En la mesa formada por el nacionalismo catalán y por el Gobierno socialista se van a sacrificar algunos de los principales valores del orden constitucional, el primero de ellos, el de la dignidad democrática
La mesa de negociación que hoy se constituye en Barcelona entre los gobiernos central y catalán es una farsa de la que Sánchez es plenamente responsable. No es una mesa de negociación, porque lo que pretenden los nacionalistas -amnistía y autodeterminación- no son negociables; y no es una mesa de gobiernos porque el aún presidente Torra va a sentar a dirigentes separatistas ajenos al Gobierno autonómico. En realidad es otra más de las mentiras sobre las que Pedro Sánchez construyó su investidura, porque se trata de un acto de legitimación de un Ejecutivo sedicioso y de unos condenados por el TS a los que se rehabilita a distancia solo por el hecho de aceptar la existencia misma de la tal mesa. La presencia de Josep María Jové, un imputado por el 1-O y probable «ideólogo» del proceso separatista, da la medida de la ausencia de escrúpulos de Sánchez y del resto de ministros que van a mantener semejante interlocución. La farsa consiste en aceptar este formato de claudicación como un acto de «reencuentro» con quienes, lejos de querer reencontrarse, están afirmando día tras día que quieren irse de España, llevándose consigo a todos los catalanes.
La mesa de Sánchez y Torra, inhabilitado por la Justicia, también es una farsa porque el PSOE y el Gobierno central regalan a los nacionalistas la representación total de Cataluña, dando al nacionalismo la carta de naturaleza política a la que siempre ha aspirado: la de encarnación fiel del verdadero pueblo catalán, sin adherencias españolistas. Esta, y no otra, es la mesa en la que hoy Pedro Sánchez vuelve a reflejar sus prioridades, que empiezan y acaban en dos objetivos: aprobar unos presupuestos generales del Estado como sea y sellar con el nacionalismo aquel «cordón sanitario» que Rodríguez Zapatero quiso aplicar al Partido Popular desde 2003. En la mesa formada por el nacionalismo catalán y por el Gobierno socialista se van a sacrificar algunos de los principales valores del orden constitucional, el primero de ellos, el de la dignidad democrática. Unos sediciosos condenados y otros fugados de la Justicia van a sentirse reconocidos en la escena de una mesa en la que el Gobierno del Estado que fue agredido -desde su Jefe de Estado a sus jueces y policías, pasando por sus leyes, su Constitución y su unidad- se humilla con tal de satisfacer su apetito de poder. Es el mismo Gobierno que luego se atreve a dar lecciones de moderación y talante democráticos a la oposición constitucionalista y que, con este discurso, aumenta la distancia entre uno y otra para llegar a acuerdos de Estado, los únicos que han permitido a España avanzar como sociedad moderna y libre. La mesa de hoy es una mesa de involución democrática de la que Pedro Sánchez es el único responsable.
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