En un artículo de 2012 publicado en el New York Review of Books
el poeta Charles Simic declaraba que estamos viviendo en la “Era de la
Ignorancia”. Desencantado por las manifestaciones culturales de su país,
donde en algún momento el grueso de la población llegó a creer que
Saddam Hussein había sido responsable de los ataques del 11 de
septiembre o que Obama era musulmán, Simic denunció lo que considera que
es una "rebelión de mentes opacas en contra de la inteligencia", por lo
cual es acertado concluir con Sidney Hook que “la estupidez es una de
las grandes fuerzas de la historia”, todo lo cual es bastante
conveniente para la clase política que “se resiente contra todo aquel
que se muestra capaz de pensar de manera seria e independiente”.
Lo
que más me llamó la atención de leer el artículo de Simic, un destacado
poeta amigo de Octavio Paz, es su diagnóstico puntual, basado en su
observación como profesor universitario de literatura, de que los
jóvenes son cada vez más ignorantes, pasan de la escuela a la
universidad sin estar preparados y sobre todo adoleciendo en
conocimientos de historia. Esto mismo lo detecta Rushkoff en cierta
forma en su libro Present Shock: inundados por enormes cantidades
de información noticiosa, perdemos la noción de las grandes narrativas,
de la continuidad del tiempo y la memoria. Todo es un perpetuo y
atiborrado “ahora”. Simic escribe sobre la notable carencia que tienen
los jóvenes de las grandes ideas de otros tiempos:
Hemos
necesitado muchos años de indiferencia y estupidez para hacernos tan
ignorantes como somos hoy. Cualquiera que haya enseñado en una
universidad los últimos 40 años, como yo lo he hecho, puede decirte que
los estudiantes que salen de la preparatoria cada año saben menos.
Primero fue desconcertante, pero ya no sorprende a ningún instructor
universitario que los amables y entusiastas jóvenes que se enrolan en
las clases no tienen la habilidad de retener la mayoría del material que
se enseña. Enseñar literatura inglesa, como yo he hecho, se ha vuelto
más difícil cada año, ya que los estudiantes leen menos literatura antes
de entrar a la universidad y carecen de la más básica información
histórica del período en el que una novela o un poema fue escrito,
incluyendo las ideas y los asuntos que ocupaban a las personas de ese
momento.
Tengo
la impresión de que esto es un fenómeno global. Hablo desde lo que
observo en México, pero podemos citar también al ex profesor de
Cambridge, Terry Eagleton,
quien en un artículo en el mismo tenor que el de Simic denunció la
influencia neocapitalista sobre la educación superior, considerando que
las universidades son administradas como negocios y que las humanidades
están al borde de desaparecer puesto que no pueden competir en la
producción de capital con otras carreras. Las impresiones de Simic son
sobre los estudiantes en Estados Unidos, el país con la presencia
mediática más incisiva del mundo, a la vez también, el país que más
influencia tiene el mundo, siendo una especie de oficina central de
adoctrinamiento cultural global. Algunos países obtienen lo peor de los
dos mundos, son colonizados culturalmente y económicamente, pero no
reciben los beneficios materiales de la libre economía y se ven
obligados a consumir objetos (como ropa o gadgets) y productos
culturales de baja calidad.
Simic
hace hincapié en que una de las cosas que se está perdiendo es el
conocimiento de la historia –encandilados por el nuevo smartphone que
hace desechable todo lo demás (incluyendo nuestra memoria); sin una
noción histórica, el pueblo es fácilmente manipulable ya que no tiene el
alcance de visión para percibir que los políticos están recurriendo a
los mismos trucos o a las mismas falsas promesas que han utilizado antes
sin entregar nunca resultados. Como dijo el filósofo George Santayana,
"aquellos que no recuerdan el pasado, están condenados a repetirlo". Me
pregunto si, correteando por las actualizaciones incesantes que nos
hacen llegar nuestros aparatos, no nos estaremos programando para
repetir los mismos errores del pasado, pensando que éste ya no existe,
que ya lo hemos superado y con él los grandes desafíos de la condición
humana. Simic considera que nuestra ignorancia, en el mundo real, nos
hace presa fácil de la manipulación política e ideológica. "Para
empezar, hay más dinero que ganar de los ignorantes que de las personas
educadas, y engañar al pueblo es una de las pocas industrias que
seguimos manteniendo en este país. Un pueblo verdaderamente ilustrado
sería malo para los políticos y los negocios".
