Podemos aventurar cualquier escenario conspirativo: Comín, que no es precisamente el más listo del grupo, tuvo un descuido; Comín formó parte de un complot para descabalgar a Puigdemont; Puigdemont diseñó un lamento en varios actos con tal de ganarse de forma victimista el arrobo de sus seguidores. Da igual. Lo importante debe ser desligado de lo interesante: es interesante saber por qué los mensajes se acumulan sin una respuesta del receptor, siquiera un «tranquilo, todo se arreglará», pero lo importante es lo que dicen unos mensajes que clarifican lo que a todas luces ha sido una monumental estafa. Será interesante saber si los movilizados peones del independentismo se dejarán seguir tomando el pelo, pero nadie les quita la demostración palmaria de que acaba de derrumbarse la colosal chapuza en la que han creído a pies juntillas y que ha acabado a manos de la inusitada capacidad de autodestrucción del independentismo catalán.
Es evidente que sigue habiendo un nutrido grupo de setenta diputados independentistas en el parlamento, pero a la mayoría de ellos les interesa dedicarse al gobierno de las cosas y al reparto del suculento presupuesto catalán. El proceso ha muerto. A manos del periodismo.
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