El investigador del MIT Kevin Ashton acuñó el término de Internet de las Cosas (IoT, del inglés Internet of Things) en 1999, refiriéndose al mundo en el que cada objeto tiene una identidad virtual propia y capacidad potencial para integrarse e interactuar de manera independiente en la Red con cualquier otro objeto, máquina o humano. Este nuevo concepto permite la transmisión de cualquier tipo de información desde prácticamente cualquier objeto que nos rodea, gracias al aumento de la conectividad y el incremento en el uso de smartphones. El mayor ancho de banda, el abaratamiento de infraestructuras como centros de procesamiento de datos o el acceso a un mayor volumen de datos característico del Big Data han contribuido también a que haya surgido el ecosistema IoT.
Actualmente, el IoTestá impactando en diversos ámbitos, destacando el de las Smart cities, y los sectores de seguros, salud, transporte, aeronáutico o energía. En un futuro no muy lejano, se espera que el IoTalcance todos los sectores de la economía. Hasta la fecha, el impacto del IoT no ha sido tan evidente en el ámbito bancario, por la propia naturaleza de su modelo de negocio, basado en intangibles. No obstante, se espera que la banca desarrolle un papel relevante desde el punto de vista de la facilitación y control de pagos en un mundo conectado. Esto supone una oportunidad para una mayor eficiencia en la gestión de los activos físicos de la banca (cajeros, oficinas, etc). A su vez, presenta un amplio potencial para el desarrollo de nuevas formas de interacción con los usuarios a través de nuevos canales de comunicación, como son los wearables, que permiten la incorporación de elementos tecnológicos a prendas de vestir o complementos (como relojes o pulseras inteligentes, por ejemplo).
El IoT tiene como primera consecuencia la generación de un gran volumen de datos, lo que supone todo un reto en ámbitos como la ciberseguridad, la responsabilidad, la propiedad de esos datos, la privacidad de los usuarios o los derechos de uso de los datos. De todos ellos, uno de los más actuales y relevantes es el de la responsabilidad, también clave en ámbitos como la robótica o la inteligencia artificial
Ante un accidente de un coche autónomo, provocado por la acción o inacción de un dispositivo, ¿quién es el responsable ante el fallo tecnológico? ¿El fabricante del coche? ¿El desarrollador del software? ¿El conductor? ¿Cuál es el alcance de la responsabilidad de cada uno?
Los problemas de atribución de la responsabilidad son diversos. Entre otras cosas porque pueden estar derivados de que los dispositivos de IoT sean utilizados de manera distinta a la prevista por el desarrollador. También, en el caso de que un producto esté compuesto por diversos dispositivos de diferentes desarrolladores y proveedores, se acentúa el problema de la atribución de responsabilidad. En el contexto del IoT, esta cuestión está siendo analizada por ciertos organismos reguladores, como la Comisión Europea o el Gobierno de Reino Unido.
El futuro del IoT presenta un elevado potencial tanto en número de objetos conectados, como en el impacto económico o en las oportunidades para distintos sectores de actividad. Según algunos estudios, en 2008 el número de objetos conectados superó al número de habitantes del planeta y se estima que en el año 2020 habrá 50 mil millones de objetos conectados (es decir, más de 6,5 objetos por persona en todo el mundo). Las estimaciones de impacto económico potencial se sitúan entre 3,9 y 11,1 billones de dólares americanos. Sin embargo, el camino hacia un IoT ubicuo no está exento de retos y la atribución de responsabilidad ocupa un puesto destacado en estos desafíos. La clave será encontrar un punto de equilibrio y una respuesta para una atribución correcta de la responsabilidad en la toma de decisiones automatizada, a la vez que se impulsa la innovación sin que la solución suponga un obstáculo para el desarrollo de modelos de negocio innovadores.
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MRF
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