Fue pastor, conspirador liberal en Londres, auxilio fraternal del poeta José Zorrilla y, sobre todo, un reputado relojero en la Europa del siglo XIX. Se llamaba José Manuel Rodríguez Conejero y fue el artífice del reloj que desde hace 150 años da las campanadas de Nochevieja en la madrileña Puerta del Sol. La trayectoria de este leonés nacido en Iruela, localidad leonesa de la comarca de La Cabrera, es todo menos convencional. La han documentado Luis Alonso Luengo, Eloy Benito Ruano, Roberto Moreno, Juan Ignacio Samperio, Luis Montañés y, más recientemente, Francisco Cañueto, autor de una investigación que rectifica datos que se tenían por buenos y aceptados, como su nombre y la fecha real de nacimiento.
De condición humilde, habría nacido, según Cañueto, el 19 de marzo de 1801, y no en mayo de 1797, como se venía creyendo y escribiendo, y era el tercero de los diez hijos del matrimonio formado por Manuel Rodríguez y María Conejero. Creció como solían hacerlo los niños de su tiempo y extracción, cuidando el ganado familiar. Hasta que un buen día, sin razón aparente, abandonó el hogar. Algunos autores aseguran que huyó de las burlas que recibía por haber contraído la viruela, mientras que la explicación de su amigo Matías Rodríguez bordea los límites de la leyenda: habría ocurrido una noche de 1814, cuando, atemorizado, confesó a sus padres que había perdido una vaca; «No vuelvas a casa mientras no traigas la ternera», fue la respuesta. El pequeño José la encontró en la sierra, pero desgarrada por los lobos. Atemorizado ante la más que previsible riña paterna, su huida lo condujo hasta Puebla de Sanabria, donde un arriero lo llevó hasta Extremadura.
Sea como fuere, aquel joven que habría de pasar a la historia como uno de los relojeros más célebres y reputados de Europa comenzó una nueva vida en Madrid como oficial de caballería. Sus convicciones liberales lo enfrentaron con Fernando VII, quien, en su afán por dar marcha atrás al reloj de la historia, persiguió con saña a quienes defendían el orden constitucional. Lo que ocurrió entonces no tiene desperdicio: fue ni más ni menos que José Zorrilla Caballero, padre del gran poeta vallisoletano, quien como superintendente de Madrid lo sorprendió en un conciliábulo liberal disfrazado de fraile. Era 1828. Rodríguez Conejero emprendió raudo el camino del exilio; quedaba aún bastante para forjar el reloj madrileño y su leyenda universal.
Dos años permaneció en París hasta establecerse, en 1830, en Inglaterra. Lo cuenta el poeta Zorrilla en ‘Recuerdos del tiempo viejo’. Muy pronto comenzó a trabajar de mozo de limpieza en una relojería londinense. El fallecimiento del dueño, ocurrido en 1838, le permitió hacerse cargo del negocio; también contrajo matrimonio con Hamilton Ana Sinclair, mujer de 51 años, quien, según determinados biógrafos, era la viuda del propietario. Que ya entonces era ducho en el oficio lo demuestra el hecho de que desde 1835 regentara su propio taller de relojes de bolsillo y de pared cerca de Euston Road, en el barrio de San Pancracio.
Rodríguez Conejero, que ya entonces había decidido cambiar su apellido materno por el de Losada en referencia a Quintanilla de Losada, localidad a cuya jurisdicción pertenecía Iruela, no tardó en convertirse en el primer cronometrista de Inglaterra. Fijó definitivamente su taller en los números 285 y 105 de Regent Street, la más importante calle comercial de la capital londinense, que también sería lugar de tertulia de personajes tan relevantes como el citado Zorrilla o el General Prim. Por Real Decreto de 3 de octubre de 1854, fue nombrado Caballero de la Orden de Carlos III gracias a su buen hacer como «constructor de relojes en Londres». Tres años más tarde la Marina española le encargaba la construcción de cronómetros marinos, cuya calidad dejó impresionados a los peticionarios. Tanto, que muy pronto proveyó de cronómetros a los marinos de guerra españoles durante los conflictos independentistas de Sudamérica. No por casualidad fue designado Relojero Cronometrista de la Marina Militar.
El regalo a Madrid
Aquel humilde pastor se había convertido ya en el relojero de cabecera de las instituciones más prestigiosas y de la clase europea más exigente. El reloj de la madrileña Puerta del Sol constituye, sin duda, una de sus obras más célebres. Lo entregó como regalo en 1865, en prueba de su admiración por la reina Isabel II. Colocado al año siguiente en el antiguo edificio del Ministerio de la Gobernación, la inauguración oficial se verificó el 19 de noviembre de 1866, hace 150 años. Hay quien asegura que la iniciativa surgió en el transcurso de una visita a Madrid, cuando, alojado en un Hotel situado frente al antiguo reloj que presidía dicha torre, contempló enojado su pésimo funcionamiento.
Pero no fue ésta, desde luego, su única obra de envergadura. Para la Casa Real Española confeccionó varios proyectos, desde un reloj saboneta en oro para Isabel II hasta otros para el rey consorte Francisco de Asís y varias infantas. También el general Narváez, presidente del Consejo de Ministros, lució en la muñeca uno de sus relojes, mientras que el almirante Casto Méndez Núñez recibió un ‘Losada’ de bolsillo en reconocimiento de la labor realizada en la batalla de El Callao. Algunos de sus más de 70 ejemplares para la Marina han sido minuciosamente estudiados, y ponderados, por especialistas como los citados Moreno y Samperio.
Losada fabricó más de 6.000 relojes, la mayoría de ellos de bolsillo, aunque también otros de viaje, cabecera, sobremesa, taberna, de torre, bitácora, reguladores astronómicos, etc. Como señala Samperio, «lo más sobresaliente de sus relojes de bolsillo es que introducía en ellos cuantos avances y novedades se iban produciendo en la época que podría calificarse de oro de la relojería británica, a cuya escuela pertenecía, y lo hacía con gran pericia. Incluso fue más allá, perfeccionando algunos de estos hallazgos, como los perfectos ajustes en los volantes y sus espirales para evitar los efectos de los cambios climáticos sobre los materiales».
Maestro de profesionales tan reputados como el relojero jefe del Observatorio de San Fernando, José Díez de Columbres, obra suya fueron también los relojes de torre del Ministerio de Fomento, el de la Catedral de Málaga (1868), donado por Juan Larios, el reloj-farola de Jerez, el llamado «péndulo grande» del Colegio Naval de San Fernando, en Cádiz, entregado en 1859, el del Ayuntamiento de Sevilla y el del Colegio de los Escolapios de Getafe.
José Manuel Rodríguez de Losada falleció en Londres el 6 de marzo de 1870, después de más 40 años de exilio, en el transcurso de los cuales que solo puso visitar tres veces su país natal. Cuentan que dejó una importante fortuna, cifrada en 2.500 libras esterlinas de la época. Era Relojero de Cámara de Sus Majestades y estaba en posesión de la encomienda de número de Isabel la Católica.
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MRF
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