Es una de las disposiciones presentes en la carta apostólica «Misericordia et misera», el documento de conclusión del Año Santo de la Misericordia
Aunque el Papa cerró el domingo la Puerta Santa de la basílica de San Pedro, no está dispuesto a que el Jubileo se convierta en un recuerdo del pasado o en mera «teoría de la misericordia». A lo largo de estos meses, con gestos y palabras, Francisco ha emprendido una revolución cultural en la Iglesia, que hoy ha concretado en normas muy importantes que detalla en su carta a los católicos «La Miserable y la Misericordia».
Por ejemplo, autoriza a todos los sacerdotes a absolver del pecado de aborto a quienes se confiesen de haberlo procurado, desde el personal médico hasta los padres del bebé. Hasta ahora sólo podía hacerlo el obispo, precisamente para subrayar la gravedad de ese pecado.
«Quiero enfatizar con todas mis fuerzas que el aborto es un pecado grave, porque pone fin a una vida humana inocente», explica el Papa. «Con la misma fuerza, sin embargo, puedo y debo afirmar que no existe ningún pecado que la misericordia de Dios no pueda alcanzar y destruir, allí donde encuentra un corazón arrepentido que pide reconciliarse con el Padre», añade.
La idea de Francisco es que quien se acerca a una iglesia para reconciliarse con Dios, no se encuentre con ningún tipo de trabas en el confesionario.
Por eso también ha prorrogado indefinidamente el trabajo de los mil «misioneros de la misericordia» que pueden perdonar los cinco pecados reservados a la Sede Apostólica. Se trata de la violación del secreto de confesión; la ordenación de obispos sin la aprobación del Papa; la complicidad de sacerdotes que propongan relaciones sexuales a otra persona y luego la confiesen de ese pecado; la profanación de la Eucaristía; y la violencia contra el Papa.
La petición central del Papa a los sacerdotes y a los laicos es que ayuden a «que cada uno, sin excluir a nadie, sin importar la situación que viva, pueda sentirse acogido concretamente por Dios, participar activamente en la vida de la comunidad y ser admitido en ese Pueblo de Dios que, sin descanso, camina hacia la plenitud del reino de Dios, reino de justicia, de amor, de perdón y de misericordia».
La otra cara de la misericordia que propone el nuevo documento es la lucha contra la indiferencia ante el sufrimiento de las personas. El Papa recuerda cómo las personas cambian y son más felices cuando ayudan a otras, y evoca los «gestos concretos de bondad y ternura» que ha visto en decenas de voluntarios y voluntarias en sus visitas de este año.
«Estamos llamados a hacer que crezca una cultura de la misericordia, basada en el redescubrimiento del encuentro con los demás: una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el sufrimiento de los hermanos», explica el Papa en su nueva carta.
Francisco pide a todos los católicos «imaginación e inteligencia» para «restituir la dignidad a las personas y que tengan una vida más humana». Se trata de quienes experimentan el drama de «no tener trabajo y no recibir un salario justo; no tener una casa o una tierra donde habitar; ser discriminados por la fe, la raza, la condición social», concreta. También habla de quienes padecen hambre, se ven obligados a emigrar, cumplen condena en situaciones inhumanas o no tienen acceso a la educación.
La última medida es la institución de una Jornada mundial de los pobres, que celebrará la Iglesia cada año en noviembre, el domingo antes de la fiesta de Cristo Rey. «Ayudará a reflexionar sobre cómo la pobreza está en el corazón del Evangelio y que mientras haya un pobre en la puerta de nuestra casa no podrá haber justicia ni paz social».
Entre líneas queda claro que con esta propuesta el Papa no pretende sólo revolucionar culturalmente la Iglesia. «En una cultura frecuentemente dominada por la técnica, se multiplican las formas de tristeza y soledad en las que caen las personas», escribe. «El futuro parece estar en manos de la incertidumbre que impide tener estabilidad. De ahí surgen a menudo sentimientos de melancolía, tristeza y aburrimiento que lentamente pueden conducir a la desesperación. Se necesitan testigos de la esperanza y de la verdadera alegría para deshacer las quimeras que prometen una felicidad fácil con paraísos artificiales. El vacío profundo de muchos puede ser colmado por la esperanza que llevamos en el corazón y por la alegría que brota de ella», añade.
La carta fue anunciada por sorpresa el pasado viernes. Francisco la firmó ayer tras cerrar la Puerta Santa y la entregó personalmente al cardenal Luis Antonio Tagle, a una familia, a una pareja de novios y a dos enfermos.
El texto retoma y desarrolla de un modo muy original y optimista la línea de los tres grandes documentos del pontificado de Francisco, «La alegría del Evangelio», «La Alegría del Amor» y la «Laudato si'». Quienes imaginaban que el Jubileo era un paréntesis casual en el pontificado de Francisco, se equivocaban.
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MRF
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