Quizá el concepto consista en que no se entre con obediencia de borrego en majaderías totalitarias de lenguaje o de género
No sé qué será eso de la «desobediencia de la derecha» de la que habla Pablo Iglesias como si hablara de un kilo de tomates. De algo normal, vamos. Estamos familiarizados con la tradicional desobediencia civil o cívica. Incluso con la desobediencia epistémica de Walter Mignolo. Oye, pero prefiero un argentino pedante que uno que se cague en la Casa Real y en todo lo que hay por debajo, como Albano Dante-Fachín a propósito de la vuelta de Jordi Cuixart a la cárcel tras su permiso. ¿Pero de dónde sacará Pablo Iglesias eso de la desobediencia de la derecha relacionada con el bobo «pin parental»? Y Victoria Rosell cita el 155. Que manden tanques a Murcia, que mejor lo pasaremos. A ver si se creen que con las bombas que tiren los fanfarrones no nos vamos a hacer las murcianas tirabuzones. Ya nos hacemos moños de picaporte.
En la entrevista que Gabriel Rufián hace a Arcadi Espada en su programa de televisión, al final le pide decir algo mientras se hacen una foto. Por supuesto, Arcadi propone «¡Viva España!». «Pues te vas a quedar solo», tercia Rufián. Y así es. La desobediencia de la derecha debe de ser para Pablo Iglesias que se grite ¡Viva España! O que tanta gente se tome a cachondeo «El violador eres tú», la baile en Pachá y en las fiestas. Que no se entre con obediencia de borrego en majaderías totalitarias de lenguaje o de género. Menudo disgusto para Carmen Calvo que la RAE no la siga en su Constitución para chicas.
Cuando se estrene «Mrs. America» muchos van a descubrir a Phyllis Schlafly, la mujer conservadora que se opuso a la enmienda que garantizaría la igualdad de hombres y mujeres ante la ley y prohibiría la discriminación por sexo. La ERA se aprobó en el Congreso en 1972 aunque ella consiguió que no fuera ratificada por muchos estados y acabó caducando. Pero, vaya, la vida iba por otro lado y un año después llegó Rode vs. Wade y el aborto. Interpretada en la serie por una majestuosa Cate Blanchet, Schlafly creía que la igualdad de sexos podría perjudicar a las amas de casa y terminaría obligándolas a unirse al Ejército, que favorecería el matrimonio entre personas del mismo sexo y los baños públicos mixtos. Sostenía que el deber del Gobierno era prohibir el aborto y que «todos los niños deberían ser niños deseados y todas las mujeres deberían desear ser madres». Semejante extravagancia (¿todas las mujeres deberían desear ser madres?) tiene gracia, pero entiendo que encendiera a las feministas de la época, las de la segunda ola. A Gloria Steinem o a Betty Friedan. Para fastidiarlas, siempre empezaba así sus discursos: «Quiero dar las gracias a mi marido, Fred, por dejarme estar aquí». En un debate, Friedan dijo que tendrían que quemarla en la hoguera por oponerse a la enmienda y la llamó Tío Tom. En «Phyllis Schlafly and Grassroots Conservatism: A Woman’s Crusade», Donad T. Critchlow escribió que Schlafly descubrió un genuino sentimiento populista en una gran parte de la población femenina que se oponía a la ERA, al feminismo y al moderno liberalismo con la misma intensidad que el feminismo defendía su causa. También había quien pensaba que en realidad había usado el matrimonio para liberarse del trabajo (consideraba la política un hobby). El plan perfecto de liberación siempre ha sido un marido rico. Ella creía que el avance de las mujeres no se debía al feminismo, sino a cosas como los pañales desechables.
Se me ocurre Phyllis Schlafly como ejemplo de desobediencia de la derecha. Como tocapelotas. De eso hay mucho por aquí. Aunque también demasiados patanes de derechas...Rosa Belmonte
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