La suma de la izquierda con el independentismo vuela las posibilidades de pactos transversales
La primera votación de investidura de este fin de semana ha puesto de manifiesto la fractura de la política española en dos bloques difícilmente reconciliables. Un cisma que se venía perfeccionando en los últimos años, pero que se ha consolidado con la decisión de Pedro Sánchez de pactar su investidura con Unidas Podemos y las fuerzas independentistas vasca y catalana.
Pocas personas habrían imaginado en 2014-2015, en el momento de quiebra del bipartidismo, que la nueva etapa política iba a derivar en este su segundo ciclo en lo que se convirtió el Congreso de los Diputados este fin de semana. Un espectáculo opuesto a las versiones más edificantes del parlamentarismo y que anticipan una legislatura sin capacidad de acuerdos transversales y orientada a los debates identitarios y localistas.
El multipartidismo que rompió la política tradicional hace unos años dio lugar a una legislatura inestable tras las elecciones de diciembre de 2015. Tan inestable que, de hecho, fueron dos legislaturas: repetición electoral, investidura fallida, dos mociones de censura y solo dos Presupuestos aprobados fueron el balance de unos años en los que todo parecía romperse en la política española y en los que pocos pudieron ver los cambios tangibles. Pero precisamente ese escenario se produjo por la existencia de elementos que fomentaban cierta transversalidad: el PSOE se resistía al pacto con partidos independentistas, el PP reclamaba la gran coalición, Ciudadanos tenía una aspiración ciertamente transversal y el PNV aparecía como recurso a uno y otro lado. Ninguna de esas condiciones parecen darse ahora. Apenas tres años después de la investidura que alumbró el último Gobierno de Mariano Rajoy.
No ha pasado tanto tiempo desde que el 29 de octubre de 2016 el entonces portavoz socialista Antonio Hernando pidiese la palabra en la sesión de investidura para responder por alusiones a todas «las expresiones de odio» que faltaban «al honor y al respeto» y que Gabriel Rufián había proferido contra el PSOE. Un partido que había vertido «sangre, sudor y lágrimas» para que él pudiera tener la libertad de hacer lo que estaba haciendo. Las bancadas del PP y Ciudadanos, junto con la del PSOE, aplaudieron de pie a Antonio Hernando aquel día. Lo hacían mientras el propio Rufián y Pablo Iglesias levantaban el dedo acusador señalando lo que para ellos constituye algo abyecto: el entendimiento de la izquierda y la derecha. Salvo si esa derecha es también independentista, como saben bien en ERC.
Es ese dedo acusador el que rige hoy la política española. Las diferencias intrabloques se opacan y se prioriza la exacerbación de la diferencia entre una izquierda y una derecha que ahora se adjetivan mutuamente con ingredientes ultras. Son las tesis políticas de Pablo Iglesias las que rigen hoy la política española. No se olvide que en 2016 pudo hacer presidente a Pedro Sánchez pero lo rechazo porque el acuerdo incorporaba a Ciudadanos.
Y es absurdo pensar que eso se debe a la puesta de largo de versiones más pragmáticas por parte de Iglesias o Rufián. En estos años el PSOE ha evolucionado. Entre la idas y venidas de Sánchez al final se ha impuesto la tesis del no entendimiento con la derecha como hoja de ruta.
Una nueva versión
Con ello, Sánchez ha apostado por intentar pilotar él la tesis política de Pablo Iglesias: la alianza de la izquierda con los independentismos como eje de acción frente a la derecha. Pablo Iglesias lo ha defendido siempre. Pedro Sánchez se ha adaptado a las circunstancias. «Si me obliga a elegir entre la presidencia de España o mis convicciones, elijo mis convicciones», le dijo Sánchez a Iglesias en julio. El Gobierno es el mismo que entonces no fue. O Sánchez ha elegido ahora la presidencia por encima de sus convicciones o ha cambiado de convicciones.
No era su plan cuando afrontó las elecciones el 10 de noviembre. De hecho buscaba algo muy diferente. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han exhibido una sintonía nunca vista. Nada que ver con los reproches de las anteriores investiduras. Sin Podemos en el Gobierno el PSOE no puede gobernar. Gana Iglesias, aunque para ello ha tenido que aceptar ministerios muy edulcorados.
La investidura ha servido a Sánchez para desplegar la base de su discurso para intentar coser esta mayoría. Aquella que no quería «ni para una moción de censura» y que además de valerle para eso ahora le valdrá para todo. Para ello Sánchez ha tenido que evitar este fin de semana entrar a confrontar con los independentistas. Con Aitor Esteban del PNV sobrepasó el piropo. Con EH Bildu evitó confrontar ante sus posicionamientos políticos respecto a la democracia española. Con Gabriel Rufián el PSOE ha alcanzado un climax de entendimiento que pretende «trascender los bloques» en Cataluña pero que contribuirá a enquistarla en España. «Sin mesa no hay legislatura», les espetó el portavoz de ERC desde la tribuna. A lo que Sánchez le vino a contestar que por su parte no iba a quedar. Nada que ver con el mes de julio. Cuando al mismo Rufián le contestó así: «Fuera del estatuto de autonomía no habrá nada».
No tuvo nada que decir a quien será su vicepresidente cuando advirtió de que el Gobierno debe prepararse ante «algunos togados que pongan por delante su ideología reaccionaria respecto al Derecho». Y es que la Justicia estaba también en el bloque del no, según lo escuchado este fin de semana. No manifestó ninguna divergencia en ese punto Sánchez para abonar el mantra de su nuevo discurso en materia territorial, que se resume así: «desjudicializar el conflicto político». Llegó incluso a ser comprensivo con Laura Borrás, portavoz de Carles Puigdemont, ante quien reconoció «errores» en la respuesta del Estado ante el independentismo.
No hubo feeling, sino dureza y displicencia con la derecha. Que previamente le habían pagado con la misma moneda. La sensación es que con el PP todos los puentes están rotos. Porque con Unidas Podemos dentro del Consejo de Ministros será muy difícil que Pedro Sánchez y Pablo Casado puedan alcanzar acuerdos. Ni siquiera para renovar las principales instancias del Estado como intentaron, sin éxito, antes de las elecciones de abril con el Consejo General de Poder Judicial. Una dinámica de polarización que ya hizo evidente que hará sufrir a Inés Arrimadas en cada sesión.....
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