Desde el jueves a mediodía cuando se filtró la noticia, que finalmente no se produjo, de que Puigdemont iba a convocar elecciones autonómicas a cambio de una salida personal (inmunidad, que en su caso era impunidad) hasta su grotesca visita Bruselas, todo en el expresident ha sido un monumental engaño a los que se jugaron el tipo el primero de octubre creyéndose no sólo que aquella pantomima era un referendo sino que encima serviría para declarar la independencia.
Mientras de un lado las federicas hiperventiladas claman tanques en su permanente jornada de puertas abiertas del frenopático, y del otro Puigdemont hace el ridículo con sus excursiones del payés errante, la vida pública en Barcelona transcurre dentro de la Ley y perfectamente plácida, con todo el mundo aceptando las legítimas decisiones gubernamentales, el jefe de los Mossos acatando su cese y los partidos independentistas -divididos, menguados y desprestigiados por el daño que han hecho a la economía y a la convivencia- regresados sin estridencias que quepa consignar al marco autonómico. Es un panorama que hace un mes no podíamos ni soñar y que el presidente del Gobierno ha logrado asentar porque conoce tan bien el fin de trayecto fundamental que siempre ha caracterizado al independentismo -tan valiente en sus ensoñaciones y tan huidizo cuando toca defender con su vida los discursos-, como a las rabiosas monas del culo irritado, a las que no hay que ni tirar cacahuetes porque ya sus cuidadores se ocupan de alimentarlas.
No es necesario vivir en Barcelona para poder escribir y hablar sobre lo que aquí sucede, pero la clamorosa ignorancia mezclada con el rito enloquecido del hechicero danzando alrededor de la olla produce relatos tan patéticos como lo que pretende denunciar y es una suerte que el presidente y su Gobierno no se dejen influir por semejante atajo de majaderos. Monas en Bruselas y monas de resentimiento y árbol: cada sociedad tiene su zoo moral, su parte de pienso que tiene que dar por descontada. No es necesario vivir en Barcelona para darse cuenta de que la inmensa mayoría de catalanes ha recibido con agradecido alivio el cese del Govern, el control de los Mossos y la inminente posibilidad -perfectamente democrática- de acabar con esta larga noche que ha durado cinco años y que ha sumido a Cataluña en su pesadilla más amarga.
Salvador Sostres
http://www.abc.es/
MRF
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