Cómo
explicarnos este incremento en la ignorancia –incremento al menos en lo
referente a las bellas artes, a las tradiciones religiosas, a la
historia. Simic culpa en Estados Unidos a la educación. "No hay duda de
que el Internet y la televisión por cable han permitido que variados
intereses políticos y corporativos diseminen desinformación a una escala
antes imposible, pero para que eso sea creído es necesaria una
población malamente educada y desacostumbrada a verificar las cosas que
se le dicen". Me pregunto si no existe una especie de loop de
retroalimentación entre los medios electrónicos y la carencia educativa,
uno magnificando el efecto de la otra. Pasamos grandes cantidades de
tiempo consumiendo contenido electrónico en forma de snack, pedacería
diseñada para atrapar nuestra atención y ante este contenido –hecho a la
medida de nuestra dopamina– las películas de cine de arte, los libros
de filosofía clásica o las novelas de autores de hace más de 50 años nos
parecen aburridas. En inglés se ha creado el término "infotainment"
para referirse a la información y al entretenimento como una misma (y
ubicua) cosa. Hoy en día todo tiene que ser entretenido, fácil de usar y
útil (en el sentido de que nos brinde un capital, algo que podamos
presumir que sabemos o que podamos vender).
Hace unos días me encontré con esta increíblemente popular app llamada Blinkist,
la cual tiene cientos de miles de usuarios y decenas de millones de
seguidores en las redes sociales. Me pareció sintomática de lo que Simic
llama la “Era de la Ignorancia” a la vez que, paradójicamente, denota
un fuerte deseo de saber. Blinkist ofrece resúmenes de miles de libros
que puedes leer en 15 minutos, una especie de resumen ejecutivo
compuesto de puros "insights" de populares obras de no ficción. Promete
hacerte más inteligente y ahorrarte toda la paja y la molestia de tener
que realmente leer el libro. En nuestra era todos queremos ser CEOs,
todos traducimos el tiempo en dinero y todos nos preparamos para pasar
el examen (no para realmente aprender, sino para parecer que sabemos lo
suficiente para pasar el punto de control y obtener el beneficio social o
económico).
Se
podrá argumentar que los jóvenes no saben menos sino que sus saberes
están orientados a lenguajes científico-técnicos, como por ejemplo la
tecnología de la información, a través de la cual pueden, por ejemplo,
extender su memoria a la Red y utilizar la Nube como un almacén de
información mucho mayor de lo que las mentes más prodigiosas albergaban
en la antigüedad. Y, también, el siempre citado argumento de que las
habilidades intelectuales modernas están orientadas hacia el
reconocimiento de patrones y no a la memorización de información. Como
si fuéramos más ligeros y estuviéramos uniéndonos a una mente global
incorpórea. En algún momento esto puede llevar a creer incluso que
estamos por manifestar el sueño de Teilhard de Chardin de la noósfera,
la evolución de una capa de conciencia inmaterial, una especie de
superalma planetaria (al menos los entusiastas editores de la revista Wired
así lo creían). El juicio que he querido exponer aquí, sin embargo, es
un juicio de valor: una defensa de la calidad de la información y su
capacidad de ser transformada en sentido y no de la cantidad de
información que podemos manejar como individuos o en colectivo y su
capacidad de ser transformada en ventaja o utilidad. A su vez, no tengo
reparos en manifestar que el problema de educación que vivimos es un
problema de valores, es decir un problema moral y estético. Hoy la
mayoría de las personas preferirían tener una habilidad que puedan
capitalizar fácilmente y no una sensibilidad que sea inútil
económicamente pero que alimente al individuo de belleza y de una
riqueza que no cotiza en la bolsa. Nuestras prioridades y deseos hoy son
determinados en función de la economía, el éxito personal (deseo
aspiracional) y el materialismo y no de la estética, la ética ni la
espiritualidad. En suma, simplemente digo aquí que para mi forma de ver
el mundo –una visión tradicional– el conocimiento debe estar ligado a
principios que trascienden modas y corrientes pasajeras; ideas o valores
que pueden encontrarse fundamentalmente en el arte, la religión y la
filosofía (también en la ciencia, pero sólo en la ciencia que es capaz
de encontrar sentido, es decir, en una ciencia siempre vinculada a la
filosofía, como fue en el origen). Más allá de las apariencias y las
rápidas descargas del hedonismo, lo que todos deseamos es entrar en
contacto con algo más duradero y profundo y lo único que sabemos de
cierto que trasciende nuestra corta estancia bajo el Sol son las ideas y
los valores. Platón nos hablaría del Bien, de la Belleza, de la Unidad.
