Moncloa cierra con gran satisfacción una frenética visita a Chile, Bolivia, Colombia y Costa Rica para proyectar la imagen internacional del presidente y una nueva política exterior de España..
En el patio de los naranjos del Palacio de la Moneda de Santiago de Chile florecieron abruptamente los frutos con la llegada del presidente del Gobierno de España. No es que el efecto Sánchez precipite la floración, es que eran naranjas de cartón piedra, surgidas como por arte de magia y colgadas con alambre por un esforzado funcionario. En la nueva política, las cosas no son lo que son, sino lo que parecen. Y, oiga, el patio de los naranjos parecía un vergel.
Pedro Sánchez y su guardia pretoriana monclovita –club del que hay quien dice que manda más que el Consejo de Ministros– está trabajando meticulosamente en el diseño del presidente que Sánchez aspira a ser. Saben que no tiene mucho tiempo y urge perfilar el poliedro que es toda figura pública, todo líder político. El eje internacional, que los presidentes suelen promocionar en segundas legislaturas, es una excelente oportunidad para apuntalar un liderazgo. Y Moncloa, que jamás da un paso sin valorar sus consecuencias electorales, lo sabe muy bien. A pesar de que Sánchez diga a los periodistas en el avión presidencial que «la política exterior no refuerza a un presidente» en Moncloa saben que el traje internacional otorga un estatus inalcanzable en las labores domésticas, sobre todo en las de oposición. Casado, Rivera e Iglesias no pueden jugar esa baza.
La gira por Hispanoamérica de esta semana ha tenido mucho de escenificación: un presidente liberal, el chileno Sebastián Piñera, y otro indigenista, el boliviano Evo Morales; un país grande, como Colombia, y otro pequeño, como Costa Rica; uno del cono Sur y otro de Centroamérica. Y así hasta otorgar a esta gira el aura de que el presidente del Gobierno se dirige a toda la comunidad hispanohablante. Y lo hace en un lenguaje que busca marcar distancia con «la anterior Administración» (así se refiere Sánchez a Mariano Rajoy).
Cuatro países, cinco días
En Moncloa cierran con gran satisfacción esta frenética visita a Chile, Bolivia, Colombia y Costa Rica porque les ha permitido proyectar esa imagen internacional de Sánchez y perfilar una nueva política exterior del Gobierno: frente al multirateralismo, las relaciones «a la carta» con cada país; frente a un liderazgo activo desde España, la confianza en que «cada pueblo» escribe su propia historia; frente a las «injerencias», las decisiones soberanas.
En este viaje se ha hablado poco del valor del español como lengua común y oportunidad para 500 millones de personas, y los intereses económicos y empresariales aquí y allá han aparecido, pero siempre en un segundo plano. Aparte de las reuniones mano a mano con los presidentes, donde sí se habló de inversiones, sólo en Chile hubo un encuentro formal con los empresarios; sí sorprendió el desideologizado llamamiento de Evo Morales a la inversión española. «Cualquier inversión española aquí está garantizada», dijo contra todo pronóstico.
Poco más en ese campo, porque Sánchez quiere que su nueva política exterior hacia los «países hermanos» vaya más allá de de los lazos históricos y culturales y de los intereses económicos.Así, de las múltiples cuestiones que conforman las relaciones internacionales, él ha querido promocionar cuatro: la cooperación al desarrollo en Bolivia, la lucha contra el cambio climático en Costa Rica, la memoria histórica en Chile y el diálogo para la paz en Colombia. Son brochazos que entrelazados perfilan una nueva política exterior que engarza con el legado de José Luis Rodríguez Zapatero. En sus discursos, la violencia de género, la justicia económica, la igualdad, la economía colaborativa y los derechos humanos. Y en las reuniones con las comunidades españolas, un mensaje de nuevo en clave electoral: eliminar el voto rogado, que dificulta la participación de los emigrantes españoles en las elecciones autonómicas, generales y europeas. En los encuentros con las colonias españolas –que Moncloa denomina eufemísticamente «colectividades»– en Santiago, Santa Cruz de la Sierra, Bogotá y San José aseguró que apremiaría a los grupos parlamentarios para hacerlo antes de los comicios de mayo de 2019. Aplausos generalizados.
Venezuela y Nicaragua
En las relaciones internacionales, y en giras de este tipo, nada es blanco o negro, pero la verdad trasciende en los pequeños detalles. Aunque Sánchez asegura que con los cuatro presidentes ha tenido un buen entendimiento, la sintonía irrumpió con Evo Morales y con Carlos Alvarado. Sánchez está cómodo en la cooperación al desarrollo y Sánchez se gusta viéndose a sí mismo como abanderado en Europa de la lucha contra el cambio climático.
Todo lo escrito hasta aquí tiene que ver con la estrategia exterior de Moncloa para construir un presidente; son las palabras. Pero los hechos, la prueba de fuego en esta gira, ha estado en cómo ha gestionado Sánchez el punto más caliente de la actualidad Iberoamericana: los éxodos migratorios de Venezuela y Nicaragua. Más de dos millones de personas han huido del régimen de Nicolas Maduro en los últimos cuatro años camino de Ecuador, Brasil y sobre todo Colombia (1,2 millones). Huyendo de la represión de Daniel Ortega han cruzado la frontera hacia Costa Rica, en este mes de agosto, más de 31.000 personas.
¿Es el régimen de Maduro una dictadura? El chileno Piñera cree que sí, y el colombiano Duque le añade el calificativo de «oprobiosa». ¿Y Sánchez? No quiere llegar tan lejos: «No es una democracia porque hay presos políticos». Una tibieza –prudencia, dicen en Moncloa – que de nuevo engarza con Zapatero. En este tema las discrepancias con Piñera y Duque fueron evidentes, aunque el exquisito lenguaje de la diplomacia lo barnizara de coincidencias. Mientras el presidente chileno reclamó «liderazgo» a España y defendió la «acción» en Venezuela, Sánchez se escondió en la Unión Europea y pidió «diálogo». Cuando a Duque y Sánchez se les preguntó por el Tribunal Penal Internacional, el presidente colombiano avaló que Maduro sea investigado «para que sienta la presión de la comunidad internacional», y el español esquivó hábilmente la pregunta.
El Sánchez que se ha visto en Sudamérica es un presidente que rechaza toda injerencia y que sitúa el diálogo como eje de su política: «Los venezolanos deben abrir un diálogo con los venezolanos». Y los nicaragüenses, con los nicaragüenses. Esas son sus recetas para ambos asuntos, a pesar de que él éxodo no cesa y a pesar de que Sánchez insistió por activa y por pasiva en situar en el centro a las personas, a los «migrantes».
Esta primera gira internacional ha mostrado pues un presidente heredero de Zapatero. Un presidente que prioriza lo social, un presidente que evita calificar al Gobierno de Venezuela de dictadura, un abanderado del cambio climático y los derechos humanos. Un presidente de izquierdas. Un presidente en construcción. El tiempo dirá si esta estrategia es exitosa para España, o si, como en la Casa de la Moneda, las naranjas son de cartón piedra..
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