el legendario «El Libro del Buen Amor» del arcipreste de Hita― la batalla entre don Carnal y doña Cuaresma, madre de todas las batallas que en el mundo han sido y serán, y en la que, a pesar de su apariencia meramente literaria y festiva, se juega cada año el futuro de la humanidad.
Carnaval, carnaval… con él sucede lo que con tanta otras prácticas y tradiciones cristianas, que han sido completamente vaciadas de su contenido religioso para convertirse en saraos completamente paganos, en meras excusas para el desenfreno, en magníficas ocasiones para la jarana y la juerga, que no muestran ya ninguna conexión con el rito católico que las originó. Es una evidencia más del abominable «zapping» que practicamos en nuestras sociedades, mediante el cual solamente conectamos con aquellas actividades lúdicas que nos reportan confort, comodidad y placer, a la vez que nos desenganchamos y «cambiamos de canal» de todo lo que suponga sacrificio, austeridad, ayuno, penitencia, abstinencia, etc.. O sea, de todo lo que signifique espíritu de Cuaresma.
Es así como tenemos unas Navidades totalmente paganizadas y subsumidas en orgías consumistas, en «jojos» de curiosos personajes vestidos de rojo que nada tienen que ver con el nacimiento de Cristo. Y luego vienen los «jalouines», satánica celebración de lo que antiguamente era el Día de Todos los Santos, que se ha transmutado, por los sucios manejos de las fuerzas de las tinieblas, en el día de todos los zombies, vampiros y criaturas demoniacas al uso.
Me resulta sumamente curioso y grotesco ―también podría decir blasfemo, aunque suene fuerte decirlo― que una sociedad desacralizada celebre festividades religiosas, pero solamente en su aspecto jaranero, pasando olímpicamente de cualquier referencia religiosa. Es así como ateos convencidos se reúnen en familia en Nochebuena, siguiendo el mismo protocolo de los creyentes. Eso hace también ―o hacía― el mismísimo Turrión, sólo que cantando villancicos burlescos, como aquel que diu: «San José es comunista, y la Virgen socialista; y el niño que está en la cuna, es marxista-leninista».
Lo mismo se podría decir de la Semana Santa. Yo, que soy sevillano, tengo familiares ateos ―leninitos es el nombre que tiene uno en su email― que han sido costaleros de mi Esperanza de Triana, y tienen armarios enteros con innumerables videos de las cofradías procesionales de mi tierra. ¿En qué quedamos?
Por cierto, todos los años tenemos que soportar la gran chorrada de que el progrerío izquierdista felicite efusivamente el Ramadán a los musulmanes, diciéndoles «Ramadán Kareem», o «Ramadán Mubarak», con el fin de mostrar su visceral anticatolicismo y arañar votos entre la musulmanía ―casi dos millones en nuestro país, oiga―. Sin embargo, todavía estoy esperando que estos botarates del grotesco puñoenalto digan a los católicos algo así como: «Feliz Cuaresma».
En cuanto a la batalla entre el Carnaval ―símbolo del hedonismo materialista y consumista de la sociedad desacralizada― y la Cuaresma ―expresión del espíritu cristiano―, no hay que ser un experto sociólogo para dar el veredicto final del combate, ya que la apostasía generalizada en que vivimos da como resultado una aplastante victoria de don Carnal.
Sí, pero… mucho ojo, pues las apariencias engañan, ya que este aparente triunfo en el Armageddón de las fuerzas carnales guarda muchas sorpresas, porque en la hora final, en el Armageddón de la muerte, muchos carnales se pasan con armas y pertrechos al bando cuaresmático, como quitándose la carnavalesca máscara atea y anticlerical de toda una vida, que muchos llevan puesta solamente por no parecer fachas, por ser progres, porque era lo que se llevaba como una moda, igual que se llevan los vakeros rotos o se vota a los podemitas. Pura apariencia, mera fachada, porque, cuando se enfrentan al Armageddón de su paso a la otra vida, reculan pasmosamente, y se ponen a pedir confesión y a besar crucifijos. A mí estas cosas me recuerdan la famosa frase de Luis Buñuel: «Soy ateo, gracias a Dios».
Podemos citar muchos casos de súbitas conversiones premortem. Por ejemplo, en un documento de la jefatura de policía de Granada de 1965 ―publicado por la cadena SER― se afirma que García Lorca se confesó en la noche del 18 agosto 1936, horas antes de ser ejecutado en Viznar. Parece ser que el sacerdote encargado de las confesiones ya había abandonado la cárcel donde estaba confinado, por lo cual se confesó con su carcelero.
Otro que tal fue Oscar Wilde, que, aunque había abrigado desde niño el deseo de convertirse al catolicismo ―incluso siendo sacerdote―, la oposición de su padre ―amenazó con cortarle las manos― y el rechazo a su homosexualidad por parte de la Iglesia le impidieron consumar su conversión, que tuvo lugar en su lecho de muerte.
Pero la conversión más espectacular que recuerdo es la de Francesc Maciá, el fundador de Esquerra Republicana de Catalunya, destacado masón, antiespañol y comecuras, quien el 23 de diciembre de 1933, dos días antes de su fallecimiento, se confesó con el cardenal Vidal y Barraquer, siendo visitado en la noche de Navidad por monseñor Irurita ―obispo de Barcelona― y 20 sacerdotes más, que rezaron un responso por su alma.
Falleció besando el crucifijo de su hermana religiosa, y, a continuación, el prior Berenguer ofició una misa. Por supuesto, el Govern de la Generalitat ocultó todo lo que pudo aquel insólito acontecimiento de la conversión de Maciá, imponiendo unas pompas fúnebres totalmente laicas.
Así que hay partido. Parafraseando las famosas palabras que dijo aquella beata en una genial viñeta de Mingote de 1965: «Mucha revolución, mucho anticlericalismo, mucho Carnaval… pero al cielo seguirán yendo los de siempre».
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MRF

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