Con su nuevo filme, «Blackwood», que se estrena el 3 de agosto, el cineasta habla de los retos del creador en la industria y ante la sociedad
Escuchar hablar a Rodrigo Cortés (Orense, 1973) recuerda a la experiencia de ver una película desde la sala del proyeccionista: igual que el reflector escupe luz furioso pero en la pantalla todo se plasma a la velocidad ideal, su cabeza parece girar desbocada mientras que su verso es reflexivo, pausado y constante. Cineasta obsesionado por la narrativa, vuelca su saber de «todopoderoso» en libros, en las páginas de ABC e, indudablemente, en sus filmes. Para el último, «Blackwood», con Uma Thurman de protagonista, adapta una historia juvenil de Lois Duncan sobre cinco adolescentes que se enfrentan a un mundo sobrenatural que les supera. Un thriller de terror que llega a España el 3 de agosto, coincidiendo con «Los Increíbles 2». ¿Quién dijo miedo?
En «Blackwood» habla a un público al que hasta ahora no se había dirigido. ¿Qué retos ha encontrado?
He tratado de dirigirme al potencial espectador adolescente y hablarle de igual a igual, sin paternalismo ni condescendencia, tratando de ser con ellos tan implacable como lo sería con cualquier espectador al que respetara.
¿Cree que el público adolescente es menos maduro frente al público de los años sesenta, setenta, ochenta…?
Creo que la sociedad se ha infantilizado, y lo está más y más cada año. Y creo que la culpa es de nosotros, los creadores, y también de los que deciden qué historia puede hacerse y cuál no, estudios, productoras y distribuidoras. Pensemos en Powell y Pressburger (creadores de «Las zapatillas rojas»...), que hacían un cine con gran penetración popular sin renunciar a mostrar su sensibilidad por la arquitectura, la pintura, la música… Desconozco si el público es inteligente o mediocre en su mayoría, solo sé que hay que hablarle con respeto.
¿El discurso de lo políticamente correcto supera a cualquier obligación moral hoy día?
La corrección se ha convertido en una forma de tortura, sobre todo porque cada vez resulta más difícil manifestar algo para definirse, de manera que cada opinión acaba siendo un acto para decir al mundo que es una persona sensible que quiere que todo esté bien y que ruega no ser lapidada. Por suerte, sigue habiendo un puñado de creadores que hacen, por encima de todo, lo que deben hacer: expresar quiénes son y cuál es su mirada del mundo, que no tiene por qué ser buena ni mala, sino personal y honesta.
En «Blackwood», las jóvenes estudian un «quadrivium» clásico. ¿Por qué decide incluirlo sin estar en la novela?
Quise incorporarlo en el guión. La novela tiene una vocación muy juvenil y está escrita en los años 70 para jovencitas impresionables. Con el paso del tiempo, se podría considerar casi infantil; pero vi en ella una premisa sin explotar potencialmente cruel y muy polanskiana, y empezó a resonar en mí como reflexión sobre el arte, el arte como laguna muy oscura con una enorme capacidad transformadora para bien y para mal, el arte como lugar maravilloso y terrible, y en ese intento de llevar a las protagonistas y al espectador a un lugar que no pertenece a nuestro tiempo me parecía estupendo que esta perturbadora directora –Uma Thurman– aplicara un programa educativo tan viejo como el mundo.
La primera vez que hablamos del filme, ya mencionó a Polanski. De hecho, dijo que el filme era «más Polanski que "Crepúsculo"». ¿Por qué remarca tanto lo que no es?
Lo voy a decir de otra manera que funciona mejor. Esta historia se podía desarrollar por dos vías: una tiende a las sagas juveniles de los últimos años, que son legión y que tienden a mirar al adolescente de arriba a abajo; o una vía más perturbadora, más psicológicamente compleja, que es la de Polanski o la de Nicolas Roeg en «Amenaza en la sombra». Así que en lugar de viajar a estos años recientes en los que las películas se hacen de tres en tres para encontrar franquicias que estiren el chicle durante un tiempo, me encontré viajando a una época dorada del género en la que se tomaba en serio a sí mismo.
«Lo voy a decir de otra manera». ¿El discurso sobre la película va evolucionando a medida que habla y habla de ella en las entrevistas?
No, el discurso es el mismo porque las decisiones que tomas a la hora de desarrollar un guión y, sobre todo, de tratar de elevarlo con las herramientas del cineasta, responden a tu mundo interno, y es una plasmación de tu mirada sobre las cosas. Inevitablemente a medida que uno habla de ello va puliendo su discurso y encontrando formas de ser más preciso, pero el significado es el mismo.
Todas sus películas, excepto «Concursante», su debut, han sido coproducciones con EE.UU. ¿A qué se debe?
No tengo ninguna vocación de huida, es la suma de muchas cosas. Me encantará volver a trabajar en España y en español, idealmente en una historia que no sea exportable ni vertible a otra cultura. Me encantaría rodar una historia del siglo XVI sobre la Conquista y con actores españoles.
¿Hay posibilidades?
Es muy difícil porque, para hacerlo de determinada manera, hay que tener un presupuesto que es complicado en el cine español hecho en español.
¿Sería posible una película así sin el apoyo de una televisión?
Es una pescadilla difícil de solucionar, porque no es en sí un problema, es más bien la manifestación de una realidad contingente. Si a las TV se les obliga a invertir en cine, inevitablemente lo harán en sus términos.
«En Acabar una película» decía que la vida no es una sucesión de capítulos sino de días, y que luego uno mira hacia atrás y encuentra los hitos de los que no supo enterarse. ¿Qué hitos han marcado su carrera?
No he tenido tiempo de parar para reflexionar, no se trata de parar cada siete años y mirar hacia atrás. Es algo que sucede en pequeñas cosas de manera constante pero que le dan a uno una dimensión sobre las cosas y su precio: cuando uno mira hacia atrás y recuerda cuánto pagó en sudor y esfuerzo para conseguir algo.
¿Qué ha cambiado en Rodrigo Cortés desde «Concursante»?
Espero que bastantes cosas. Pocas expresiones más objetivas de malos augurios que el famoso «No cambies nunca». Yo contesto «no cambies tú, a mí no me mates tan pronto, déjame crecer, evolucionar y aprender cosas». Sin embargo, sigo tratando de no caer en el cinismo y recordar esa enorme ilusión con la que iba al cine cuando no había una sola película mala: se dividían entre las buenas y las buenísimas; «Águila de acero» era buena y «Karate Kid» era buenísima por la patada de la garza. Uno nunca hablaba del segundo acto, ni de la evolución del personaje… Trato de recordar el enorme privilegio que supone dedicarte a algo así. Mi único lema personal es «Suceda lo que suceda, no te quejes nunca, haz lo que sea necesario pero no te quejes».
Ha criticado también «el consumo rápido» en redes sociales.
No son críticas, son observaciones. Alguien puede dedicar tres años de su vida a algo y otro, con suerte, le dedicará hora y media para ver la película y doce segundos en labrar un tuit en mármol desde la sala todavía oscura. Esto se ha ido haciendo progresivamente más cruel.....https://www.abc.es/ MRF
No hay comentarios:
Publicar un comentario