Buda del Dharma (la ley de la cual el universo mismo es sólo una
manifestación). Quizás lo mejor que tenemos actualmente –en un mundo
fanáticamente secular– son intentos como los de Carl Sagan por encontrar
belleza y sentido dentro del supuesto azar de la ciega máquina
universal e incrustar nuestros procesos dentro de la madeja de la
evolución cósmica desde una perspectiva de participación. Sobre lo
último habría que recordar que las grandes ideas de Sagan –"somos polvo
de estrellas", "somos la forma en la que el universo se conoce a sí
mismo"– son solamente ecos o reformulaciones casi exactas de nociones
conocidas a través de una ciencia interna hace miles de años por
diversas culturas como la védica, la griega o la egipcia, entre otras.
Intentando
entender esta propagación de la ignorancia o este declive cultural
–mayormente desestimado en la cresta del progreso tecnológico, puesto
que, ¿cómo es posible que se hable de ignorancia cuando producimos tanta
increíble, cuasidivina tecnología?– me parece ineludible dirigir la
mirada a cómo hemos asimilado la tecnología o a cómo no nos hemos
percatado de los efectos que tienen los nuevos medios en nuestros
sentidos y en nuestra cognición. Marshall McLuhan, un autor al que todos
deberíamos regresar en esta época, dijo que la tecnología es una
extensión de nuestros sentidos, pero que de la misma forma que los
amplifica también los amputa. Un automóvil es una extensión de nuestras
piernas (aunque alguno ha bromeado que también del pene), un teléfono de
nuestros oídos y de nuestra voz (¿un smartphone es un genio o demonio
atrapado en el bolsillo?), el Internet es una extensión de nuestro
cerebro. No hay duda que sus alcances son enormes, su potencial
maravilloso, pero hay que detenernos a observar si su mismo poder, su
fabuloso encantamiento no está obnubilando o inundando algunos aspectos
de nuestra percepción o por lo menos modificando algunos hábitos que
determinan nuestra relación con el mundo y nuestra capacidad de
conectarnos con los demás. El sentido de la frase de McLuhan queda
claramente ejemplificado en el slogan repetido incansablemente, lo mismo
por compañías de telecomunicación que sitios de internet: que nos están
conectando donde quiera que estemos, todo el tiempo. ¿Acaso a la vez
también no nos están desconectando del mundo real y de nosotros mismos?
¿Si estamos conectados todo el tiempo a la Red podemos estar conectados a
nuestro entorno y a lo que sucede fuera de la pantalla? Como dice el
anarcoprimitvista John Zerzan: "está claro que las máquinas están
conectadas, ¿pero no sé hasta que punto lo están los humanos? Todos
están en su teléfono celular todo el tiempo, como zombis, vas por la
calle y la gente choca contigo porque está tan embobada viendo sus
aparatos".
Pijamasurf. MRF
http://www.elmanifiesto.com/
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