Tras las elecciones de 2015, el todavía presidente catalán Artur Mas le hizo saber a Pedro Sánchez que podía contar con los votos nacionalistas si decidía presentarse a la investidura. Sánchez optó por el pacto con Rivera para no abrir un cisma en su partido, pero nunca perdió de vista la posibilidad de explorar el otro camino. Esa idea estaba en su cabeza cuando seis meses después, en la noche de los comicios repetidos, calificó de «históricos» los peores resultados de la historia moderna del socialismo. Su célebre «no es no» a Rajoy expresaba la intención de reemprender el proyecto alternativo, en el que insistió hasta que sus rivales en el PSOE forzaron su derribo. Horas después de la caída le explicó al periodista Évole, con dolorida sinceridad, que su mayor error había sido el aceptar el veto orgánico a los apoyos que le habían ofrecido. Al final se acabó saliendo con la suya y hoy vive en La Moncloa gracias a la complicidad del separatismo.
Ese proceso resulta esencial para comprender las claves tácticas del actual Gobierno. El voto en la moción de censura pudo ser gratis pero los favores siempre esperan una contrapartida que no deja de constituir un precio. Como resulta obvio que el golpe de octubre ha complicado cualquier acercamiento, tanto los independentistas como el Ejecutivo se conforman por ahora con una recíproca secuencia de gestos. El margen es estrecho pero ahí están, de momento, los guiños de la ministra Batet, la cita del presidente con Torra o los pronunciamientos favorables al traslado de los líderes secesionistas presos. La postergación de la nueva financiación autonómica, tan reclamada en su etapa de consejera andaluza por la flamante ministra Montero, es por ahora la última señal de acercamiento, aunque los barones territoriales se indignen por la torpe excusa de que no hay tiempo: todos saben que la verdadera razón es que el nacionalismo reclama un trato financiero bilateral con el que rebañar privilegios. Sin embargo, ya no tienen fuerza para oponerse porque con la victoria en las primarias Sánchez les arrebató todo su poder interno. La prioridad del Gabinete es Cataluña, donde el influyente Iceta se mueve para abrir espacios de encuentro.
Como nada une más que un adversario, el objetivo común es frenar las expectativas de Ciudadanos. Y el procedimiento consiste en lograr, siquiera en apariencia, un clima de distensión que devalúe la importancia del problema a los ojos del electorado. Bajar el volumen, sacar el conflicto de las encuestas, de las portadas de prensa y de las aperturas de los telediarios. Soterrarlo ante la opinión pública, como las vías ferroviarias en los tramos urbanos, para que el discurso antisoberanista de Cs parezca una hipérbole jeremíaca, un alegato artificioso e inflamado. Y darse plazo para, llegado el caso, negociar -como en su día Zapatero y Mas- a cencerros tapados...Ignacio Camacho
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