Vuelve a haber ciudadanos libres que quieren políticos que no los adoctrinen
Es habitual en España que quienes más se equivocan sean los que más airadamente expliquen después la realidad que ha ridiculizado su criterio. Por eso es tan de aquí esa bandada de plumillas que lleva meses proclamando a diestro y siniestro que Vox es un grupito de «fachitas enfadados con el PP» que solo conseguirían fraccionar y liquidar a la derecha. Pues tras su patinazo del domingo, escriben tratados de antropología barata para explicar los instintos atávicos del español que le obnubilan, enloquecen y embrutecen para acabar con el voto a «la ultraderecha», «radical» y «extremista». Una enfermedad aterradora. Unos la quieren curar con un cordón sanitario. Otros preparan soluciones más drásticas, según suena esa arenga de Pablemos, tan similar a la tantas veces cumplida amenaza de su camarada, el narcocomunista Nicolás Maduro, del «si no es por los votos, será por las armas». Hay mucha tradición en la izquierda española a considerar la violencia tan aceptable como la legalidad si la demandan sus excelsos fines.
Está alarmado el mundo del consenso político y mediático y sus élites. Ese mundo privilegiado que, en aras de la comodidad y del miedo a entrar en conflicto con la religión laica de la socialdemocracia, acata y se resigna a todo el proceso de degradación de ética y estética, de pensamiento y cultura, de objetivos e ideales, de los derechos, de la dignidad humana y la propia idea de la libertad. No estaría alarmado si tuviera enfrente un partido de ultraderecha, por fascista que fuera. En breve lo habría integrado al sistema y comprado a sus líderes un chalet en La Navata, cerca del jardín amurallado del comunista.
Identifican a Vox con la extrema derecha porque ha hecho campaña por la verdad y la verdad aquí ya es «facha». Así es. Este partido no ha tenido miedo a decir que los golpistas son golpistas ni que las denuncias falsas son un bárbaro efecto de una ideología de género que ha destruido la igualdad ante la ley. Eso es verdad. Y los demás no se atreven a decirlo. Porque es facha, según las teles y políticos. Y Vox ha expresado los mil desmentidos a las mil mentiras desde la articulación y libre expresión de la verdad, sin cortapisas y en el mismo lenguaje que utilizan los españoles comunes. Esos que solo hablan de la verdad en la intimidad, en familia, en el bar, con los amigos, porque fuera de ella puedes contar con represalias. Para los guardianes de la corrección política, la cada vez mayor construcción de mentiras generadas sin cesar por el neomarxismo, la verdad que atenta contra esas mentiras, es fascista y los hechos también. Luego aquellos que defienden y proclaman la verdad, sea sobre inmigrantes, sobre la historia de España, sobre delincuencia o violencia de sexos, también lo son. En las televisiones, periodistas y políticos y un ejército de vividores de la charlatanería de la corrección política dan lecciones permanentes, sobre cómo tienen que vivir, repartir, desear, consumir, hablar, comer, pagar, tratar a sus hijos, su matrimonio, su patrimonio, sus perros, su parcela, su finca, su casa.
Los políticos «hacen pedagogía» para adultos supuestamente libres y en su sano juicio. Siempre es pedagogía ideológica que desafía al sentido común, a la lógica y a los intereses del afectado. Se adoctrina sin cesar a unos contribuyentes que pagan todos los atentados de la política contra el sentido común y contra la vida normal de las gentes. Pues resulta que vuelve a haber ciudadanos libres que quieren políticos que no los adoctrinen, que les representen. En sus intereses, sus opiniones, sus ideas y creencias y en su decisión de defender su libertad, su soberanía nacional y su forma de vida. ¿Extremistas? Pues prepárense porque habrá más.,,,Hermann Tertsch
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